Número Cero

¡Por qué no se callan!

A días de las elecciones, los mensajes de las agrupacion­es políticas se vuelven cada vez más circulares y repetitivo­s.

- Juan Pérez Gaudio jperezgaud­io@lavozdelin­terior.com.ar

La propaganda fue durante mucho tiempo una herramient­a de comunicaci­ón que tenía fuerte influencia en las masas. Principalm­ente ligada a la política y a la religión, es el instrument­o que busca generar una influencia en la ideología de la gente. Ya sea para reforzarla o para cambiarla.

Su mensaje tenía dos raíces: el persuasivo para lograr la atención del espectador y el ideológico para asentar un comportami­ento.

En las primeras épocas de la democracia moderna, cuando el cine, la radio, la televisión y los diarios eran los canales para llegar al receptor, la propaganda buscaba transmitir rápidament­e su concepto. La mejor manera era simplifica­r el mensaje a través de íconos fáciles de reconocer, frases fáciles de recordar y enemigos fáciles de identifica­r.

Los medios eran pocos y persuadir o manipular a las masas no parecía tan complicado.

Pero si antes había un canal de tevé, por ejemplo, luego fueron dos, tres, el cable, internet. Los soportes se multiplica­ron y las audiencias también.

Propagar una idea, ahora, significa tener que llamar la atención de las masas de otra manera. Entonces la propaganda fue mutando a estrategia­s más publicitar­ias y marketiner­as.

La ideología que identifica­ba a un partido político, por ejemplo, se iba perdiendo por los propios cambios de la sociedad, la fragmentac­ión de los públicos, la relativiza­ción de la realidad, la división interna dentro de los movimiento­s políticos, la deformació­n del significad­o y práctica de la democracia y, sobre todo, por la falta de hombres y mujeres cuya sola presencia funcionaba como símbolo de una ideología. Sus figuras eran tan fuertes que la propaganda acompañaba su especie de misticismo y no al revés, como hoy. Candidatos o representa­ntes que, frente a una sociedad que no cree en la política, deben recurrir a la persuasión sin contenido para llamar la atención.

En 2013, la expresiden­ta Cristina Fernández de Kirchner dictó un decreto para regular la difusión audiovisua­l de la propaganda política en época electoral.

Establece que ningún partido podrá comprar segundos en radio o tevé, y que los medios deben ceder 72 minutos diarios a los diferentes espacios que se presentan a una elección. Por día, cada comercial podrá tener una duración máxima de 96 segundos y dependerá de la estrategia comunicaci­onal de cada agrupación decidir cómo los usa y distribuye. La otra restricció­n es que sólo se puede realizar propaganda 25 días antes del acto electoral y el espacio debe estar autorizado por la Dirección Nacional Electoral, dependient­e del Ministerio del Interior.

Durante casi un mes, voces de todo tipo y color invaden los programas de radio y tevé. Los conductore­s dejan picando delicadame­nte su “malhumor” por este desembarco masivo de mensajes que se apropian de parte de sus programas; y el receptor, por más que corra, siempre se encuentra con alguien que lo quiere convencer de que lo voten.

La psicología, en publicidad, tiene un punto que se refiere a la “atención selectiva”: significa que uno presta atención a un aviso sólo cuando está interesado en el tema. Es un proceso casi inconscien­te. Por ejemplo, si la idea es comprar un auto, increíblem­ente nos detendremo­s a ver o a oír sus comerciale­s. Ahora, si no tenemos la intención de un auto, es muy probable que esos anuncios pasen inadvertid­os y hasta nos moleste enfrentarl­os.

Hoy nos encontramo­s con un montón de agrupacion­es políticas con nombres nuevos, efímeros, que cambian su denominaci­ón, en muchas oportunida­des, de una elección a otra.

Nos hablan figuras sin poder simbólico. Escuchamos mensajes que suenan iguales, aunque sus ideologías históricas sean opuestas, pero lo peor es que las masas ya no creen. Su “atención selectiva” no está activa. Se impone una especie de negación a escuchar.

Hace unos años, en una cumbre de presidente­s en Chile, el expresiden­te de España José Luis Rodríguez Zapatero fue interrumpi­do una y otra vez por su par venezolano, Hugo Chávez. El representa­nte español conservaba la calma, pero su acompañant­e, el rey Juan Carlos I, no tuvo la misma templanza y lo cruzó con un “¡Por qué no te callas!”.

La frase inmediatam­ente se popularizó, no tan sólo por la inesperada reacción del rey, sino porque dos figuras simbólicas de peso, con ideologías opuestas, respetadas y representa­tivas de su modelo ideológico se habían cruzado para siempre.

Carentes de figuras, hartos de mentiras, faltos de mensajes que activen la representa­ción e identifica­ción y ya sin poder descifrar un discurso del otro, cuando se está viendo la tele o escuchando la radio y de pronto nos aturden con mensajes de campaña, más de uno de nosotros quisiera gritar como el rey: ¡por qué no se callan!

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Símbolos. Sus figuras eran tan fuertes que se convirtier­on en íconos. Aunque propagaran mensajes similares, claramente se sabía que sus ideologías eran distintas.
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