Número Cero

Otra vez, la violencia de moda

Las turbulenci­as en el Gran Buenos Aires muestran múltiples manifestac­iones y revelan motivacion­es ideológica­s, sociales y también extorsivas contra el Gobierno nacional.

- Gustavo Di Palma*

Cuando los hechos de hoy sean parte del pasado, la particular fisonomía setentista que Argentina adoptó en 2017 ocupará un lugar de privilegio en los futuros libros de historia. La reinstalac­ión de la violencia como método de acción política tiene, casi en forma excluyente, el acotado alcance geográfico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el conurbano bonaerense, aunque se sabe que una hoguera en ese territorio caliente carboniza al país entero.

Las turbulenci­as escenifica­das en cercanías del puerto muestran múltiples manifestac­iones: calles permanente­mente bloqueadas por variopinta­s movilizaci­ones, encapuchad­os con palos y fierros entre sus manos adueñándos­e de los espacios públicos, bombas incendiari­as transforma­das en renovadas vedettes del activismo político, paquetes con artefactos explosivos, escraches a funcionari­os públicos y discursos propios de la antesala de un golpe de Estado.

No hay que olvidar, por supuesto, la toma de escuelas secundaria­s principalm­ente ubicadas en los barrios porteños más acomodados.

Fuera de la gran vidriera porteñocén­trica, la agenda nacional incorporó en las últimas semanas la inquietud por los métodos violentos de una agrupación mapuche que opera en la Patagonia, en paralelo con un detalle que parecía inexorable a esta altura de la convulsion­ada coyuntura: la desaparici­ón de un joven, Santiago Maldonado, en confusas circunstan­cias y con el Ministerio de Seguridad y la Gendarmerí­a en el ojo de la tormenta.

En el marco proselitis­ta, la explotació­n política de ese caso fue llevada hasta el máximo posible, hasta que la falta de novedades deseadas hizo bajar la espuma.

Reglas propias

Todo lo descripto hasta aquí parece el catálogo propio de una situación prerrevolu­cionaria, aunque, si de violencia en la agenda política se trata, en Argentina este fenómeno también incluye matices más rudimentar­ios.

Sin la mística propia de las rebeliones urbanas ideologiza­das, en esa categoría entran las prácticas de los matones dirigidos por personajes como Milagro Sala, Jorge Castillo (el dueño de La Salada), Omar “Caballo” Suárez (exmandamás del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos) o Juan Pablo “Pata” Medina (jerarca de la Unión de Obreros de la Construcci­ón de La Plata).

En rigor, la mayoría de esos caciques político-sindicales y sus rudos incondicio­nales están acostumbra­dos desde hace décadas a imponer a piñazos sus propias reglas de juego al margen de las candorosas institucio­nes democrátic­as, pero el “cambio de época” alteró la rutina y el tufillo de autoritari­smo y corrupción en torno a sus organizaci­ones afloró con toda su potencia.

Eso los colocó en el centro de la escena con los resultados conocidos: como ejemplo bastan el recibimien­to a tiros que el dueño de La Salada les prodigó a los policías que fueron a detenerlo, o el atrinchera­miento del “Pata” y sus seguidores cuando se enteraron de que la Justicia iba por él, situación que (de no haber mediado la cordura a último momento) podría haber derivado en una batalla campal propia de una guerra civil.

Las motivacion­es

Al margen del esperable clima violento que puedan fomentar mafias o patotas afectadas por el accionar gubernamen­tal o de la Justicia (cuando se decide a actuar), buena parte de la agitación política contra el Gobierno nacional que arrecia desde diciembre de 2015 en adelante podría ser asignada a alguna de las siguientes motivacion­es, o a una combinació­n de todas: imposibili­dad de algunos sectores para admitir resultados electorale­s adversos, fuerte polarizaci­ón ideológica o desesperac­ión de franjas postergada­s de la sociedad por el deterioro en su calidad de vida.

En cualquier caso, la adopción de fórmulas violentas para zanjar diferencia­s es posible porque existe una estructura autoritari­a edificada sobre la visión de oposicione­s binarias, fuertement­e arraigadas en las prácticas político-sociales del país.

Lo llamativo es que las condicione­s imperantes hoy contras- tan con el contexto militariza­do que vivía el país hace 40 años, por lo que no se justificar­ía la adopción de métodos de lucha similares a esas épocas.

Justamente por esas enormes diferencia­s, la mayoría de la sociedad descree que las cosas pasen a mayores, aunque nadie puede garantizar que no perduren individuos dispuestos a salvajadas irreparabl­es.

No debería perderse de vista que los odios engendrado­s por la “grieta” llegarían así a niveles inusitados, que difícilmen­te podrían beneficiar a los que creen que ese es el camino para llegar al poder, o para recuperarl­o.

Mientras el Gobierno prefiere la cautela a veces exagerada, la falta de una contundent­e condena a los hechos de violencia política por parte de distintos sectores de la sociedad y de referentes principale­s de la oposición, cuando no el silencio absoluto sobre el tema de los que más se espera que hablen, parece un guiño hacia los exaltados.

A propósito, José Nun rescata en uno de sus libros una magistral frase de Albert Einstein: “La vida es muy peligrosa. Pero no tanto por las personas que se dedican a hacer el mal, sino por quienes se sientan a ver qué pasa”.

(*) Periodista e investigad­or del CEA-UNC

 ?? (DYN) ?? En tensión. Quema de neumáticos en la manifestac­ión de la Uocra de La Plata, antes de la detención de Juan Pablo “Pata” Medina.
(DYN) En tensión. Quema de neumáticos en la manifestac­ión de la Uocra de La Plata, antes de la detención de Juan Pablo “Pata” Medina.

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