Experimentos con seres humanos
Desde mediados de la década de 1960, Roberto Jacoby combina el trabajo artístico con la reflexión crítica y política. Una muestra recorre momentos clave de su trayectoria.
Experimentos sociales, parejas que conviven en un régimen de castidad, eventos políticos incrustados en el mundo del arte. Muchas de las acciones de Roberto Jacoby funcionan como catalizadores de experiencias sensibles o de procesos especulativos. El de Jacoby es un arte de hacer conexiones entre la gente.
Una de las criaturas que buscaban pisar en el arte para hacer cosas en la vida se llamó Proyec
to Venus, una microsociedad gestada en 2001, que llegó a tener unos 600 miembros, dedicada a compartir bienes y servicios, propiciar encuentros y elevar los estados de ánimo en un momento de hundimiento económico y emocional. Definido como un “laboratorio de sentimientos”, el proyecto tenía al deseo como motor, contó con una moneda propia (los “venus”) y desarrolló un abanico de prácticas de cooperación y amistad que iban desde las fiestas hasta las sesiones de acompañamiento terapéutico.
Venus es una de las paradas que propone El Gran Vidrio. La galería cordobesa concibió una muestra que recorre un puñado de experiencias decisivas en la deriva artística de Jacoby, iniciada en la década de 1960 con un fuerte sesgo vanguardista. La exposición toca momentos clave como su polémico desembarco en la Bienal de San Pablo de 2010, una intervención con formato de comando de campaña que incluía acciones a cargo de una “Brigada argentina por Dilma”. En pleno proceso electoral brasileño, imágenes y textos de la instalación fueron censurados por su contenido partidario.
Son de la partida dos proyectos realizados junto con Syd Krochmalny: La castidad, un ensayo de vida en común junto con el joven artista, y Diarios del odio, instalación basada en los comentarios que los lectores dejan en las notas de las ediciones digitales. También se exhiben fotos de las giras con Virus (Jacoby fue letrista de la banda en su etapa de “abstinencia artística”), autorretratos y piezas de la serie 1968: el culo te abrocho.
–¿Cómo se gestó “Venus”?
–Empezó en 2001. Yo venía pensando desde los ’80 cosas que tuvieran que ver con el tejido social. Era un lugar común, un cliché, decir que la dictadura había roto el tejido social. Lo decía mucha gente supuestamente inteligente, como que había pasado algo irreversible. Entonces me puse a ver cómo se podían articular espacios sociales que excedieran al mundo de los artistas. La estructura básica tenía que ser un sitio de internet, con capacidad de conectar a las personas. Hacer una microsociedad unificada por intereses, gustos, ganas. Y que tuviera una moneda que sirviera para transferir los deseos de uno sobre el otro. Por eso se llamó “venus, moneda del deseo”.
–¿Cuál era la dinámica?
–Fue muy cambiante. En total llegamos a ser unas 600 personas. Los lugares de encuentro surgían de cada proyecto: una feria de discos, un desfile de ropa, un festival de canciones. Los primeros encuentros que hicimos se llamaban “Plácidos Domingos”. Invitábamos a alguien a trabajar cuestiones de nuevas comunidades, complots, sociedades utópicas. La idea era pensar el mismo espacio que estábamos creando. Perdimos un tiempo delirante en armar la clasificación de bienes y servicios: clases de inglés, jugo de tomate, masajes. Hasta que nos dimos cuenta de que lo más sencillo era pedirles a las personas que comunicaran qué tenían y qué querían. Dábamos un crédito de 50 venus para que uno pudiera empezar a operar.
–Además de funcionar como un experimento un poco lúdico y festivo, ¿“Venus” aportaba soluciones concretas?
–Eso es difícil de medir. Si ves el video que está en la muestra, aparece una chica que hacía todo en Venus. Sacaba fotos, compraba comida, vivía ahí adentro. Era la venusina más activa. Otra gente hacía cosas determinadas. Venus actuaba más sobre el estado de ánimo. Era un momento para generar buenas vibraciones, y además había muy poco dinero. Con tus “venus” podías, por ejemplo, ir a bailar, tomar un trago y pasarla bien.
–¿Cómo terminó?
– Venus termina por muchas razones. Hubo reactivación económica, la gente tenía trabajo. Abrieron muchas galerías. Diría, en broma, que no supimos adaptarnos a la felicidad. Pero lo cierto es que terminó muy mal por un hecho concreto. Teníamos un chat, que se fue llenando de trolls. Había una chica muy quilombera, medio satánica y volcada a la magia negra. Un día se empieza a pelear con otro integrante, un pianista, y de golpe le tira en el chat que ella sabía que él se acostaba con las alumnas. Pensé que si eso estaba pasando era porque el proyecto ya no funcionaba. Tampoco podía hacer un reglamento que dijera “Prohibido hacer denuncias falsas de pedofilia” o cosas por el estilo. ¡Después venían las prisiones para díscolos! Decidí cerrar todo y en 20 minutos Venus no existía más.
–“La castidad” tuvo una matriz similar, un experimento que se incrusta en la vida…
–Me rondaba en la cabeza la siguiente pregunta: “¿Por qué van a funcionar grupos de 500 o un millón de personas si la cosa no funciona de a dos”. Syd Krochmalny fue muy valiente, imaginate tomar la decisión de irse a vivir con un monstruo como yo. Él se mudó a mi casa y empezamos a convivir. La idea era replicar la amistad griega. La relación entre maestro y discípulo. Se sabe que eran relaciones muy estrechas, amorosas y de exclusividad, pero no sexuales. La castidad fue como el elemento más poético del proyecto. La idea era también que la relación tuviera un límite, no estábamos haciendo eso para garchar, como otros millones de seres humanos en el mundo. Había que diferenciarlo para que fuera en verdad un experimento social. El año de convivencia terminaba por contrato. El final fue terrible. Los experimentos pueden salir mal, si no, no son experimentos. Hoy no hay rencor, seguimos trabajando juntos. En ese momento fue una explosión que tuvo que ver con la situación de tener que separarnos. Ser castos no soluciona nada. No tenemos solución.