Las hojas vivas
Mariela Laudecina es una escritora que siempre está en el ruedo de los poetas que movilizan la ciudad. Es dueña de una magia particular, magia que desprende con pulso tembloroso un nuevo libro, compuesto por un solo poema y titulado El bosque de las mujeres
amadas. “Un bosque que se recorre desde el amor y/ los amores. Es un paseo de asesinatos y asesinados”.
“Cedí ante un hombre dormido/ ante el hogar ineludible”. Ceder pareciera doblegarla ante una realidad tan inventada como inevitable. La poeta desea salir y quemar el bosque, el bosque es el mundo, el mundo es ella. “Hay que huir/ incendiar el bosque/ como si eso solucionara todo”.
La escritura de Mariela Laudecina es brutal, contundente y precisa: “Madres hay en todos lados”, escribe. “He quedado vacía/ olvidé lo que me pertenece”.
¿Dónde está o cómo es el bosque que recorre? Se asemeja a una cornisa donde como una forastera, como un personaje narrándose a sí mismo, ella puede bailar y llorar sin cambio de tiempo. “Las palabras me dan forma/ no al revés./ La noche comienza conmigo/ no al revés”.
Da la sensación de que entre líneas, a lo lejos, viene al galope una amazona que avanza desde la palabra poética hacia la nada. ¿Vivir o morir? Al mismo tiempo, con igual intensidad, entra y sale, quiere y no quiere estar en el mundo, quiere y no quiere amar o ser amada.
Desde su propia vida hasta su propia muerte; su incendio es personal; el bosque, no. Anuncia, predice la deformidad, cree en la inexistencia del paraíso. ¿Cree? (El paraíso es una idea que ya no quiere o no puede sostener).
El sueño que tuvo podría convertirse todavía en algo más poderoso, incluso, que la fatalidad. Ella misma es la mascota huérfana que les salta a varios dueños. Anda, recorre el bosque hasta que estalle y ya no pueda escribir otra cosa que la forme.