Y vos, ¿de qué lado estas? La tecnología implica grandes beneficios, pero cada uno decide si juega a favor o en contra de los buenos momentos.
En 2014, la revista New
Yorker publicó en tapa una postal que resume a la perfección la relación que hoy tenemos con esos momentos de historias mínimas que luego se convierten en recuerdos de vida.
Los alumnos están representando una obra de teatro; los padres no se quieren perder ese momento en la historia de sus hijos. Desde sus butacas, cada papá mira la obra, pero no toda. Los celulares encuadran y graban solamente a sus hijos. Esas pantallas son los ojos.
La portada de la revista es sólo un dibujo. En el día a día, basta con ir a cualquier acto escolar o recital para encontrar ejércitos de “fotorreporteros” peleando un lugar para lograr la mejor imagen de aquello que fueron a ver.
Chris Ware, el artista que dibujo la tapa, reflexiona sobre el tema: “Cuanto más nos entregamos a estos dispositivos, menos parece que ejercemos nuestra mente”.
Una compañía de internet publicita por estos días la rapidez de su servicio. Y la idea que presentan es aniquilar aquellos momentos que la mente guardaría como un recuerdo, esos que suelen contarse en una sobremesa. Ni la caída del primer diente o aquella propuesta de matrimonio llaman la atención de los padres o de la novia que, felices, están atrapados en sus respectivas notebooks. Es que hoy, subraya el comercial, nada puede competirle a tener más internet. Y adiós a esos momentos. Otro ejemplo que está dando vuelta en la tele es una publicidad en la que padres separados se muestran cálidos en sus diálogos solitarios por WhatsApp pero fríos y distantes, cara a cara y frente a su niña, cuando él la devuelve luego de cumplir con el régimen de visita.
“Grato” momento guardará la nena en su recuerdo; para colmo, se le ocurre preguntar en ese instante de tensión: “¿No seguimos siendo una familia?”.
En la película La increíble vida de Walter Mitty, hay una escena que resulta reveladora: Walter camina por el Himalaya en busca de un fotógrafo que hace días, en algún lugar de aquella montaña, espera agazapado, camuflado e inmóvil un instante preciso para capturarlo con su cámara.
Por esos milagros de las películas, Walter se encuentra con aquel fotógrafo. Él le pide que se quede quieto, observando, esperando. Walter, desconcertado, se sienta a su lado. “Hay un Leopardo de las nieves, allí, detrás de aquella piedra, así que debemos quedarnos muy, muy quietos. Le llaman felino fantasma, nunca se deja ver”, dice el fotógrafo.
Ambos esperan. De repente, por el ojo de la cámara puede verse el animal. Silencio. Walter es invitado a observarlo. El leopardo se mueve lento, pronto desaparecerá. Indefinidamente.
“¿Cuándo la vas a tomar?”, pregunta Walter.
El fotógrafo aparta el ojo de la cámara y se queda observando el momento. Y responde: “A veces no lo hago. Si me gusta un momento, a mí, en lo personal, no me gusta distraerme con la cámara. Me gusta sólo estar… en él”.
–¿Estar en él?, se sorprende Mitty. –Sí, justo ahí. Justo allí. No hay foto.
Fui yo
La comunicación persuasiva, con las licencias que le otorga la creatividad, tiene la capacidad de crear “esos” momentos. Pero también el poder, con el objetivo de lograr una identificación con el receptor o la realidad de estos tiempos, de transformarlos.
¿Cuál es el límite? Nada mejor que los beneficios que nos otorgan las nuevas tecnologías. Pero jugar artísticamente con esos momentos que nos unen como seres humanos, relativizar su valor sentimental o acentuar la desvirtuación del comportamiento humano, ¿es necesario?
La comunicación creativa y las nuevas tecnologías han tomando la responsabilidad de proponer, pero somos nosotros, las personas, los que tenemos el poder de disponer.
Cada uno decide.