Número Cero

Todo por CORRER

¿A qué se debe el auge de las carreras de larga distancia y maratones en la actualidad?

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Piensen cuándo fue que se dieron cuenta de que correr ya no era lo mismo. Cuándo fue que se había convertido en una actividad en sí misma, ajena a jugar al fútbol o a otro deporte, tan potente como para sacarnos de la silla y hacernos correr durante kilómetros, en soledad, o acompañado­s por miles de personas. Millones, si contamos a quienes al mismo tiempo corren en otras partes del mundo.

La fecha puede variar según la historia de cada uno, pero es difícil que alguien niegue esta transforma­ción en su pasado reciente. Está en las calles de nuestras ciudades y pueblos, en las montañas, en la TV, en las redes, en la plaza del barrio.

La pregunta es por qué ahora. En términos genéticos, todos estamos en condicione­s de correr. Desde la biología evolutiva, los investigad­ores Daniel Lieberman (Harvard) y Dennis Bramble (Utah) sostienen que hace millones de años los humanos desarrolla­ron la capacidad de cazar por resistenci­a: si bien no lo podían hacer a velocidade­s superiores que sus presas, sí podían correr durante mucho tiempo, el necesario para cercar a su alimento.

¿Ese acervo genético es el que en algún momento despierta y logra que gente que hacía décadas que no se entrenaba de golpe pueda lanzarse a correr? Pensemos en el célebre caso de Elisa Forti (82), quien comenzó a correr a los 72 años, y ya acumula tres cruces de los Andes.

Pero a la predisposi­ción genética y al entrenamie­nto hay que sumarles la cultura. Caso contrario, es imposible explicar cómo pasamos de tener en el mundo un promedio anual de una maratón por día en 1975 a una media de 11 maratones por día en la actualidad. Las dos olas

Los investigad­ores europeos Jeron Scheerder, Koen Breedveld y Julie Borgers señalan que, entre el paso de una pequeña elite de atletas, por entonces, a un presente con millones de adeptos, hubo al menos dos grandes olas.

Primero, la revolución cultural de las décadas de 1960 y de 1970 impulsó un proceso “liberador” de múltiples prácticas, como el mero hecho de correr en público, que era visto como una pérdida de energía, o extraño si no se realizaba en el marco de un club.

Con el avance de la desin formalizac­ión de todas las prácticas sociales, disfrutar en el espacio público de actividade­s recreacion­ales como el running se convierte en aceptable. Menos estructura- das y menos pendientes del deporte formal, las carreras urbanas y por rutas ganan espacio en Estados Unidos y luego en Europa. Ganar o estar entre los mejores deja paso al valor de participar y completar la prueba.

El segundo impulso ocurre en torno al cambio de milenio y continúa. “La segunda ola del

running se advierte incluso en la venta del calzado”, señalan los investigad­ores. Es la época en que decididame­nte la industria de las marcas deportivas y del marketing acompañan la expansión.

Los números son contundent­es. En los años 1980 ya había dos maratones por día. En 1985, por caso, se habían llevado a cabo unas 750 pruebas de este tipo (42 kilómetros y 195 metros) con 400 mil competidor­es. Entre 1998 y 2013, el número de corredores se multiplicó cuatro veces. Y en 2013, cerca de 3.900 maratones fueron organizada­s con 1.600.000 participan­tes.

“Este cambio en la popularida­d de la actividad fue impulsada, en parte, por el porcentaje de participan­tes mujeres, que pasó del 25 por ciento en 1990 al 57 por ciento en 2013”, dicen Scheerder y sus colegas.

“El running está muy de moda

CADA VEZ ES MÁS DIFÍCIL ACOMOD ARLARUTINA PROPIA A DEPORTES DE FORMA REGULAR; Y COMBINAR CONUN GRUPODE GENTEPARA PRACTICAR UN DEPORTE COLECTIVO. Alfredo Ves Losada, autor del libro “Por qué corremos”

en las mujeres, y cada vez más, porque las mujeres están en un auge y en una independen­cia, y en una necesidad de liberación que también se refleja en esto”, afirma la cordobesa Tania Díaz Slater, figura del trail running nacional que este año ganó, por ejemplo, El Cruce de los Andes y también una carrera de 160 kilómetros en Chile.

La gran ciudad

La aspiración de una vida saludable y el valor del contacto con la naturaleza chocan en nuestra vida contemporá­nea contra las moles de cemento urbanas. En el libro Por qué corremos. Las causas científica­s del furor de las maratones, se sostiene que estamos ante “una estrategia de adaptación y resistenci­a –a veces meditada, a veces inconscien­te o instintiva– contra el vértigo de la monotonía y la rutina asfixiante de la vida en las grandes ciudades”.

Alfredo Ves Losada, uno de sus autores –el otro es Martín De Ambrosio–, dice que el running emerge también en un momento en que “cada vez es más difícil acomodar la rutina propia a deportes de forma regular, y combinar con un grupo de gente para practicar un deporte colectivo”. Correr empieza con una decisión individual: basta con tener zapatillas y hacerse un tiempo. Luego sí se recupera la dimensión más social, cuando se participa en carreras o se participa en un equipo.

En su libro Correr para vivir, vivir para correr, el crítico de cine Santiago García destaca el aspecto social. “Siempre ha sido complejo generar redes sociales. El running se ha vuelto un espacio muy valioso para esas redes en las ciudades. Los grupos ayudan a correr mejor, a sentirse mejor, a compartir muchas formas de bienestar. Desde cada entrenamie­nto hasta eventos sociales, y, por supuesto, viajes”.

Esos grupos informales, articulado­s con otras instancias del mercado, fueron claves en la expansión del fenómeno de los corredores, por fuera de las asociacion­es atléticas y los clubes, con reglas más rígidas. Son comunidade­s light, según teorizan Scheerder y sus colegas, con pocas reglas, pocas demandas de tareas extras, y que se articulan mucho mejor con la organizaci­ón de carreras o maratones que hacen empresas y marcas.

Cuando se entrenaba hace 20 años, el atleta y entrenador Martín Barbeito no se cruzaba con ningún corredor en la Costanera o en el parque Sarmiento. Hoy le cuesta no encontrar a alguien practicand­o la actividad.

“Esto responde mucho a ciertas crisis sociales y de valores que hemos tenido en los últimos años y al estilo de vida. La vorágine, el estrés y el aumento de la conciencia de la salud hicieron que la actividad física haya aumentado en general. Y el running ha crecido muy fuerte”, dice. A lo que le suma el incentivo y motivación constante de ir superando objetivos y de observar el impacto del entrenamie­nto de modo concreto.

Este “tsunami” de corredores es todavía una práctica contracult­ural en un universo de sedentaris­mo. El profesor Mario Di Santo, especialis­ta en neurocienc­ias y ejercicio físico adaptado, señala que “felizmente, las prácticas de movimiento son tomadas como un hábito. En lugar de tener una población adicta a estupefaci­entes, es muy bueno que haya una población entrenada. Pero aun para algo aparenteme­nte tan sencillo y básico como correr, hace falta preparació­n complement­aria”. Y profesiona­les capacitado­s en resistenci­a y, sostiene Di Santo, un marco regulatori­o nacional que los coordine.

¿Por qué?

¿Por qué corren los que corren? Hay tantas razones como corredores. Pablo Alberto López, informátic­o que trabaja en el Consejo de Ciencias Económicas de Córdoba, comenzó a correr por cuestiones de salud. Ya fue maratonist­a y ahora se dedica a las carreras de 10 kilómetros, más explosivas.

El columnista García cuenta que comenzó a correr para salir de la depresión. Tania Díaz, quien arrasa en las montañas, para sentirse libre y disfrutar de la naturaleza. El poeta y filósofo cordobés Daniel Vera, ya jubilado de la Universida­d Nacional de Córdoba pero no de las carreras, dice que un día descubrió que correr era lo suyo e invierte la pregunta: “¿A qué se debe que tanta gente no corre, o ni siquiera realiza alguna actividad física? Es como si estuvieran peleados con su cuerpo”.

El escritor Haruki Murakami escribió en De qué hablo cuando hablo de correr que, al igual que “uno no se hace corredor porque alguien se lo recomiende, en esencia, uno se hace corredor sin más”.

Como Kilian Jornet, un corredor nacido catalán que parece de otro planeta por sus proezas en las montañas, quien escribió en Correr o morir que la pregunta de “por qué correr” es “la que nos plantean aquellas personas que no corren, pero sobre todo es lo que nos preguntamo­s nosotros mismos todas las noches antes de dormirnos”. No se sabe, pero se corre.

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