Únicos e irrepetibles
La fotógrafa Susana Pérez pone a disposición del público su arte para los retratos. Gratis, en el Palacio Dionisi.
Una silla, un pequeño cuarto tapizado de marrón oscuro, una luz y un saco negro de lanilla. Eso es todo lo que necesita Susana Pérez para que la Sala 0 del Palacio Dionisi se transforme en el estudio de retratos más maravilloso del mundo. Eso y su cámara. Y su modo siempre amable, su sensibilidad para que se despeje la timidez o la impostación, y el ojo certero para captar el momento justo en que ese rostro cobra personalidad y se vuelve un registro que corta el aliento.
“Para mí todos los rostros son maravillosos. Únicos e irrepetibles”, dice Susana, con el respaldo de más de 600 retratos como garantía. Es un aval que comenzó a construir siendo casi una niña con su padre, el maestro Anselmo Pérez, y por el que sus colegas la respetan hasta la admiración. Da lo mismo si tiene enfrente a una estrella o a un desconocido. Lo que ella mira es otra cosa. A todos les dedica la misma concentración hasta que aparece eso que busca.
Desde hace casi dos meses, los sábados de 18 a 20, “la Susy” pone a disposición del público su magnífico arte. Solamente hay que anotarse para el turno, disponerse para la ceremonia del retrato y dejarse llevar. La acción performática se llama
Pasionaria y nació por invitación de Natalia Mónica, la directora del museo. “La Naty quería que hiciéramos una retrospectiva mía, pero yo prefiero la acción y se me ocurrió hacer algo con lo que más o menos creo que sé hacer bien: los retratos”, dice Susana.
Pasionaria permanecerá hasta el sábado próximo y también se realizará este miércoles, para acompañar el día gratis del museo. Luego quizá gire por otras ciudades, o se convierta en un fotolibro, o todo eso junto mientras en la pantalla se hilvanen en un sinfín un retrato con otro, todos singulares, todos potentes, todos especiales. Únicos e irrepetibles.
Sábado en acción
“Lo único que les pido es que se pongan este tapadito viejo, que era de cuando yo usaba minifalda”, se ríe Susana, y saca del bolso un espolverino negro, lánguido, casi elástico, capaz de envolver a cualquiera; e incluso, a más de una persona.
“Las tomas que hago son planos medios y con esto les tapo la ropa. Primero, porque no quiero que en los retratos se marque una época, pero además porque la ropa siempre condiciona. Entonces, así cubiertos, nadie se tiene que preocupar de nada. Y se ablandan, se relajan, que es lo que yo necesito”, resume.
Son las 18 del sábado en el estudio. Tocan la puerta e ingresa una señora. Mientras se pone el saquito negro como si fuera una capa, comenta que es de Buenos Aires pero que ahora vive en Alta Gracia. Le encanta el arte, visita todos los museos y le pareció muy simbólico hacerse un retrato que la enfoque en esta nueva etapa de su vida.
Después pasa una pareja de estudiantes que se anotó esa misma tarde con ganas de registrar su amorosa complicidad. “Es la primera vez que hacemos esto”, cuentan cuando salen de la mano, agradecidos.
Sigue un señor mayor, que entra con una bolsita. Trae un regalo para la fotógrafa. Le cuenta algunas penas y un par de ilusiones. Se saca la gorra, los anteojos y se sienta en la silla. Mira a cámara, plácido. La fila sigue. “Hace muchos años, cuando yo empecé con la fotografía, mi sueño para esta etapa de mi vida era tener un estudio de retratos. Hoy sigo soñando con eso, sobre todo cuando veo cómo se ha vulgarizado la fotografía, con los celulares, las Todos salen iguales. A mí todo eso me parece selfies. falso”, confiesa Susana Pérez.
“Pero no es un problema con la tecnología –aclara–. Al contrario, yo vivo estudiando. No soy una romántica del laboratorio y la luz roja... Tanto antes como ahora, todo empieza en la toma. Si no tenés la toma resuelta, no tenés nada. Pero a mí siempre me apasionó el retrato, porque se toma su tiempo para que aparezca la verdadera personalidad”.