Teorías científicas y monstruos debajo de la cama
La autora de Frankenstein tenía 18 años cuando concibió al famoso científico que a su vez dio vida a uno de los monstruos más populares del bestiario fantástico, una criatura temida y adorada en partes iguales, que terminó quedándose con el nombre de su creador.
Hay toda una leyenda construida alrededor de la noche en que Mary Godwin (todavía no estaba casada) encontró la historia que se convertiría en un clásico. Junto a su futuro esposo, el poeta Percy Shelley, su hermanastra Claire Clairmont, el también poeta Lord Byron y el médico y escritor John Polidori, Mary pasaba una temporada junto al lago Leman.
El clima lluvioso los confinaba a pasarse días enteros en dos caserones inmensos, propicios para los relatos de fantasmas y otros sustos. Al parecer fue Byron quien propuso que debían contarse historias creadas por ellos mismos.
Mary Shelley empezó a darle forma a la consigna mientras se revolvía en la cama, en un trance rigurosamente vigilado entre el sueño y el desvelo, repasando conversaciones que había escuchado durante el día y acosada por imágenes. Vio al pálido estudiante de artes sacrílegas, de rodillas junto a la “cosa” que había ensamblado.
Al día siguiente anunció que tenía tema.
“Los científicos que estudian el sueño, sus fases y características, reconocerían en las palabras de Shelley la descripción de una alucinación hipnagógica”, escribe el mejicano Luis Javier Plata Rosas en La ciencia y los monstruos. También conocida como “parálisis del sueño”, se trata de un tipo de alucinación (puede ser visual pero también auditiva) que puede ser confundida con un fenómeno paranormal, aunque se explica por el estado de hipervigilancia del cerebro y otras combinaciones neurológicas que conflictúan la interpretación de los estímulos.
Frankenstein, los zombis, los vampiros, las brujas, Hannibal Lecter, las películas de terror, el Hombre Lobo y otros seres horripilantes son de la partida en el flamante volumen de la colección Ciencia que ladra, que propone un sistema de maravillas cruzadas entre disciplinas como la psicología evolutiva, la biología o la astronomía y los entes u organismos surgidos de la imaginación popular o animados por la ficción.
El libro se mueve en un amplio abanico de temáticas, que va desde las creencias en criaturas como el Chupacabras o los muertos vivientes hasta la taxonomía científica inspirada en las fantasías literarias y cinematográficas con las cuales la humanidad se da el gusto de asustarse (y excitarse).
¿Cuál es el posible vínculo entre la toxina del pez globo y la “zombificación” de una persona? ¿Por qué nos atraen los libros y filmes que llevan derecho a experiencias de vértigo y pavor? ¿Qué chances tienen los hombres de sobrevivir a un apocalipsis vampírico? ¿En qué medida un hongo que crece en el centeno puede haber incidido en la “detección” de brujas y su posterior exterminio? Muchas de estas preguntas encuentran respuestas y abren nuevos interrogantes en La ciencia y los monstruos, cuyo estilo divulgativo amable y preciso se anuda a altas dosis de buen sentido del humor.
“Dejamos de buscar monstruos debajo de la cama cuando nos dimos cuenta de que estaban dentro de nosotros”, dice el naturalista Charles Darwin en el apéndice de “Citas monstruosas” que se incluye al final del libro.
La frase es certera en cuanto a la convivencia que deberíamos asumir con nuestras propias deformidades y regiones desconocidas, pero no hay nada dicho sobre lo que nos espera debajo de la cama: para algunos la evolución no ha pasado de poner el colchón en el piso.