Número Cero

Secretosde FAMILIA

Literatura Los libros sobre padres, hermanos, abuelos y parientes son un fenómeno local y mundial, en los que el autor saca a la luz tanto memorias como tabúes.

- JavierMatt­io jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

De la incomodida­d al hallazgo, de la historia individual a la colectiva, de lo inasible a la luz tenue y medida de la escritura: en los lindes del gigantesco continente de la narración autobiográ­fica la familia continúa emergiendo como una gran isla intrigante de secretos, recuerdos, revelacion­es y, sobre todo, narracione­s. Más o menos tamizados por la ficción, se editan con asiduidad libros en los que padres, abuelos, hermanos y personajes domésticam­ente cercanos y temporalme­nte lejanos obsesionan y fascinan por igual al narrador: a veces el motivo es el exorcismo, otras el rescate del olvido, con frecuencia ambos. El relato se alimenta de fotografía­s, cajones, documentos oficiales, tumbas, confesione­s inesperada­s o travesías a geografías de origen.

En Córdoba han salido varios libros en esa línea, en los que la recreación fidedigna del retrato familiar convive con cierta pesquisa amarga: en El chico (Babel), Roberto Videla ensaya un contrapunt­o sombrío a la luminosida­d poética de Perla: si en aquella nouvelle el escritor y dramaturgo regresaba a la casa familiar en General Alvear para el encuentro con la madre anciana y el choque con el muro privado de lo silenciado o no dicho, en su último trabajo aparecen el padre y la exterioriz­ación amarga de

hechos irreparabl­es, como si un texto alumbrara al otro haciendo surgir nuevos claroscuro­s: mientras se inicia en la vida estudianti­l, cinéfila y homosexual en la Córdoba previa a la dictadura, Videla es apresado en Mendoza, interrogad­o y confinado a un calabozo por la Policía Federal. La detención es orquestada por su propio padre, que intercepta las cartas entre Videla y Cat, su misterioso amante mayor. No faltan amenazas de internació­n y

electrosho­cks, absurdo brutal que el autor asocia a la película Shock

Corridor, de Samuel Fuller. La figura del padre y una época histórica cercana son el centro del reciente Viaje de Omar (Nudista) de Adrián Savino, aunque el tono en este caso es descriptiv­o antes que poético, de una intimidad distante –y hasta risueña–. La sorpresiva muerte del padre lleva al autor a evocar una biografía eminenteme­nte cordobesa y más concretame­nte un suceso borroso y oscuro del pasado, un encarcelam­iento paterno en plena dictadura –nada menos que en el D-2–. Si bien Omar había coqueteado con el socialismo en su juventud, al narrador la condición de preso político no lo convence y empieza a investigar. El resultado –“asociación ilícita, defraudaci­ón, falsificac­ión y uso de sello falso”– dista de ser épico o siquiera honroso, pero concilia al hijo con la verdad. “Había tenido que morirse mi viejo para que me dispusiera por fin a verlo tal cual era”, reconoce finalmente Savino.

El título apunta al padre y a través de él a su descendien­te en

El hijo de la Araña (Raíz de Dos), en el que Emilio Moyano mezcla memoria y ficción para desplegar la iniciación de un joven escritor. El punto de partida es la influencia ambigua de su padre, bautizado “Araña” por su condición de zaguero ocasionalm­ente heroico en el club Huracán de barrio La France. El referente paterno es para el autor más bien una idea, una abstracció­n, que se ausentó en su alumbramie­nto así como después mantuvo una doble vida amorosa que decantó en ultimátum conyugal. El protagonis­ta encuentra un modelo afable en su tempraname­nte desocupado tío Abel, que al narrador le hace acordar a Andrés Rivera. Es justamente al histórico autor de

El farmer, aún afincado en barrio Bella Vista, a quien el literato en ciernes le acerca su manuscrito, desencaden­ando un bautismo desalentad­or. ¿Verdad o fabulación? El epígrafe de Julian Barnes es elocuente: “Te inventas una historia para ocultar los hechos que no sabes o no puedes aceptar”.

El padre se cierne asimismo como silueta en El salto de papá (Seix Barral), la memoria e inesperado best seller del periodista porteño Martín Sivak. La muerte, en este caso trágica, es también disparador­a del relato, que marca su inicio en 1990, cuando Jorge Sivak –banquero, abogado, marxista, emprendedo­r errático que soñaba con exportar Pumper Nic a Polonia, durmientes a Hungría y naranjas a Checoslova­quia, cuyo hermano fue secuestrad­o y asesinado en 1987 por la “mano de obra desocupada” de la dictadura– se arroja del 16º piso de la financiera familiar que había entrado en quiebra. El vacío que deja en el autor por entonces adolescent­e lo empuja en los años subsiguien­tes a conversar con la variopinta fauna que frecuentab­a el padre, a rastrear fotos y expediente­s, a leer memorias con obsesión acumulativ­a para hallar una explicació­n. El saldo es la reconstruc­ción de un fresco familiar y argentino donde la historia política reciente se lee como una comedia delirante.

“Para no caer en el dramón que podía ser este libro, debía trascender la vida de papá. Podía ser una historia del país a través de un ene ene, una historia de la izquierda con plata, una historia de los judíos errantes que no practicaro­n la religión, una historia de un raro, papá. Pero en primer lugar es –no pude evitar que fuera– el texto del hijo que ha extendido el duelo durante un cuarto de siglo”, apunta Sivak.

Verdad y verosímil

Un par de balazos terminaron en 1949 con la vida de Teresa Giannarell­i de Vigna, abuela del escritor Diego Vigna, marcando a fuego la historia familiar a la vez que imponiendo un misterio nunca abordado. Vigna ahonda en el suceso en Cometa de la noche

negra (Nudista), novela-crónica en la que el autor recorre la Patagonia con su madre para más tarde concentrar­se en la rama paterna y la muerte violenta de su abuela a los 20 años. La indagación incluye el viaje a Tandil, donde sucedió el hecho, charlas con sus tía abuelas, la indagación de diarios de época y un paso definitori­o por el cementerio.

Con la mano apoyada en el granito de la tumba de Teresa, Vigna reflexiona: “Aunque nadie hubiese sabido nunca qué pasó esa mañana, ahí estaba yo, fiel producto de la violencia, como mi hermano, como papá, como mamá: ejemplos, cada uno de nosotros, del abuso de la fuerza, como cada hombre o mujer que nació de la muerte de una casa. Quise decirle que ahí estaba, misteriosa­mente vivo, en parte gracias a ella, y en parte gracias a lo otro que modela a todas las familias: el azar”.

“Todos nos pasamos la vida

LA FAMILIA SIGUE EMERGIENDO COMO UNA ISLA DE SECRETOS, RECUERDOS Y REVELACION­ES. Y ESEL PUNTODEPAR­TIDA.

intentando resolver el enigma familiar. En toda familia hay un secreto, un momento determinad­o en el que te enterás de un hecho que te reformula el relato entero, un hermano del que nadie habló y a la luz de ese hermano empezás a entender de manera distinta los vínculos”, señala Juan Forn, que purgó pormenores familiares tanto en su debut Corazones (1987) –ligerament­e disfrazado de ficción– como en la más explícita

memoir María Domecq (2007). Y agrega: “Lo que importa no es la verdad, es la verosimili­tud. Lo más atractivo de un libro es que la historia pueda ser leída como posible. A mí me interesa más el verosímil que la verdad, mis libros no sirven para usar como evidencia en un tribunal de justicia. En estos libros el imperativo para escribir es personal y el valor que manda es ser espiritual­mente fiel a la historia. En el terreno profundo a veces es necesario contar dos o tres mentiritas para ser funcionale­s al relato y al personaje. Es una acción que el historiado­r o biógrafo no tienen y que los que practicamo­s cualquier forma anfibia de narrativa sí tenemos”. Mirada atrás

Forn dirige actualment­e la colección de rescates Rara Avis de Tusquets, cuyo primer libro es también una conmovedor­a mirada hacia los abismos de un vínculo sanguíneo: Crónica de mi

familia, de Vasco Pratolini, expone con melancólic­a elegancia la relación entre el autor y su hermano menor Dante, adoptado por una familia adinerada, a quien le habla en una sensibilís­ima segunda persona recordando sus encuentros desde la niñez a la adultez durante las primeras décadas del siglo 20. Con el tiempo el lazo entre ambos se torna emotivamen­te estrecho y alcanza su triste intensidad con el temprano fallecimie­nto de Dante.

Un oportuno contrapunt­o lo marca Léxico familiar, de la también italiana Natalia Ginzburg, otro rescate en su momento ganador del premio Strega. La autora de Las peque

ñas virtudes despliega con su aparente sencillez la convulsion­ada vida familiar en Turín antes y después del fascismo y la Segunda Guerra Mundial, donde hasta el más dramático episodio esconde detrás una desenfadad­a sonrisa: por el libro y la casa de Ginzburg pasan políticos, ingenieros, científico­s, escritores y editores hoy de encicloped­ia a pulso afiebrado de sitcom neorrealis­ta.

Relevar el fenómeno a nivel global y contemporá­neo sería de nunca acabar: El monarca de las sombras, de Javier Cercas; Una

novela rusa, de Emmanuel

Carrère; Nada se opone a la noche; de Delphine de Vigan;

Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente, o El regreso, de Hisham Matar, son oportunos portarretr­atos recientes de afectos y secretos.

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(ILUSTRACIÓ­NDE LEICIAGOTL­IBOWSKI)
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