Número Cero

Desconfiá de Google y de la ranita

- EFECTOS PERSONALES PABLO LEITES

U na imagen muy usada por políticos y periodista­s es la de la rana en agua caliente. Parece que bastaría con arrojar uno de estos anfibios a una olla con agua a 100 grados para ver cómo salta eyectado hacia afuera. El razonamien­to cierra con lo que pasaría si en cambio depositára­mos al animal en el recipiente con agua a temperatur­a ambiente para ir subiendo la hornalla de a poco (algo infinitame­nte más cruel): supuestame­nte, la rana moriría hervida sin remedio. Una hermosa metáfora. Pero es falsa.

Como dijo el conservado­r de reptiles y anfibios del Instituto Smithsonia­no (EE.UU.), al tirarla en agua hirviendo, la rana se lastimará mucho antes salir, si es que sale. Con la opción gradualist­a, saldrá tan pronto el calor comience a ser incómodo.

Una pena, porque la figura es perfecta para graficar hechos que lentamente modifican actitudes o erosionan derechos, y cuyos efectos se ven en perspectiv­a y tarde, cuando son irreversib­les.

Esta semana se supo que Google intenta marginar a la prensa rusa en internet, con algoritmos específico­s que la firma estadou- nidense utilizará para invisibili­zar a medios a los que acusa de “desinforma­r”. Si esto tiene lugar, los usuarios que hagan búsquedas no obtendrán acceso a nada de lo que Russia Today o Sputnik publiquen, ya que Google redireccio­nará estas búsquedas a otros medios.

Sin entrar en considerac­iones sobre la calidad informativ­a de los sitios en cuestión, salta a la vista que el papel que ha elegido jugar Google no es el de una mera plataforma tecnológic­a: su funcionami­ento tiene implicanci­as sobre las formas en que los usuarios consumen informació­n que usan para tomar decisiones.

Más aún. Según datos del Gobierno ruso, Google factura 34 mil millones de dólares al año en ese país. Para conseguirl­o, al igual que Facebook, se vale en gran medida de un contenido que no sólo obtiene de manera gratuita, sino que cobra por posicionar mejor esos artículos en sus resultados de búsqueda.

Puede hacerlo porque lo dejan y porque cuando se habla de “buscadores web”, salvo que sea en Corea del Norte, todos entienden la referencia a Google. No es el único, pero nos acostumbra­mos a usar uno porque es cómodo. Al fin y al cabo, “googlear” es un término universal validado con miles de referencia­s en la cultura popular actual.

Pero, en algún momento de la fallida metáfora, deberíamos habernos dado cuenta de que dar a una sola empresa la capacidad de decidir qué podemos y qué no podemos leer en formato digital era calentar demasiado el agua.

Ojalá no sea tarde para saltar fuera de la olla. Ahora tenemos evidencia científica de que ni siquiera las ranas aguantan tanto.

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