Desconfiá de Google y de la ranita
U na imagen muy usada por políticos y periodistas es la de la rana en agua caliente. Parece que bastaría con arrojar uno de estos anfibios a una olla con agua a 100 grados para ver cómo salta eyectado hacia afuera. El razonamiento cierra con lo que pasaría si en cambio depositáramos al animal en el recipiente con agua a temperatura ambiente para ir subiendo la hornalla de a poco (algo infinitamente más cruel): supuestamente, la rana moriría hervida sin remedio. Una hermosa metáfora. Pero es falsa.
Como dijo el conservador de reptiles y anfibios del Instituto Smithsoniano (EE.UU.), al tirarla en agua hirviendo, la rana se lastimará mucho antes salir, si es que sale. Con la opción gradualista, saldrá tan pronto el calor comience a ser incómodo.
Una pena, porque la figura es perfecta para graficar hechos que lentamente modifican actitudes o erosionan derechos, y cuyos efectos se ven en perspectiva y tarde, cuando son irreversibles.
Esta semana se supo que Google intenta marginar a la prensa rusa en internet, con algoritmos específicos que la firma estadou- nidense utilizará para invisibilizar a medios a los que acusa de “desinformar”. Si esto tiene lugar, los usuarios que hagan búsquedas no obtendrán acceso a nada de lo que Russia Today o Sputnik publiquen, ya que Google redireccionará estas búsquedas a otros medios.
Sin entrar en consideraciones sobre la calidad informativa de los sitios en cuestión, salta a la vista que el papel que ha elegido jugar Google no es el de una mera plataforma tecnológica: su funcionamiento tiene implicancias sobre las formas en que los usuarios consumen información que usan para tomar decisiones.
Más aún. Según datos del Gobierno ruso, Google factura 34 mil millones de dólares al año en ese país. Para conseguirlo, al igual que Facebook, se vale en gran medida de un contenido que no sólo obtiene de manera gratuita, sino que cobra por posicionar mejor esos artículos en sus resultados de búsqueda.
Puede hacerlo porque lo dejan y porque cuando se habla de “buscadores web”, salvo que sea en Corea del Norte, todos entienden la referencia a Google. No es el único, pero nos acostumbramos a usar uno porque es cómodo. Al fin y al cabo, “googlear” es un término universal validado con miles de referencias en la cultura popular actual.
Pero, en algún momento de la fallida metáfora, deberíamos habernos dado cuenta de que dar a una sola empresa la capacidad de decidir qué podemos y qué no podemos leer en formato digital era calentar demasiado el agua.
Ojalá no sea tarde para saltar fuera de la olla. Ahora tenemos evidencia científica de que ni siquiera las ranas aguantan tanto.