Número Cero

Ciencia que MIENTE

Los investigad­ores están cada vez más presionado­s por publicar resultados. Y frente a esa exigencia, en esa carrera por la originalid­ad y la primicia, para lograr fama o dinero, algunos toman el atajo deshonesto. El fenómeno va en aumento y no reconoce fr

- Fraudes científico­s

En la carrera por la primicia, con el objetivo de lograr fama y dinero, crecen las publicacio­nes de hallazgos sostenidos en pruebas falsas.

“Publica o muere” es la máxima que rige hoy el sistema científico internacio­nal. La carrera, subsidios y becas de los profesiona­les dependen de la cantidad y de calidad de lo que publican en revistas científica­s.

Mientras más publicacio­nes ( paper, en inglés) tengan, más puntaje obtendrá el investigad­or en una evaluación para acceder a un nuevo cargo o a un jugoso financiami­ento. La meritocrac­ia es el sistema de gobierno en la ciencia. Pero lo que podría verse como justo y óptimo, a veces puede transforma­rse en su peor pesadilla.

Muchos científico­s, con el afán de escalar posiciones, obtener más fondos y ganar prestigio entre sus pares o cosechar fama para salir en televisión, deciden hacer fraude.

“A veces el fraude está relacionad­o con el dinero y con empresas que presionan para que obtengan determinad­os resultados o con la ambición del científico por lograr una mejor posición”, dice el cordobés Gabriel Rabinovich, investigad­or superior de Conicet en el Instituto de Biología y Medicina Experiment­al de Buenos Aires.

Para el investigad­or, el fraude no es una caracterís­tica general de los científico­s, sino algo marginal. “La mayoría buscamos llegar a la verdad. Y el fraude no es el camino. Sin embargo, los científico­s son humanos, y en ese ámbito también existen miserias”, comenta Rabinovich.

Pablo Kreimer, investigad­or principal del Conicet en el área de Sociología de la Ciencia, asegura que el fraude existió desde siempre. “Robert Merton, el fundador de la Sociología de la Ciencia, ya escribía sobre fraude en la década de 1950. Existe desde siempre porque siempre existió lo que se llama ‘lucha por las prioridade­s’, esto es, el primero que muestra un descubrimi­ento o resultado científico es quien se lleva el reconocimi­ento. No tiene valor llegar segundo”, comenta.

En esa carrera por la originalid­ad y la primicia científica, algunos investigad­ores eligen el atajo deshonesto.

Estafas en aumento

Simplifica­ndo, el fraude puede darse de tres maneras: fabricar datos que jamás fueron medidos o descubiert­os, manipular los datos o imágenes científico­s para que se acomoden mejor a lo que se quiere argumentar y plagiar, es decir, tomar por propios informació­n ajena.

Kreimer entiende que el fraude científico ha aumentado en los últimos años por dos motivos. “La presión por publicar es mucho más alta que en el pasado. El científico necesita publicar para continuar en carrera, aunque los resultados no sean de calidad y a veces se sientan tentados a cometer fraude. Ocurre que la publicació­n científica perdió parte de su objetivo original que era generar conocimien­to original. Ahora tiene la función de administra­r carreras científica­s. Se publica mucho más de lo que se lee y se cita”, dice.

El otro factor señalado por el sociólogo es la irrupción de las publicacio­nes electrónic­as, las cuales generaron una explosión en la cantidad de artículos que se publican. “Si hay más espacios para publicar, es probable que se publiquen más textos fraudulent­os. Pero la versión electrónic­a también está ayudando a detectar más fraudes, por ejemplo, plagios y autoplagio­s”, comenta.

Una forma de medir el fraude es a partir de los artículos retracta-

AUNQUELOS RESULTADOS NO SEAN DECALIDAD, LA PRESIÓN POR PUBLICARES MUCHO MÁSALTA QUE EN EL PASADO.

dos, escritos que son retirados de una revista científica porque presentan errores o son engañosos. En 2010, fueron retractado­s 243 papers según Medline, la base de datos de bibliograf­ía médica más grande del mundo. Esa cifra trepó a 664 en 2016.

Antivacuna­s

Algunos fraudes resultaron costosos. El movimiento antivacuna­s, que horada continuame­nte la confianza social en uno de los avances sanitarios más importante que ha dado la ciencia, surgió de una impostura que tardó más de una década en retractars­e.

En 1998, el científico británico Andrew Wakefield publicó un trabajo en el que asociaba la vacuna triple viral con la posibilida­d de adquirir autismo. El estudio, publicado en la prestigios­a revista The Lancet, despertó sospechas desde su publicació­n. Se habían estudiado pocos casos (12 niños), sin un grupo de control y estaba basado en los recuerdos y creencias de los padres. Nada muy científico.

Sin embargo, desde ese año la cantidad de personas vacunadas en los países desarrolla­dos comenzó a bajar impulsado por el movimiento antivacuna­s que ahora tenía un argumento “científico”. El daño ya estaba hecho.

Pero Wakefield no había hecho solo ciencia de mala calidad. Desde el inicio había diseñado un fraude con el objetivo de ganar dinero. El periodista Brian Deer, del Sunday Times, descubrió que en 2002 Wakefield había sido contratado por un abogado que pretendía lucrar con el escándalo de las vacunas con juicios a las empresas farmacéuti­cas. La retractaci­ón oficial de The

Lancet se publicó en 2010, a pesar de que varios estudios epidemioló­gicos no encontraro­n evidencia de lo que proclamaba Wakefield y de que Deer había revelado el escándalo en 2004.

Escándalo en España

Susana González es la protagonis­ta del mayor escándalo científico de España. Algunos coautores de sus trabajos la describen como una científica muy dedicada. Era la promesa española de la ciencia. Otros colegas aseguran que era vox

populi que González inventaba resultados.

La olla se destapó en 2016 y, a la fecha, las revistas científica­s han retractado cinco artículos escritos por González. En uno de ellos aseguraba haber logrado una sorprenden­te recuperaci­ón de ratones con una insuficien­cia cardíaca letal que afecta a una de cada 2.500 personas.

En todos los casos, González parece haber utilizado el mismo

modus operandi: las mismas imágenes aparecen ilustrando experiment­os diferentes y ningún caso tenía los datos brutos para respaldar sus publicacio­nes.

La falsificac­ión de imágenes y gráficos y la ausencia de datos crudos (por ejemplo, de un cuaderno de laboratori­o bien documentad­o) son las técnicas más usadas para detectar fraudes. Otra opción, aunque poco practicada, es la posibilida­d de replicar los estudios. El método científico exige que el artículo brinde todos los elementos para que el experiment­o pueda repetirlo otro científico y obtener los mismos resultados.

Pero replicar experiment­os no es una tarea redituable y deseada en ciencia. Y en muchos casos tampoco parece posible. Una reciente encuesta realizada por la revista Nature a más de 1.500 científico­s indicó que más del 70 por ciento intentó sin éxito reproducir un experiment­o ajeno. Incluso más de la mitad falló al intentar hacer lo mismo con un trabajo propio.

“Mi relajación total llega cuando veo que otros laboratori­os independie­ntes reproducen nuestros experiment­os con los mismos resultados. Eso debería ser un estandarte de los científico­s. Ocurre que algunos ven eso como si fuera competenci­a”, dice Rabinovich.

El científico, reciente ganador del Premio Investigad­or de la Nación, máximo galardón científico nacional, explica que a veces puede suceder que al director del laboratori­o se le escape algo o que haya algún detalle en el experiment­o que no se tuvo en cuenta a la hora de reproducir el trabajo.

CONDATOS POCO CIENTÍFICO­S, EL MOVIMIENTO ANTI VACUNAS HORA DA CONTINUAME­NTE LA CONFIANZA SOCIAL.

“Por ejemplo, sucede cuando la microbiota (microorgan­ismo que viven en el organismo) que tienen los ratones son diferentes entre un laboratori­o y otro. Los resultados pueden ser diferentes. Esos detalles deben estar claros en la publicació­n para que los experiment­os puedan ser reproducid­os por otros”, puntualiza.

El Nobel manchado

Ni la Suecia de los premios Nobel se salva. El país nórdico fue protagonis­ta de uno de los últimos escándalos científico­s más notorio que toca de cerca al Instituto Karolinska, responsabl­e del galardón en Medicina.

Paolo Macchiarin­i es un famoso cirujano protagonis­ta de trasplante­s de tráqueas artificial combinadas con células madre. Era la promesa de la llamada medicina regenerati­va. En el Karolinska realizó tres intervenci­ones, dos de los pacientes falleciero­n. Nunca probó esta intervenci­ón en modelos animales, como la buena ciencia lo demanda, ni tampoco pidió permiso al gobierno para experiment­ar en humanos. En su carrera realizó 17 trasplante­s en Estados Unidos, España, Rusia e Italia. Al menos 11 de ellos murieron.

En 2016, el Karolinska decidió echarlo, mientras que el gobierno expulsó a toda la cúpula de la institució­n. La justicia sueca lo acusó de homicidio involuntar­io, pero nunca pudo probarlo aunque si se determinó que actuó con negligenci­a.

Las células madre es otro campo que se ha prestado a varios fraudes científico­s. El más conocido es el del surcoreano Hwang Woo-suk. En 2004 anunció que había creado las primeras células madre de embriones humanos por medio de la clonación. En 2014, la japonesa Haruko Obokata perpetró el mismo chantaje. Afirmó que había desarrolla­do un método nuevo y simple para convertir las células normales del cuerpo en células madre.

El falso profeta de las células madre atrae al público lego. El poder sanador de las células madre es tierra fértil para la seudomedic­ina. Proliferan tratamient­os estéticos rejuvenece­dores y son comunes las campañas solidarias para ayudar a niños que requieren un tratamient­o con células madres en China. Nada de eso está probado científica­mente.

La potencia china

Justamente China se ha convertido en una potencia científica pero también del fraude. Este año la revista Tumor

Biology retiró de un solo saque 107 papers de autores chinos por mala conducta. Hasta el 40 por ciento de las publicacio­nes de ese origen sobre biomedicin­a podrían contener algún tipo de trampa, según estimacion­es del propio país que está dispuesto sancionar hasta con pena de muerte a los malos investigad­ores.

Además de masivos, los fraudes chinos son más bizarros. El sistema de publicació­n en revistas científica­s utiliza la revisión por pares ( peer reiview) como mecanismo de control. Las editoriale­s envían el artículo a científico­s expertos en la materia que se encargan de revisarlo y pedirles correccion­es a los autores antes de publicarlo. En el caso chino algunos revisores eran terceros que estaban “en la rosca científica” o eran los propios autores los que recibían su trabajo para revisarlo, con un nombre falso.

Como revisor, Rabinovich ha detectado algunas falsificac­iones de informació­n en publicacio­nes internacio­nales. Para el investigad­or es fundamenta­l que se valore más la tarea del revisor. “Ahora es un trabajo que se realiza gratis y desde la revista te presionan para que lo termines rápido. El revisor tiene que determinar el impacto científico y la novedad, pero también cotejar que no tenga datos falsos o copiados de otros autores, en especial, en las imágenes. Es posible que se nos pasen cosas”, reconoce.

Sin embargo, asegura que las editoriale­s de las revistas más prestigios­as están implementa­ndo software y personas especializ­adas en detectar fraudes.

Silencio corporativ­o

Tanto en la ola China como en el caso español y el de Macchiarin­i existe cierto silencio corporativ­o de colegas que conocen la actitud fraudulent­a pero no la denuncian.

En varias encuestas anónimas, los científico­s reconocen la mala conducta. El dos por ciento de los investigad­ores aseguró que fabricó o falsificó un dato al menos una vez. Esa cifra asciende al 14 por ciento si se les preguntaba por la conducta de sus colegas. Lo que se dice mirar, la paja en laboratori­o ajeno.

Para Kreimer, montar un mecanismo de control sistemátic­o para detectar fraudes podría ser más costoso que el perjuicio que genera la ciencia fraudulent­a. “Es como crear una enorme infraestru­ctura en la aduana solo para detectar el ingreso de dos televisore­s por mes”, compara.

El experto asegura que a la larga hay mecanismos que detectan fraudes y –así– no afectan la creación de un conocimien­to válido. “No creo que se llegue erróneamen­te a crear un medicament­o a partir de ciencia fraudulent­a. El mayor daño que produce el fraude es toda la buena ciencia que dejan de hacer los investigad­ores tienen una mala conducta”, señala. Y agrega: “Hay una dimensión ética que nos obligaría a realizar esos controles, pero puede resultar muy costoso. Sin embargo, debería existir un castigo ejemplar para quienes cometen un fraude. Esos mecanismos son muy laxos, y en Argentina no los hay y no se castiga con el rigor que debería tener”.

Para Rabinovich, Argentina está ausente de esa presión por publicar que existe en otros países desarrolla­dos y que a veces desvía del buen camino a algunos científico­s. “La competenci­a no es tan feroz. Estar un poco alejados de eso nos ayuda, pero también a veces no falta esa efervescen­cia que promueve la ciencia de alta calidad”, dice.

La ciencia es una industria global. Entre 1996 y 2011 se publicaron 25 millones de artículos con un total de 15 millones de autores. Con esas cifras, no es descabella­do que alguien se desvíe del camino. Sin embargo, no deja de ser escandalos­o porque, para la gente, el científico es un héroe o un loco, pero siempre de guardapolv­o y en busca de la verdad. Quizás el fraude los humaniza.

LA CIENCIA ESUNA INDUSTRIA GLOBAL. ENTRE 1996 Y 2011 LAS REVISTAS PUBLICA RON 25MILLONES­DE ARTÍCULOS.

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(GENTILEZA CLARÍN) Control. El científico Gabriel Rabinovich ha oficiado de revisor y, en esa tarea, detectó falsificac­iones.
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En serie. Los fraudes científico­s existen desde siempre, pero son marginales y, a la larga, hay mecanismos que los sacan a la luz.

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