Número Cero

La poesía en “The Punisher”

- JOSÉ HEINZ

A unque varios amigos intentan convencerm­e con argumentos muy convincent­es, no suelo ver series sobre superhéroe­s. No es porque no me interesen, simplement­e me abruma un poco la variedad de oferta disponible. Sin embargo, en unos días libres que tuve me enganché con The

Punisher, una de las últimas alianzas entre Marvel y Netflix.

La historia es muy buena, la dirección es formidable y el protagonis­ta, Frank Castle, es uno de esos tipos que exploran los grises que hay entre el bien y el mal (papel consagrato­rio para Jon Bernthal). En el primer episodio, Castle aparece tirado en una litera leyendo la novela Moby Dick que le prestó su amigo Curtis, quien lleva adelante reuniones de apoyo a veteranos de guerra como él. Es un guiño a la historia, ya que Castle, al igual que el capitán Ahab, afronta una travesía para matar a su propia ballena blanca. No es el único guiño literario en

The Punisher, y esto me da pie para confesar otra razón por la que comencé a ver la serie: la nostalgia. Recuerdo leer el cómic a mediados de la década de 1990, cuando lo publicaba la desapareci­da Editorial Columba y se conseguía en los quioscos de revistas. Por aquella época, mi versión preadolesc­ente se enganchó con esa trama violenta llena de matices, tan diferente a la del resto de los héroes con capa y superpoder­es.

En la historieta, ilustrada y escrita por Carl Potts, uno de los personajes secundario­s leía poemas en su refugio, los cuales funcionaba­n para darles un marco a algunas viñetas. Era David Lieberman, también conocido como el hacker Micro, que en la serie de Netflix es interpreta­do por Ebon Moss-Bachrach. Gracias a este personaje descubrí a Robert Frost, uno de los mayores y más populares representa­ntes de la poesía moderna estadounid­ense.

Recuerdo particular­mente el final de una de las historieta­s con fragmentos de “El camino recobrado” (muchos años después me iba a enterar de que es el poema más famoso de Frost), cuyos versos finales me siguen conmoviend­o como el primer día: “Debo estar diciendo esto con un suspiro/ De aquí a la eternidad:/ Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,/ Yo tomé el menos transitado,/ Y eso hizo toda la diferencia”.

Frost también inspiró a George R. R. Martin, quien reconoció la deuda con el poema “Fuego y hielo” para escribir su saga de libros. Y la verdad es que ese poema todavía suena en tiempo presente: “El mundo acabará, dicen, presa del fuego;/ otros afirman que vencerá el hielo./ Por lo que yo sé acerca del deseo,/ doy la razón a los que hablan de fuego./ Mas si el mundo tuviera que sucumbir dos veces,/ pienso que sé bastante sobre el odio/ para afirmar que la ruina sería/ quizás tan grande, y bastaría”.

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