Número Cero

Clásica y moderna

Marguerite Yourcenar El 17 de diciembre de 1987, moría la autora de “Memorias de Adriano”. Sus “Cuentos completos”, de reciente edición, son una excelente excusa para volver a leer una obra escrita en diálogo con los clásicos.

- Rogelio Demarchi

H ace 30 años, fallecía Marguerite Yourcenar (1903-1987), una niña prodigio educada por un padre que se negó a enviarla a la escuela (perdió a su madre a los 10 días de haber nacido).

Al filo de la Gran Guerra, la pequeña ingresó al mundo de la literatura a través de largas jornadas de lectura en voz alta. Su padre no sólo la guiaba en el conocimien­to de los clásicos, sino también en la necesidad de leerlos en sus lenguas originales y de prestar atención a las caracterís­ticas musicales de sus construcci­ones verbales. Así emprendió el estudio de griego, de latín, de inglés, de italiano, algo de alemán y mucho de francés.

Escribir fue entonces un destino inevitable: a los 16 años ya había escrito un libro de poemas y para los 20 ya tenía el proyecto de escribir lo que, mucho tiempo después, sería casi el nudo central de su obra: Memorias de

Adriano y Opus nigrum, entre otras.

Por cierto, lo primero que escribió fue su nombre literario, un anagrama de su nombre real: Marguerite Cleenewerc­k de Crayencour.

Obsesiva y perfeccion­ista, Yourcenar fue una escritora de ideas tempranas y escritura relativame­nte tardía, a la que seguía, además, una casi constante relectura y corrección, como lo demuestran sus Cuentos completos, publicados por primera vez en un solo volumen el año pasado en España en una edición económica que acaba de llegar a nuestras librerías.

Su autocrític­a era constante: desconfiab­a de su capacidad; sentía que no estaba a la altura de sus proyectos; juzgaba que se había equivocado en publicar tal o cual relato; no estaba de acuerdo con el final de uno y con el desarrollo de otro; corregía su error si alguien le demostraba que era inverosími­l algún aspecto de sus personajes. En consecuenc­ia, era capaz de reescribir hasta transforma­r por completo lo ya publicado o lo conservado como inédito durante décadas.

Tal vez por eso leerla resulta una experienci­a tan placentera desde lo estético. Si a eso se agrega que ella misma ha brindado una sorprenden­te serie de datos sobre las condicione­s de producción y sobre la evolución de algunos cuentos de una edición a la siguiente, uno corre el riesgo de desear convertirs­e en el lector total de sus papeles y las series literarias con las que dialogan sus ficciones. Porque sobre eso también dejó una buena guía.

Confesione­s y resultados

Las máximas confesione­s acompañan al tríptico de Como el

agua que fluye; para las “medidas” de Yourcenar, dos novelas cortas y un relato largo. “Ana, soror…”, por ejemplo, la historia de un incesto entre hermanos, extraída de una novela fallida escrita en la década de 1920, fue corregido hasta su edición definitiva a comienzos de los años 1980, aunque se había publicado por primera vez en 1935. Su escritura incluyó la lectura de “al menos algunos de los escritores occidental­es de cultura cristiana” que se abocaron al tema para encontrar las recurrenci­as de las que ella intentaría tomar cierta distancia.

Y “Un hombre oscuro”, segunda pieza de ese libro, se basa en un texto de 1935 al que, en 1979, “leído y releído repetidas veces”, calificó como “enterament­e inutilizab­le”, de modo que lo reformuló por completo usando, entre otros materiales, una serie de ocurrencia­s que vio “desfilar” ante sus ojos mientras descansaba en una posada antes de continuar un viaje por Canadá, en 1957.

Los Cuentos orientales, de 1938, no sufrieron tantos cambios, acaso porque son relatos breves y se ajustan al formato de la narración mítica o legendaria, que tanto le interesaba. Por eso el material de base puede remitir a China o a India, a los Balcanes o a Grecia, pero también a una novela japonesa.

Con todo, “Nuestra Señora de las Golondrina­s” es una excelente demostraci­ón de que estaba en condicione­s de crear sus propias leyendas: aquí mixtura elementos legendario­s griegos con el relato cristiano. En este libro, las reescritur­as parecen haberse concentrad­o en “Kali decapitada” para “destacar ciertas facetas metafísica­s de las que esta leyenda es inseparabl­e”, y que determinan su identidad. Como el mismo mito fue abordado por Goethe y Thomas Mann, el origen de la corrección podría encontrars­e en una lectura comparada.

Para Yourcenar, el mito era una “vía de acceso hacia distintas grandes imágenes posibles de lo humano”, concepto que es trabajado en toda su extensión en

Fuegos, de 1936, acaso su mejor libro y uno de los mejores volúmenes de cuentos que se hayan escrito jamás.

Una serie de personajes míticos o reales son el medio para demostrar que el amor, mientras se hace y se deshace, “se impone a su víctima a la vez como una enfermedad y como una vocación”. Escrito en medio de una crisis pasional, incluye fragmentos de su diario íntimo a modo de transición entre un relato y el siguiente, y casi todos los cuentos contienen fugaces anacronism­os que actualizan cada mito para destacar la constancia de su valor.

Curiosamen­te, nunca fue corregido.

PARA YOURCENAR, EL MITO ERA UNA “VÍA DE ACCESO HACIA DISTINTAS GRANDES IMÁGENES POSIBLES DELO HUMANO”.

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Cuentoscom­pletos Marguerite Yourcenar DeBolsillo 526 páginas, $ 219
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GENTILEZAC­LARÍN) Marguerite Yourcenar. Una escritora con dimensión de clásico.(

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