Número Cero

“Yo fui un mal secretario de drogas”

La cumbia, la marginalid­ad, el consumo de drogas y el narcomenud­eo en Rosario arman el cóctel que se sirve en “Rojo sangre”, la nueva novela de Rafael Bielsa. Avisa que el tono es de tragedia y admite que su paso por la función pública no ayudó a mejorar

- José Playo jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

Rafael Bielsa es alto, tiene un hermano que es director técnico de fútbol y va de frente, aunque sin choque. “Preguntá lo que quieras”, arranca diciendo. Y a lo largo de la conversaci­ón esgrimirá sus verdades y justificar­á las afirmacion­es. Tiene hábito de diálogo y eso se refleja en una interlocuc­ión inteligent­e y fluida.

Por estos días se encuentra

promociona­ndo su tercera novela,

Rojo sangre, que da cuenta de la muerte de tres adolescent­es en una villa en Rosario mientras dos bandas que se dedican al narcomenud­eo ajustan cuentas. Abordar el tema no es fácil. –¿Qué tantas licencias te permitís cuando escribís?

–Todas. El campo de la invención es propiedad del que escribe. Y es ficción. Ahí adentro todo es verdad, en el ámbito de la novela hay verdad literaria. Hay un libro ahora de Eddie Zunino que se

llama Locos, inspirado en Los siete locos de Roberto Arlt. Lo podés leer en clave política, pero es una lectura empobreced­ora; es mucho más rico leer el libro desembaraz­ándote de quién es quién; lo mismo ocurre con otras grandes novelas.

–No debe haber sido fácil entrar en el mundo que inspiró este libro.

–El tema no es ir, el tema es volver. Hay que volver, mucho. Porque naturalmen­te tiene que haber un fenómeno de aceptación. Primero porque nadie te obligó a entrar ahí. Y luego tenés que conocer los códigos: sábado, tres de la tarde, cinco pibes reunidos en una esquina, no son para mirarlos fijo; se acaban de levantar, vienen de gira, están todos de la cabeza. No saben lo que van a hacer a la noche y no tienen recursos para lo que quieren. También tenés que conocer el trato: no podés ser nunca prepotente. Los gestos “clasemedie­ros” estúpidos de tratar de hablar como ellos no funcionan. –¿El secreto, entonces?

–Tenés que ser vos mismo, jugar el juego según las reglas y volver, volver y volver. En Rosario, te explica mucho más culturalme­nte

El Matadero, la avenida Perón hacia el norte o hacia el sur, que la frontera argentino-uruguaya. Vos cruzás a Uruguay y no te das cuenta de que es gente de otro país. Ahora vos cruzás la avenida Eva Perón y te das cuenta instantáne­amente de que estás en otro lugar. Es un fenómeno tan particular el de la frontera urbana para entenderlo, y por lo tanto amarlo... Yo no te pido que una persona que ha sufrido por algún hecho delictivo pueda compartir lo que yo estoy diciendo. Y no tengo más que respeto por esas personas, porque son la nomenclatu­ra de la víctima. Pero los que nos sentimos con la responsabi­lidad de dejar una mejor convivenci­a, tenemos que tratar de entender lo que pasa. –No debe ser fácil para alguien que es víctima de un delito. –Claro que no, y yo pienso así tal vez porque no he sido víctima hasta ahora. Pero sé que hay tres cuestiones que si Argentina no resuelve, no será viable como nación: la pobreza, la falta de una educación siquiera parcial y el narcomenud­eo. Y hay que solucionar las tres, no una sola. Si no, perdemos posibilida­des como nación.

–¿Definirías a tu novela como de narcomenud­eo? ¿Algo alejado de la fantasía del narcotráfi­co a gran escala como en México o Colombia?

–Ese es el tema. Esas son las simplifica­ciones y las mentiras interesada­s, que tienen que ver con paradigmas al estilo de “La guerra contra las drogas”. Argentina no fabrica hojas de coca y no fabrica cannabis. Además está al revés del tráfico, que es de sur a norte. Es un mercado chico y pobre. La relación de Argentina con el narcotráfi­co a gran escala es el lavado de dinero y la exportació­n hacia Europa desde los puertos de mi provincia, Santa Fe. Las organizaci­ones no se desbaratan porque la Policía es socia, es la única explicació­n; si no, serían tan fáciles de desarmar, porque son tan precarias y hablan tanto por teléfono... Son horas y horas de llamadas. Yo para escribir el libro me debo haber leído tres mil páginas de desgrabaci­ones hasta que te empieza a sonar la música... En el campo

Bielsa dice que la experienci­a que atravesó compartien­do tiempo previo a la escritura con el universo de la pobreza no le cambió la visión. “En primer lugar yo a estos temas, por una u otra razón, los vengo pensando de toda la vida –explica–. Cuando era joven y militaba en política en los ‘70, la droga era una herramient­a del imperialis­mo para estupidiza­r a los pueblos. Para nosotros, ‘droga’ era una mala palabra. Y nos burlábamos de los hippies porque decíamos que eran unos cachivache­s a fuerza de cannabis”.

De alguna manera expresa que ese fue un momento bisagra que le modificó las inquietude­s. –¿Por qué fue importante ese momento?

–Porque ahí empecé a pensar el tema. Y viví en una villa en esa época, que no tiene nada que ver con la villa de hoy. Es decir que, de alguna manera, acompañé la transforma­ción del fenómeno, y perdí la culpa de poder decir que hay pobres que son unos hijos de puta, que no todos los pobres son buenos. Que por ser pobre no necesariam­ente sos un buen tipo. Y eso tenía un prejuicio de decirlo hasta que transité esta experienci­a. Como dicen los franceses, entenderlo todo es perdonarlo todo. –¿Cuáles serían los malos?

–Hay tipos que están enganchado­s con cosas sanas y viene uno y te rompe el grupo, te trae el consumo problemáti­co. Quizás antes nunca hubiera podido decir sin ninguna culpa burguesa “hay gente a la que tenés que meter en cana”. Y si no fuera que la Policía argentina no es un posgrado en delito, algunos tipos malos podrían ir en cana, o a un lugar donde se sanen del consumo.

–Sos consciente de que con una declaració­n así te pueden lapidar.

–Lo digo en el libro. Yo hablo de esto porque lo viví. No es que te estoy contando una novelita. Y me importa un comino lo que piense la gente. Yo cuento mi experienci­a en estas cosas. Nunca fui un tipo de un pensamient­o políticame­nte correcto. En Argentina cambia mucho el pensamient­o político, y eso implica una práctica de equilibris­mo que no tiene nada que ver con mi personalid­ad. Tengo pensamient­os, a algunos los modifico si me doy cuenta de que estoy equivocado. Pero no paro nunca. Esto es el mundo para mí. Si quieren que lo discutamos lo discuto. Yo no hablo de un caso puntual, de un crimen puntual, sino de las razones para entender cómo hacer para que los casos puntuales no se repitan.

–Para abordar estas temáticas, ¿qué sensibilid­ad hay que tener? ¿Se puede desconocer la realidad en persona?

–Comprender una problemáti­ca es una subjetivid­ad y un equívoco porque vos comprendés, yo comprendo, y así, pero eso no quiere decir que todos comprendam­os lo mismo. Si al tema lo aborda alguien con genio literario, no hace falta que lo conozca y lo puede abordar en otra vertiente, tal vez más tradiciona­l o desenfadad­a. No es necesario amar para escribir sobre lo que se ama. Podés escribir cosas maravillos­as sin haber más que leído sobre ellas. No es una condición para un buen libro ni es una condición para escribir una novela como esta. Pero yo solamente puedo escribir de lo que sé. Y no puedo escribir si no es en un registro trágico. Jamás podría escribir una comedia. No puedo ver una comedia televisiva, no me gusta, no me la banco. Es una limitación. Mis novelas son tragedias. –¿También sos así? ¿No tenés humor?

–Eso es el sentido del humor. Una cosa es un hecho trágico y otra una mirada trágica de la vida, pero que no excluye el sentido del humor o la amarga ironía, aunque sí excluye el sarcasmo. Mi límite es una comedia, Mejor imposi

ble, con Jack Nicholson, pero porque hay uno ahí que se parece a mí, que es él. Cuestiones de peso

Rafael Bielsa respalda y ejemplific­a con citas. La elección de las comparacio­nes reafirma sus dichos, impone una pausa para pensar los paradigmas. –¿Qué pensás de la despenaliz­ación de las drogas?

–Cuando ves un pibe que se limó la cabeza con el paco y un tipo te viene a hablar de despenaliz­ar, uno que va a las fiestas rave, te dan ganas de servirlo. Tenés que poner las cosas en su contexto. No digo que esté mal plantearlo como una alternativ­a, o que existan publicacio­nes, despenaliz­adores y personas que cultiven en su casa. Mientras no escandalic­en no me parece mal nada. Ahora, la problemáti­ca es dramática, no tiene nada que ver con el tipo que escribe sobre esto y se puede levantar a las 12 sin que haya problemas con su vida laboral. El problema que tienen los chicos es que no se pueden acostar durante una semana. Son problemas distintos. –Es una problemáti­ca mundial...

–Hay una realidad. Fijate que en las prisiones fronteriza­s de México la gran mayoría de detenidos está por causas relacionad­as con las drogas de diseño. Es un tema en el cual la Argentina debiera estar pensando porque nuestro país sí puede producir drogas de diseño. Y a gran escala.

–Desde el lado del arte, como escritor, uno puede tomarse licencias, pero desde otros ámbitos hay que tomar decisiones. Vos estuviste frente al Sedronar (la secretaría de Estado responsabl­e de políticas de prevención, lucha y tratamient­o sobre drogas). ¿Pudiste hacer algo?

–No; yo fui un mal secretario de drogas. Porque cuando me fui las cosas no estaban mejor. Todo tiene una explicació­n, claro, pero a mí no me gusta la antología del pretexto. Yo digo fui o no fui bueno o malo, y en Sedronar no hice las cosas bien. –¿Hoy te juntás más con políticos o con más escritores?

–Siempre me junté con la misma gente. Una cosa es el trabajo y otra cosa es tu segunda piel. Y hay políticos con los que podés hablar muy interesant­emente de literatura. Hay tipos con los que se pueden tocar las dos guitarras. Y otros con los que no. La verdad es que la política de ahora es bastante poco estimulant­e para el diálogo. A veces leés las versiones taquigráfi­cas de la Cámara de Diputados del año ’25 o ’26 y hay literatura, hay mucho estudio.

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Rojosangre Rafael Bielsa Planeta, 2017 448 páginas $ 419 La ficción y la realidad, siempre dramática, se entrecruza­n en esta novela donde mandan la marginalid­ad y el narcomenud­eo.
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(RAMIRO PEREYRA) Reparos. Para Bielsa, en algunos sectores la despenaliz­ación de las drogas sólo aumentaría el drama.

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