Lavidaessueño
El primer libro de relatos de Gustavo Pablos no parece un primer libro. Es una obra que deja traslucir en cada frase, en cada situación, en cada argumento una larguísima e intensa relación con la literatura. No porque en sus páginas se hable de libros o de escritores, ni porque esté cargado de alusiones eruditas.
Esa pasión literaria se hace visible en el mundo singular que va creciendo a través de las palabras de El fin
de la intimidad, un mundo donde imperan no sólo los sueños, sino la lógica de los sueños, con un estilo elegante, tanto en la ironía como en el sentido del absurdo.
Se sabe que la palabra “fin”, presente en el título, tiene dos sentidos; puede aludir al final, al término, a la conclusión, a la desaparición o a la muerte de algo, y también puede aludir a la finalidad, al objetivo, a lo que se pretende conseguir.
Entre uno y otro significado, se abre el espectro por el que se mueven estas historias, tan distintas al realismo o al juego con los géneros populares que hoy marcan a la literatura argentina.
¿Vivimos en un tiempo en el que la intimidad está desapareciendo? Tal vez. Sin embargo, la potencia condensada de estas historias no consiste en ser retratos de época. Hablan del presente, pero de un presente sometido a la fuerza de distorsión de la fantasía.
A veces, un simple detalle basta para que toda la realidad se vuelva incómoda, se disloque y quede como flotando entre paréntesis. Un hombre que levita cuando se pone pesado. Una mujer a la que le crece la barba después de separarse de su novio. Un hombre al que se le agranda el pene. Dos heterosexuales que conviven como homosexuales...
¿Y qué finalidad puede tener la intimidad? Llevada a su extremo la intimidad es ensimismamiento, soledad, autismo.
Hay algunos relatos de este libro que trazan una línea neta en esa dirección, como “Los visitantes” o “Los finales”, un cuento narrado por un escritor muerto que asiste a su propio velorio en carácter de fantasma imperceptible y que explica precisamente sus problemas con el final de las tramas.
Hay un elemento que señala Marcelo Damiani en el texto de contratapa y que resulta pertinente para entender el tono tan particular de Pablos. Dice que los narradores de sus relatos “no parecen valorar tanto los hechos como las interpretaciones”. De ese modo, el cuidado estilo impone una doble distancia respecto de los episodios que se cuentan. A esos acontecimientos que no terminan de entenderse, ya sea porque son absurdos u oníricos –y por eso mismo su sentido debe ser explorado–, se suma la singularidad de esa voz, en la que se conjuga la precisión lacónica y la belleza contenida.
Al mundo de estos relatos se le podría aplicar la fórmula de Calderón de la Barca: "la vida es sueño". Pero en este caso, sueño no significa ilusión, sino un estado permanente de la realidad permeada por la ficción, el deseo y los miedos. O como dice el protagonista de “Sin espacio”: “Lo único que sé es que de un día para otro (...) me siento displicente, lejano, flotante, con la sensación de que el fragmento de mundo que se me aparece como posible no me interesa, y el que ansío sólo se muestra en mis fantasías”.