Número Cero

EL CANTO DE LAS SIRENAS

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“Yo no quería que Catalina estudiara clásico. Veía a mi hermana que vivía para su hija bailarina y me parecía un martirio. Yo tenía mi profesión, dos hijos más y, hasta económicam­ente, dudaba en poder sostenerlo. Pero el ballet te va llevando, es como el canto de las sirenas. Un día te das cuenta de que la rutina del ballet se mete en tu casa, en tu matrimonio, en la organizaci­ón familiar”.

Sandra describe una trama compleja: “Asistir al Seminario de Danzas del teatro no alcanza para cumplir con lo que te exigen; entonces, por fuera, existe un mundo de academias para elegir donde complement­ar esa formación. Las niñas y niños pasan del colegio al teatro, del teatro a la academia y recién, 11 de la noche, llegan a su casa y se ponen a estudiar. Yo llegué a decirle a Catalina que dejara el colegio, que lo hiciera libre porque era muy difícil sostener esa rutina”.

Sandra cuenta, además, algo común en las parejas de padres: “En general, los maridos empiezan a estar en contra del ballet. Ven a madre e hija ser succionada­s por ese mundo. Los cuestionam­ientos y discusione­s son casi diarios. Generalmen­te, los hombres cuestionan la presión artística a la que son sometidos hijas o hijos cuando sólo tienen 10 u 11 años. La cuestión económica, según Sandra, también es un problema: “Estudiar ballet es caro. Hacía malabares con la plata para pagar la academia, los cursos de verano y comprar las puntas cada dos o tres meses (las zapatillas de baile cuestan unos tres mil pesos)”.

Cuando Catalina le dijo que iba a dejar la danza, Sandra se enojó y no le dirigió la palabra por varios meses. Sintió que el sacrificio familiar de tantos años había sido en vano: “Cuando salía al escenario y la veía bailar, era uno de los placeres más lindos de la vida. Todavía lloro con los videos”.

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