Número Cero

Medidas variables

- ELOÍSA OLIVA

1. Diciembre siempre fue el mes de las mudanzas. Cuando era chica conocía bien la rutina: desplegar diarios y envolver tazas, platos, ensaladera­s. Se empezaba por ahí, por la vajilla que, en el desmonte del hogar, no volvería a usarse. En ese escenario del desarme, se mezclaba otro: el de la producción de los símbolos navideños. La época terminaba con los fuegos deshaciénd­ose, y con ellos la vida común.

2. Hay distintas categorías de mudanza. La más fácil, espacial: las que son en un radio menor al que delimita un barrio, las que cruzan esa línea pero siguen en las fronteras de la ciudad, las que te llevan a otro bioma, a otra temperatur­a, a otro país. Hay también mudanzas de lenguaje, de oficina, mudanzas afectivas, laborales, económicas, mudanzas hechas de felicidad o de desdicha.

3. ¿Adónde va una cuando se muda? ¿En qué se convierte el espacio que se deja? Y las mudanzas de retorno, ¿son posibles?, ¿se puede volver a algún lugar? 4. Hace poco leí Propiedad

horizontal, de Damián Lammana Guiñazú. En uno de los primeros poemas del libro, Damián, intuyendo la imposibili­dad de la mudanza total, dice: “soy mi propia casa/ la que siempre está pendiente/ la que nunca está vacía”. Y más adelante, envuelto en aquello de la inexistenc­ia unívoca del tiempo y el espacio a la que la física cuántica nos quiere acostumbra­r: “los clavos dejaron/ constelaci­ones en el cuarto/ agujeros negros que despiertan/ la familia donde habito// si no los tapo/ la casa podría llenarse/ de sangre, toda esa gente/ que no termina de irse”.

5. ¿Qué cosas se llevan, cuáles se dejan en una mudanza? Hay quienes arrastran papeles como si se les fuera la vida, quienes resguardan talismanes, fotos viejas, recortes de diario. Otros sueñan con el desapego, tirar todo y empezar de nuevo; en el blanco impune, ejercer el derecho transitori­o de reescribir la historia.

6. Durante 2006, la artista Ana Gallardo se mudó cerca de una vez al mes. Cuando finalmente volvió a asentarse en un lugar, descubrió que gran parte de sus muebles, esos que había heredado y habían configurad­o lentamente su patrimonio, no entraban. Entonces armó con ellos una casa rodante, que arrastró, tracción a sangre, por las calles de Buenos Aires. ¿Cuál era la casa, su casa: la imaginada, la que arrastró sobre los hombros, la que estaba entre esas paredes nuevas?

7. Y, a veces, intentamos volver, como si se pudiera perforar la capa que nos separa de los que fuimos haciendo tan sólo un trayecto en auto. Se sabe: es imposible. Y quedamos flotando en un lugar desconocid­o y conocido en partes iguales, preguntánd­onos como Dale Cooper frente a la casa de los Palmer: “¿En qué año estamos?”.

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