Número Cero

Trazos de infancia

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

B icicletas, mimos de cumpleaños, piletas, Mundo Marino, figuritas del Chavo, helados de cielo y menta granizada con lluvia de Rocklets y una despreveni­da “guerra de soda”: nítidament­e frescos y livianos como sus dibujos, los motivos generacion­ales que Jazmín Varela (Rosario, 1988) expulsa a chorros breves en Guerra de soda inundan y vacían la autobiogra­fía al uso que es marca de época en la historieta.

En sintonía con Power Paola, María Luque, Julia Barata, Nacha Vollenweid­er, Sole Otero y otras referentes cercanas, Varela –quizás en un grado más extremo que las anteriores– humedece la página rígida de cómic con el desenfado autocons- ciente del arte de galerías, la comunicaci­ón preciosist­a de la ilustració­n, la rebeldía gráfica del fanzine y el desparpajo sensible de los trazos de cuaderno: todo comprimido en un sifón disparado con pasión primaria y agridulce, porque en Guerra de soda hay lugar tanto para la ternura como para el desencanto, para el rayón como para el fondo rosa: “Mis viejos eran muy pobres”, reconoce sin ambages la protagonis­ta, que después evoca la fallida mitomanía con la que intentaba esconder su condición.

Pero así como las tres dimensione­s son saboteadas por figuras y objetos flotantes, hermosos croquis del caserío barrial o fotografía­s retro que irrumpen con emotivo importunis­mo, así también las salteadas anécdotas (andanzas de verano, persecucio­nes, sesión de peluquería) desbaratan la idea de gran estructura o narración: juguetonam­ente frontal, Guerra

de soda confía en la gracia de los impulsos.

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Guerradeso­da Jazmín Varela Maten al Mensajero 76 páginas

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