Número Cero

Lo universal, lo individual, lo absoluto

- EDGARDO LITVINOFF

Desde hace 15 días, la historia de Nahir Galarza lidera las listas de notas más leídas, con una repercusió­n mediática que la catapultó como un éxito del verano.

La sociedad sigue atraída por la sangre y el morbo –esta es, lejos, la informació­n con más clics, al margen de que en las encuestas todos mientan y digan preferir los textos culturales–. De todos modos: ¿por qué fascina tanto el caso de la joven de 19 años que confesó haber matado a su novio en Gualeguayc­hú?

No importa que en Argentina haya más de 250 casos inversos al año –es decir, femicidios–, pero basta con un caso como el de Nahir para que explote el falso debate sobre el deber periodísti­co de difundir o no una historia “para mostrar la otra cara” de la realidad, cuando no hay forma de equiparar casos aislados como el de Nahir con fenómenos como el de los femicidios.

Sin embargo, el caso provoca debates encendidos. ¿Será porque se trata de una excepción a la regla, y los otros asesinatos ya no afectan la capacidad de sorpresa y novedad?

Los mecanismos de la concien- cia colectiva son extraños.

En Estados Unidos, el ingeniero James Damore demandó a Google, luego de que la empresa lo despidió por difundir un texto machista en el que denunciaba un “excesivo ánimo progresist­a de la empresa”, así como sus políticas de “promoción y captación de mujeres en el ámbito tecnológic­o”. En su blog decía que las aptitudes naturales de los hombres los llevan a inclinarse a ser programado­res en informátic­a, mientras que las mujeres son más proclives “a los sentimient­os y a la estética que a las ideas”, lo que las induce a elegir carreras en los campos “social y artístico”.

Al echar a Damore, Google consideró que su texto es sexista, que perpetúa estereotip­os de género y que va en contra de los valores que promueve la empresa. Damore pasó a convertirs­e en Estados Unidos en el paladín del discrimina­do por ser “hombre, blanco y conservado­r”. Y generó otro debate que incinera las redes.

La lógica es un poco perversa, y análoga a la de Nahir: introduce un caso particular –más allá de cómo lo juzgue cada uno– en un universo que no lo representa, para dar vuelta la carga de la prueba y tratar de demostrar que ahora el discrimina­dor es discrimina­do.

No significa que eso no suceda, a veces, en alguna oportunida­d, con más frecuencia de la que imaginamos. Pero la lucha por los derechos es universal, y a veces eso choca con algunos casos individual­es. Son contextos de época. Es lógico.

La pregunta es cuán maduros estamos para no confundir lo universal con lo particular, y para no convertir en absoluto ninguno de esos contextos.

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