Número Cero

Manual para gol pistas profesiona­les

Curzio Malaparte, un estudioso de los procedimie­ntos para conquistar y defender el poder, demuestra en una obra publicada en 1931 que en cualquier país democrátic­o es posible provocar un golpe de Estado.

- Gustavo Di Palma* * Periodista y analista político

A sí como Lenin fue el lúcido estratega de la Revolución Bolcheviqu­e, su camarada Trotski se encargó de diseñar y ejecutar el golpe que provocó la caída del gobierno provisiona­l de Aleksandr Kerensky. “La insurrecci­ón es el puñetazo a un paralítico”, sentenció entonces el fundador del Ejército Rojo.

La importanci­a del rol táctico cumplido por Trotski en octubre de 1917 es resaltada por Curzio Malaparte en su vieja y olvidada obra titulada Técnica del golpe

de Estado. Aunque el texto publicado en 1931 fue muy leído en su momento, lo que le valió a su autor la condena del régimen de Benito Mussolini, luego se convirtió en una “obra maldita” pocas veces reeditada.

Malaparte (Kurt Erich Suckert es su verdadero nombre) analiza detalladam­ente los golpes de Estado ocurridos entre el ocaso de la Revolución Francesa y los albores del nazismo. Uno de los más entusiasta­s lectores de esa especie de manual del golpista profesiona­l fue Ernesto “Che” Guevara.

Tres grandes hitos movilizaro­n la preocupaci­ón de Malaparte acerca de la toma del poder por la fuerza: el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte, el triunfo de la Revolución Bolcheviqu­e en 1917 y la “marcha sobre Roma” de los fascistas en 1922. Aunque los nazis aún no habían tomado el control del Estado para cuando el autor terminó el libro, hay sin embargo un capítulo dedicado a su líder cuyo título, en tono premonitor­io, es nada menos que “Hitler, un dictador fracasado”.

El gran táctico

Ya que está de moda al oeste del Río de la Plata, vale la pena detenerse en la relevancia adquirida por Lev Davidovich Bronstein, más conocido como Trotski, en el desenlace de la Revolución Rusa. Malaparte analiza ese asunto en profundida­d, con el afán de demostrar que la conquista y defensa del poder no es algo político, sino técnico.

Si bien el asalto final al Palacio de Invierno constituye el episodio icónico de la Revolución Rusa, Malaparte señala que en realidad el poder ya había cambiado de manos cuando un puñado de insurrecto­s tomó el control de centrales eléctricas, estaciones de ferrocarri­l y puestos de correo, es decir, “los órganos técnicos del aparato del Estado”. Fue justamente Trotski el gran táctico de esas acciones.

Sin disimulos, los herederos criollos de Trotski asumen por estos tiempos que un grupo minoritari­o dispuesto a romper todo resulta muy valioso para sacudir los cimientos del poder, pese a que la porción mayoritari­a de la sociedad no se sume al descalabro. Ocurre que, tal como señala Malaparte, el célebre ucraniano dejó como legado que la técnica insurrecci­onal más efectiva descansa en “una pequeña tropa, fría y violenta, que actúe en un terreno limitado”.

Mientras la estrategia de Lenin sólo puede aplicarse en un terreno favorable, la táctica trotskista no se ajusta a las condicione­s generales de cada país. Es así como, en vísperas de octubre de 1917, Trotski exclamó: “Ante todo hay que ocupar la ciudad, apoderarse de los puntos estratégic­os, derribar al gobierno. Es necesario para eso formar una tropa de asalto. Hace falta poca gente, las masas no nos sirven de nada”.

Los lúmpenes

Tras los violentos disturbios en inmediacio­nes del Congreso de la Nación durante la proclamaci­ón de la Ley de Reforma Previsiona­l, que podrían haber derivado en una vulgar réplica de la toma del Palacio de Invierno de los zares, mucho se habló de la presencia de “lúmpenes” del conurbano entre los grupos de tirapiedra­s enardecido­s. Es decir, barrabrava­s manejados con cajas de la política y del fútbol y grupos de marginales al servicio de punteros que responden a poderosos caciques políticos bonaerense­s.

Lumpen es una palabra asociada a “Lumpenprol­etariat”, concepto que Karl Marx acuñó en 1845 para referirse a sectores marginales situados por debajo del proletaria­do urbano. En un fragmento de su obra El 18 brumario de Luis Bonaparte, Marx hace una descarnada caracteriz­ación de ese Lum

penproleta­riat, organizado en forma de “sociedades de beneficenc­ia” y con la conducción de “agentes bonapartis­tas”: vagabundos, timadores, saltimbanq­uis, carterista­s, rateros, mendigos y dueños de burdeles son algunas de las lacras que menciona para describir la “masa informe” de la que Bonaparte se sirvió para provocar el golpe de Estado de diciembre de 1851 en París.

Para Marx, los miembros de las sociedades de beneficenc­ia sentían, del mismo modo que Bonaparte, la necesidad de vivir a costa de la “nación trabajador­a”. Como se puede apreciar, nadie inventó la pólvora en los tiempos que corren, sólo basta leer la historia.

Del mismo modo que en la reliquia de biblioteca de Malaparte, los viejos escritos de Marx ofrecen algunas pistas que explican el carácter recurrente de los hechos históricos, como se advierte por ejemplo en una sociedad como la argentina. Aunque, como dijo el autor de El

Capital, “la historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”.

UN ENTUSIASTA LECTOR DELLIBRODE MALAPARTE FUE ERNESTO “CHE” GUEVARA.

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Curzio Malaparte. Fue un intelectua­l que tuvo una enorme influencia en Italia y en el resto de Europa.

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