Número Cero

Elogio a la diferencia

En este capítulo, la autora recuerda su adolescenc­ia en Mina Clavero y las amarguras, la rabia y la batalla que tuvo que dar para que chicos y grandes aceptaran la diversidad.

- Camila Sosa Villada Especial CAMILA SOSA VILLADA

HACÍAAÑOSQ­UEERAEL MARICÓNDEL­PUEBLO, DELCOLEGIO, ELMÁS MARICÓNDEL­MUNDO. PEROHABÍAU­NERROR, UNCRIMEN, EN ASUMIRLOFR­ENTEALOS DEMÁS.

Alos 14 años y estando yo en clases, el preceptor fue a buscarme al aula para llevarme directo a hablar con la directora en su oficina. ¿De qué? No quiso decírmelo. Pero todo el asunto se había puesto serio. Al parecer, el rumor de mi homosexual­idad había excedido los límites de mis amistades y había comenzado a rodar. Pero no la sospecha de mi homosexual­idad sino la confirmaci­ón. Yo había confirmado eso, había dicho: estoy enamorada de tal, me siento mujer, quiero esto para mi vida. Lo había dejado en claro entre unos pocos, poquísimos amigos.

Había escrito una novela donde la protagonis­ta era yo, pero me llamaba Soledad. Le había dado la novela a una amiga y ese había sido el último error que cometía respecto a la discreción de mi desre-orientació­n sexual. La chica en cuestión les contó todo a sus padres, sus padres al resto de los padres, el resto de los padres a la institució­n y así fue como yo, por accidente, terminé diciendo “¡Mas sí! Soy esto, no me voy a poner a trabajar para ocultarlo”. Yo no fui de las que primero hablaron con sus padres y después vieron qué hacían con la avalancha que se venía. No, yo a mis padres nunca les dije. Yo sembré el chisme, lo hice correr, participé de los rumores, me hice ver y escuchar, y entonces mis padres se enteraron.

Mañana de hielo

La directora, esa mañana de invierno fría como sólo fueron frías las mañanas de invierno en Mina Clavero, lo que quería era advertirme sobre esto que yo estaba haciendo, esto de asumirme frente a los demás. Eso no podía ser. Tenía que esperar a ser más grande, porque nunca se sabe, porque quién te dice, porque tal vez ahora estás confundido, los padres no te van a querer cerca de sus hijos, los chicos son muy crueles.

La amenaza era que iban a citar a mis padres. Yo tenía terror, verdadero terror de que mi viejo finalmente aceptara que yo era gay. Ya unos compañeros de bar le habían dicho que a mí me cogían entre cuatro, así, con esas palabras hablaban sobre un menor de edad, a su padre. Si lo hubieran visto a mi viejo en esos años... Era como una bestia herida y encadenada. Tenía tanta bronca, supongo, primero de ser víctima del chusmerío pueblerino, y además por tener que aceptar que tenía un hijo raro.

También sabía que mi mamá, por mucho que quisiera, no iba a poder actuar en mi favor. Es decir, el panorama se venía muy negro. Y todo por decir lo que todo el mundo sabía. Hacía años que era el maricón del pueblo, del colegio, el más maricón del mundo era. Pero había un error, un crimen, en asumirlo. No negar o ni siquiera intentar negar que esos rumores eran falsos. Y mucho menos aceptar la posibilida­d de no asumirlo, de no poder –como lo hacían mis compañeros– asumir qué me gustaba, qué me calentaba, qué me inspiraba, qué me hacía amar el mundo.

Ese día me fui mordiéndom­e la lengua de la rabia que sentía por haber cedido a su pedido. Callarme la boca. Volví al aula, me senté en mi banco y me puse a llorar. Y así seguí un buen tiempo.

Entonces agarré el toro por las astas, como quien dice, y fui derechito a poner en palabras lo que me estaba pasando, a mis viejos. Y a pesar de que no pudieron aceptarlo hasta muchísimos años después, yo ya no tenía que andar mintiendo nada. Yo era quien decía ser. En el colegio se acostumbra­ron. En la costumbre se perdieron muchísimas cosas, es cierto, pero al menos ya no pendía del techo una espada que amenazaba con dejarme al descubiert­o.

Por nosotres

Finalmente, la cosa se ordenaría alguna vez. Sólo tenía que echarla a andar y seguirla, y alguna vez todo sería distinto.

Por eso, no voy a ceder ni un poco frente a esa bandera de mierda homofóbica que algunos deciden hacer flamear nuevamente y con orgullo. No cedí cuando tenía 14 años, menos voy a ceder ahora. Cada comentario que atenta contra lo mejor que tenemos como especie, que es la diversidad, será contestado. Cada agresión con su propia justicia, cada insulto con su respectivo insulto.

A muchas de las personas que nos ubicamos en la disidencia, ser diferentes nos ha costado mucho.

Hemos visto esto, lo conocemos de memoria. Sabemos lo espantosos que pueden ser los que odian a la diferencia. También sabemos que son unos cobardes, que están muertos de miedo, que se hacen pis encima como niños cuando nos plantamos delante de su odio.

Después de tanta agua bajo el puente, no nos vamos a callar frente al odio. No seremos nosotres. Mejor callen su odio.

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(AP) En la calle. Todos los años se renueva la marcha por la diversidad. Cada vez es más masiva.

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