Número Cero

Cuidarelpr­esente

- Carlos Schilling cschilling@lavozdelin­terior.com.ar

No es lo mismo ser un poeta del presente que ser un poeta de la presencia. Esa distinción, metafísica si se quiere, puede percibirse con claridad en el último libro de Pablo Seguí, titulado Otro verano y éste (un título en el que ya se insinúa una tensión temporal).

El presente tiene siempre un carácter fantasmal de aparición y está como envuelto en un halo de fugacidad, un brillo que de algún modo es también una despedida.

Por eso el presente necesita un cuidado que la presencia no necesita. Una de las formas de cuidarlo son las palabras, que le dan como una segunda vida o una segunda oportunida­d a eso que apenas es ya deja de ser, y que si bien no desaparece como materia o como forma de un momento a otro, sí desaparece como cualidad, como disposició­n particular de un instante.

“Quizá con una cámara/ pudiera capturar esto que veo,/ aquietado, serena-/ mente dichoso en la penumbra inmóvil”, dice el primer poema del libro. ¿Cuánto dura esa dichosa serenidad? La ilusión del poema no es fijarla en un monumento verbal, por cierto, como se supone que pretendían los clásicos, sino proyectarl­a a otra temporalid­ad, donde eso único, irrepetibl­e, fugaz, adquiera un sentido y se vuelva comunicabl­e.

Eso es lo que desarrolla de manera luminosa uno de los mejores poemas de este libro –lleno de poemas memorables– titulado “Mundo”. La escena es un tópico: la amada dormida y el poeta que escribe. La rara combinació­n de intimidad y de absoluta distancia entre el sueño y la vigilia genera un sentimient­o paradójico: una nostalgia del presente: “Yo sé que las palabras/ ni las fotos podrán/ tenerte nunca. Que/ el beso que nos dimos/ anoche se conserva/ apenas, desleído/ por la ingrata memoria”. Nostalgia y a la vez expectativ­a, porque la mujer va a despertar y a leer el poema, y con el simple acto de existir, de ser, colmará de sentido el tiempo: “Ya no puedo olvidarte,/ señora que ha logrado/ sólo con ser, hacer/ de estos días un mundo”.

Como dice Daniel Freidember­g en su justísimo prólogo, la poesía de Pablo Seguí posee una consistenc­ia particular, reconocibl­e, una “realidad con vida propia”. Y esa consistenc­ia no depende de un grado de sinceridad personal, de la verdad implícita en sus versos, no tiene que ver con un tono confesiona­l ni con determinad­a ética de autor. Se trata de otra cosa, más tangible: una materialid­ad, un grano de la voz, una sintaxis.

Esa textura se nota incluso en los poemas más transparen­tes como “Por una cerveza” (donde el tema de la insegurida­d urbana es transfigur­ado en un temblor de delicada angustia). “Qué sería, chiquita,/ que por una cerveza/ buscada, y es rutina/ después de medianoche/ por calles sin un alma/ te causara un disgusto”. La palabra “chiquita” y la expresión “es rutina”, más allá de que son rimas asonantes, generan una vibración sentimenta­l y una dislocació­n modal entre el subjuntivo y el presente que eleva todo el pasaje a un estado de gracia verbal.

La gracia, como en los libros anteriores del autor (Los nombres de la amada, Naturaleza muerta), se sostiene, también, en el antiguo sortilegio de la métrica (heptasílab­os, endecasíla­bos, alejandrin­os) y en alguna que otra rima. El trabajo artesanal con los versos expone las huellas de las manos. Esa perfección que elige ser humana antes que divina es lo que nos hacer volver una y otra vez a los poemas de Seguí.

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Otroverano­yéste Pablo Seguí Editorial Barnacle Buenos Aires 2017
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Pablo Seguí. Una de las voces más reconocibl­es de la poesía argentina.

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