Dios de las cosas vivas
Tres libros, si se cuenta el que acaba de publicar, y una magnífica traducción de algunos monólogos dramáticos de Robert Browning y Alfred Tennyson son suficientes para constatar que Alejandro Crotto posee una sensibilidad y una cualidad únicas como poeta.
En la línea de Ezequiel Zaidenwerg o Pablo Seguí, quienes volvieron a indagar en la métrica y en las formas fijas de una manera novedosa, Crotto también hace surgir su voz de esa matemática verbal. Y lo que se escucha es una música sublime.
Francisco prosigue el trabajo iniciado en las traducciones de Browning y Tennyson en Once, libro que incluía al final un monólogo del propio traductor, en el que exponía un parlamento ficticio de la filósofa y mística cristiana Simone Weil.
Ahora, en su último libro, el que habla, canta e implora es nada menos que Francisco de Asís, uno de los santos más emblemáticos del cristianismo por su voto de pobreza y su amor extremo por las criaturas del Señor.
Compuesto por nueve poemas de diversa extensión y formato,
Francisco se apoya en los propios poemas y en la vida del santo italiano para ir un paso más allá y ofrecer una versión del amor a Dios a través de la naturaleza con una fuerza y una sensualidad avasallantes: “Señor pétalos fríos de la rosa en verano// Tu río pasa y queda.// Toda el agua está llena de tu ley// Todo el agua obedece// ¿Qué es lo que abrís en mí cuando me dejo/ este sol en mi sangre que te encuentra?”.
El mundo no sería lo contrario del paraíso sino su recuerdo presente. Sin llegar al misticismo carnal de un Héctor Viel Temperley, para quien el cuerpo era un templo, la poesía religiosa de Crotto también se vuelca hacia la naturaleza, se mimetiza con ella y toma su forma (como en el excelente “El sermón de las hormigas”) para mostrar en cada cosa viva la huella vibratoria de su creador: “...tu vivísima presencia:/ un delicado, agudo no sé qué/ que quema, un dulce ardor, este durar/ que abriéndose me arrastra y es amor”.