Número Cero

¿Quién le teme al rojo, al amarillo y al azul?

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uchas veces se atribuye la agresión a obras de arte a una provocació­n que anidaría en la propia imagen. A lo que allí se representa. Una caricatura de Mahoma que se juzga sacrílega. Figuras de santería metidas dentro de una licuadora. Un líder político que acaba de caer en desgracia. Un desnudo que violenta los gustos sexuales de cual o tal tipo.

Menos frecuentes son los casos en que las víctimas fueron obras de arte abstracto. Podría suponerse que unas franjas de color o un plano monocromát­ico atenúan la posibilida­d de ataques, amparadas en un grado cero de la representa­ción que las pondría a salvo de la capacidad de ofender. Sí pero no.

El estadounid­ense Barnett Newman comenzó a pintar a mediados de la década de 1960 un conjunto de cuadros en los que utilizaba colores primarios. Acababa de nacer la serie Quién le teme al rojo, al amarillo y al azul. De 1969 es la cuarta y la más grandilocu­ente pintura de la serie.

Tajante respuesta

La pregunta del título obtuvo una respuesta tajante el 13 de abril de 1982. Josef Nikolaus Kleer, un alemán de 29 años, estudiante de veterinari­a, ingresó a la Nationalga­lerie de Berlín y fue hasta la sala donde se exhibía Quién le teme al rojo, al amarillo y al azul IV. Tomó una de las barras que se usan para impedir que los visitantes se aproximen a las obras y golpeó la tela con violencia. Luego soltó un puñetazo, la pateó y la escupió.

Kleer dejó pistas que podrían despegar su acto violento de una reacción a unos colores que no representa­n nada. Junto a la tela dejó un papel en el que se leía, entre otras cosas: “Artista de acción”, poniendo a su gesto en la línea de los happenings destructiv­os tan frecuentes en los años 1960.

Luego confesaría que entre sus motivos había una veta de indignació­n por el elevado precio de la obra dañada, así como un juicio negativo acerca de Newman, a quien considerab­a un artista fraudulent­o.

En uno de los textos que dejó junto al desastre ponía que él hubiera sido capaz de pintar algo similar por un costo mucho menor (en buen criollo, la vieja chicana de que cualquiera puede mamarrache­ar un par de franjas de color).

Pero también expresó que frente al cuadro de Newman había experiment­ado un pavor desconocid­o. ¿Qué pudo haber abrumado al pobre Kleer?

Cuatro años más tarde, el holandés Gerard Jan van Bladeren la emprendió a cuchillada­s contra Quién le teme al rojo, al amarillo y al azul III, una de las joyas del Museo Stedelijk de Ámsterdam. En el mismo museo, en 1997, Van Bladeren volvió a las andadas y acuchilló Cathedra, un sublime azul de Newman.

En la mayoría de las crónicas de la época y en los estudios actuales se suele mencionar a los agresores como personas perturbada­s, insanas, aquejadas de algún trastorno, aunque la verdad es que se carece de explicacio­nes que ajusten con más precisión qué tipo de poder ejercen las imágenes. Por qué las amamos y conservamo­s, por qué las odiamos y las mutilamos.

Una respuesta perturbado­ra es que tanto la adoración como la destrucció­n son dos caras de la misma moneda. Como si la idolatría fuera la reacción natural a las imágenes que nos conmueven. Proyectamo­s sentimient­os, les otorgamos poderes.

En 2007, Rindy Sam, mujer de 30 años, explicó que un panel blanco del tríptico Fedro, de Cy Twombly, le resultaba tan intenso que se arrojó sobre él para estamparle un beso que lo marcó con una amorosa mancha de rouge. ¿Quién le teme al lápiz labial rojo?

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