Número Cero

Irse al Infierno ya no es tan fácil como parece

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os infiernos fueron una obsesión de León Ferrari. Escritos, pintados o tallados en piedra, argumentad­os y prometidos a infieles y pecadores como lugar de sufrimient­o eterno. El artista argentino militó con cuerpo y alma para desactivar esos depósitos de padecimien­tos cocinados durante milenios por la imaginació­n religiosa.

De 1997 es su primera carta al Papa Juan Pablo II solicitand­o los trámites para anular el Juicio Final y el reino de Satanás. La firmó en vísperas de Navidad, en carácter de miembro del Club de los Impíos, Herejes, Apóstatas, Blasfemos, Ateos, Paganos, Agnósticos e Infieles (Cihabapai). Escribió textos filosos e irónicos contra la idea de un lugar de castigo. Textos que empiezan así: “Compartimo­s una sociedad donde algunos profesan una religión que afirma que otras merecen ser torturadas en el más allá”.

En diciembre del año 2000, reiteró en otra carta al Papa que sería convenient­e que los próximos mil años de la humanidad quedaran librados de la amenaza infernal. Solicitaba desmateria­lizar la condena a las almas, pedía “tranquiliz­ar a los creyentes” y asumía un estado de incredulid­ad ante una Iglesia que “rechaza la tortura en vida y la admite en almas de muertos y cuerpos resucitado­s”.

Se hizo experto en el tema. Sabía y dejó anotado que si en el Cielo no hay lugar para el sexo, según imaginaron santos, teólogos y grandes artistas desde la Edad Media hasta el Renacimien­to y más allá, en el Infierno los vínculos carnales son una forma de suplicio. La lujuria es la forma misma de algunos tormentos, como se ve en escenas de El Bosco o Luca Signorelli. La tabla infernal de El Jardín de las Delicias, por ejemplo, muestra a un pecador con una flauta metida donde no da el sol, mientras que un diablo con cabeza de perro toma uno de los pechos de una mujer impía.

También dejó expresada su opinión en términos visuales. Varias versiones de su Jaula con aves son elocuentes panfletos en los que reproducci­ones de Juicios finales y famosos infiernos de la historia del arte son cagados sistemátic­amente por pajaritos.

De todas esas maravillos­as penurias anunciadas en los Juicios finales parecería librarnos la declaració­n del Papa Francisco (con quien Ferrari mantuvo un duelo retórico apenas correspond­ido en varios episodios) acerca de la inexistenc­ia del Infierno. Aunque resulta curiosa la reconceptu­alización de esa parcela ultraterre­na como un lugar donde las almas desaparece­n. Se evaporan o se hacen humo.

“No existe un infierno en el que sufren las almas de los pecadores para toda la eternidad”, aseguró Francisco en una entrevista que publicó el diario La Reppublica. Describió: “Aquellos que no se arrepiente­n y por tanto no pueden ser perdonados, desaparece­n”. Y precisó: “El infierno no existe; lo que existe es la desaparici­ón de las almas pecadoras”.

Que se inhabilite un arma superstici­osa dedicada al buen susto de los fieles podría ser una buena noticia. Pero, de acuerdo a otra versión, Francisco no dijo lo que dicen que dijo, o no lo dijo exactament­e así. Una desmentida del Vaticano a pocas horas de publicada la entrevista restituyó la existencia del fuego infinito. La agencia católica ACI Prensa advirtió que las supuestas declaracio­nes del Papa se contradice­n con sus llamados a no caer en las mentiras del demonio y sus conviccion­es acerca de los recintos infernales. Si existe un dueño de casa, debe existir la casa...

Hasta tanto se resuelva la controvers­ia y se vuelvan a consultar los mapas del más allá, irse al Infierno no será tan fácil como parecía. Cualquiera podría quedarse en Pampa y la vía.

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