Número Cero

El hombre que pintaba con el espíritu de otros

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l blanco de titanio fue su perdición. En vez de preparar el color, como hacía siempre, lo extrajo del pomo y lo aplicó directamen­te sobre la tela. Lo necesitaba para hacer detalles en Cuadro rojo con caballos, una pintura que debía verse como la obra maestra perdida del expresioni­sta holandés Heinrich Campendonk.

El cuadro, que los especialis­tas juzgaron profundo y extraordin­ario, se subastó en 2006 por casi tres millones de euros. Todo iba sobre rieles, hasta que un experto le hizo a la pintura un análisis químico, encontró restos de ese blanco maldito y empezó a seguir la huella que lo llevaría a la guarida mágica de Wolfgang Beltracchi, el verdadero autor del mejor Campendonk de la historia.

El falsificad­or condenado

Beltracchi dice que no copiaba cuadros, sino que pintaba con el espíritu de otros artistas. Muchos piensan lo contrario. Ni hablar de quienes fueron engañados, pagaron millones y alimentaro­n la inmensa fortuna que el pintor alemán amasó durante 40 años.

Entre 1970 y 2010, cuando la Policía lo detuvo junto con su mujer, Wolfgang Beltracchi falsificó unas 300 obras de unos 80 artistas. Cumplió una condena de seis años.

Sensible y con talento, tal vez un poco avaro. Así lo describe sin poder ocultar algo de admiración la dueña de una galería estafada por Beltracchi.

El testimonio se escucha en The Art of Forgery ( El arte de la falsificac­ión), el electrizan­te documental dirigido por Arne Birkenstoc­k que está disponible en Netflix.

Sus víctimas fueron las casas de subastas más famosas del mundo, críticos y coleccioni­stas que pensaban que se hacían con obras únicas. El método de Beltracchi, además de pintar como cualquier maestro que se propusiera imitar, consistía en llenar con su trabajo los “huecos” en la carrera de grandes artistas. Hacía aparecer obras que supuestame­nte completaba­n el camino creativo de algún pintor famoso, o incluso cuadros que eran vistos como la coronación de un estilo.

Dorothea Tanning, la viuda de Max Ernst, se enamoró de una de sus falsificac­iones y dijo que la pintura de Beltracchi era la mejor obra que había realizado su marido.

Hasta principios de la década de 1970, Wolfgang Beltracchi pintaba sus propios temas, pero entonces asumió que su pasión, el verdadero arte y lo más fascinante para él, era pintar las obras no pintadas de otros artistas. ¿Un bromista con un don extraordin­ario, un genio malicioso, un orgulloso cultor del virtuosism­o?

En el documental se lo escucha decir que puede pintar cualquier cosa, un Leonardo, un Vermeer, un Rembrandt. Para él no sería nada del otro mundo.

El blanco de titanio

Si algunos consideran a Beltracchi una especie de Robin Hood de la pintura (a medias, en verdad, ya que les robaba a los ricos pero evitaba la parte de darles a los pobres), se debe un poco a sus aires hippies, a su postura anarquista, a sus maneras simpáticas, inteligent­es e indudablem­ente creativas de meterles la mano en el bolsillo a quienes no son precisamen­te carmelitas descalzas en el salvaje mercado del arte.

Es posible que viendo The Art of Forgery alguien recuerde la frase de otro alemán: ¿qué es robar un banco comparado con fundarlo?

Volviendo al blanco de titanio: aunque fue descubiert­o en 1821, fue presentado para fines artísticos un siglo más tarde. No se utilizaba en 1915, año en que Beltracchi fechó su Cuadro rojo con caballos. Nadie sabe si volvió a usarlo, o si hay toques de ese color en las obras maestras del gran falsificad­or que todavía cuelgan en los museos.

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