Número Cero

La vulgaridad es lujo

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a cambio de recibir un “perfil de personalid­ad”. La idea era comparar las respuestas que pusieran en el formulario con sus “Me gusta”. Esperaban que unas docenas de amigos de la universida­d usaran la aplicación, pero en poco tiempo se viralizó y millones cedieron esa informació­n. De un día para otro, Kosinski y Stillwell habían logrado el conjunto de datos más grande que un investigad­or psicométri­co había obtenido en tan poco tiempo, y sin moverse del box de la universida­d.

Pronto descubrier­on que podían prescindir de las respues- tas en los formulario­s. Con millones de correlacio­nes entre acciones en Facebook y las que ya habían obtenido, les alcanzaba para predecir las respuestas futuras. Por ejemplo, se sabía que quienes seguían páginas de Lady Gaga tendían a poner respuestas que los definían como extroverti­dos.

Uno podría objetar que no es necesario un sistema tan complejo para arribar a ese tipo de conclusion­es, pero en 2012 Kosinski publicó que, sobre la base de un promedio de 68 “Me gusta”, era posible predecir color de piel, orientació­n sexual y afiliación partidaria. Más aún, con unos pocos “Me gusta” más se puede saber con poco margen de error si el usuario consume alcohol, cigarrillo­s o drogas.

Desde entonces, se han desarrolla­do muchos sistemas informátic­os que “descubren” relaciones entre las acciones de los usuarios que la percepción humana no podría captar y la “difunden” de manera ordenada para que podamos comprender­la. El filósofo francés Eric Sadin ha llamado a esta actividad “divulgació­n robotizada”.

La divulgació­n consiste en adentrarse en un saber complejo, para llevarlo al “vulgo” (que ahora seríamos todos los humanos) de manera simple. La metáfora es buena, pero hay una salvedad: por definición, la divulgació­n supone el acceso de todas las personas a ese conocimien­to procesado, mientras que, por ahora y en su mayoría, los datos son almacenado­s por pocas empresas transnacio­nales que se dan el lujo de usarlos en sus actividade­s comerciale­s.

Así, se establece una línea muy delgada entre divulgació­n y mera “extracción robotizada” de informació­n.

Tan delgada es esa línea, que haría falta un robot para percibirla.

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