Número Cero

Comunidad boliviana

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rometen y esperan, confiados. Saben que ella los ayuda. En Villa El Libertador, durante todo el año, bolivianos y cordobeses preparan la fiesta más importante del barrio, dedicada a la Virgen de Urkupiña, que reina en el hogar de muchas familias. Se celebra el fin de semana próximo al 15 de agosto, una fecha especial para agradecer e invocar milagros.

A la luz de las velas y sobre un altar de aguayo, las imágenes marianas aguardan un momento sagrado: la renovación del manto. “La ropa nueva indica que también nosotros debemos cambiar para ser mejores personas. El mismo esmero para que María esté bella es el esmero de hacer bellas nuestras vidas”, dice el sacerdote Juan Pablo Candela, mientras rocía con agua bendita las prendas.

En la víspera de la procesión, este es un ritual que involucra a un grupo grande de fieles. A cada imagen se le asigna un padrino, encargado de traer la nueva vestimenta desde Bolivia. Al terminar la misa del viernes a la noche, en la parroquia Nuestra Señora del Trabajo, se trasladan las imágenes a la escuela, próxima a la iglesia. En las aulas, se aplica el manto hecho a medida.

“Le brindamos todo lo que ella se merece. Ayudamos a vestirla y es un acto muy sagrado para nosotros”, explica Ema Santa Cruz, vecina que colabora en la ceremonia, entre el incienso y el papel picado del festejo.

El origen del culto

Según la tradición oral, hace más de 300 años, la señora de Urkupiña eligió a una pastorcita para su primera aparición. En Quillacoll­o (Cochabamba, Bolivia), mientras la niña pastaba ovejas en el cerro Cota, se habría encontrado con una hermosa mujer que llevaba un niño en brazos. Dicen que charlaba a menudo con ella y que, incluso, jugaba con su hijo en el agua de una vertiente. “Está en el cerro”, habría señalado la pastorcita para explicar el encuentro a sus padres. La frase, en quechua, quiere decir “Urkupiña”. De ahí el nombre para venerarla.

“Cuando me siento amargada o estoy triste, le pongo una vela, me pongo a llorar y todo me sale bien. Es como si le contara los problemas a una persona y me tranquiliz­ara”, dice Alicia Flores. Ella y su esposo, Isidoro Aguilar, fueron los primeros en traer la imagen a Villa El Libertador, en el año 1985. Ese mismo año, la imagen también llegó a barrio Las Flores, de la mano de Rosel Vargas.

Todos saben que pueden tocar la puerta de la casa de Alicia para encomendar­le algo a la Virgencita. “Si tienen mal a un niño, le dejan la ropita acá. A veces le dejan plata, yo la junto y le compro más velitas. Siempre la estamos alumbrando”, explica.

La fiesta continúa

Con la luz del día y los mantos renovados, la fiesta continúa. Es tiempo de peregrinar con las imágenes en alto, cantar y sonreír a María. “¡Viva la Virgen de Urkupiña, viva!”, dicen, eufóricos, mientras terminan de alistar los carros. Parte del protagonis­mo de la procesión se lo llevan los vehículos, recubierto­s con aguayos y objetos de valor.

“Usamos muchos colores en los autos porque es una Virgen alegre, festiva. También es la Virgen de la abundancia. Por eso, el dinero y la billetera, para pedirle y encomendar nuestro trabajo. Le agradecemo­s por haber podido cambiar nuestros autos. Además, ponemos las llaves de nuestra casa para que la proteja. Los peluches significan cariño”, aclara Josefina Bulacio, otra vecina.

Al finalizar la procesión, es el turno de las agrupacion­es que trabajan todo el año para lucirse. “En esta oportunida­d, hubo más

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