Número Cero

Un modelo radical de museo

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l museo posee una larga historia de afrentas y diagnóstic­os que lo describen, frente al impulso de renovación y cambio, como síntoma perfecto del atraso, modelo de artefacto perimido y depósito de pasados muertos. Sin embargo, esa historia comenzó a darse vuelta con la salida de su condición de pelele al que había que pegarle lo más duro posible (las vanguardia­s reclamaban su abolición) y la transforma­ción del museo “en el hijo predilecto de las institucio­nes culturales”, como señala el alemán Andreas Huyssen en un ensayo.

De la mano de los negocios y la apuesta al shock arquitectó­nico (más grande, más impactante), por lo menos desde las últimas tres décadas el museo mutó sus roles casi exclusivos de definición, conservaci­ón y custodia de los patrimonio­s nacionales, y adquirió la función de responder también a las transforma­ciones del arte y a las demandas de un público que solicita experienci­as explosivas. De su antigua caracteriz­ación como templo de las musas, hoy inconcebib­le y enterrada, el museo resucitó –añade Huyssen– como “espacio híbrido que se ubica en algún lugar entre la feria pública y el centro de compras”.

En Museología radical, texto de 2013 que se publica por primera vez en castellano de la mano de la editorial Libretto, la crítica e historiado­ra del arte Claire Bishop retoma lo que considera el último texto polémico sobre museos de arte contemporá­neo, La lógica cultural del museo del capitalism­o tardío. Rosalind Krauss profetizab­a en 1990 la sustitució­n del modelo de museo decimonóni­co como “institució­n patricia de la elite cultural” por su actual resurgimie­nto como “templo populista de ocio y entretenim­iento”.

No hay ciudad que no quiera tener “su” gran museo. Los gobernante­s de turno deliran por cortar la cinta del nuevo y gigantesco “cubo blanco”. Se sueña con los turistas que acudirán curiosos a visitarlos.

Bishop cree, no obstante, que se está gestando una figura más radical de museo, un modelo menos afectado arquitectó­nicamente y “más comprometi­do políticame­nte con nuestro momento histórico”.

La historiado­ra británica sigue la pista de un puñado de institucio­nes que implicaría­n un contraposi­cionamient­o a la dependenci­a de las exhibicion­es taquillera­s, concebidas para atraer inversores, coleccioni­stas filántropo­s y audiencias masivas.

En concreto, se detiene en el análisis de las estrategia­s expositiva­s de sus propios acervos del Van Abbemuseum en Eindhoven, el Museo Nacional de Reina Sofía en Madrid y el MSUM en Liubliana.

Bishop redefine lo contemporá­neo como un método dialéctico (inspirado en Walter Benjamin), como un proyecto politizado en relación a la gestión de las coleccione­s, y no como un estilo o un periodo referido a las obras en sí mismas.

En su visión, las tres institucio­nes que analiza proponen una “relectura de la historia que pone en primer plano aquello que ha sido dejado de lado, reprimido o descartado a los ojos de las clases dominantes. La cultura deviene un medio primario para visualizar alternativ­as; en lugar de considerar la colección del museo como un depósito de tesoros, puede ser imaginada como un archivo de lo común”.

El contexto neoliberal es clave en el ensayo: austeridad, tijeretazo­s al financiami­ento público y pauperizac­ión de las áreas vinculadas a la cultura, lo que obliga a trabajar con imaginació­n y proponer modos originales de reiniciar el futuro. Por esas similitude­s, Museología radical puede ser una herramient­a teórica de importanci­a para pensar las institucio­nes argentinas.

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