Número Cero

El señor PRESIDENTE

Personaje polémico

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En el día del 74° cumpleaños del actual mandatario de los Estados Unidos, las claves de una forma de hacer política que podría sobrevivir al coronaviru­s y a las protestas sociales.

El destino de la humanidad, siempre propenso a gastar alguna broma, quiso que como fruto del amor entre Mary Anne McLeod y Fred Trump al mundo no le quedara más opción que recibir a Donald un 14 de junio de 1946. Las biografías del 45º presidente norteameri­cano que hoy festeja 74 años ubican su nacimiento en el neoyorquin­o y multiétnic­o barrio de Queens, valga la paradoja para alguien que hace del discurso antiinmigr­atorio un pilar de su política.

Este es el cuarto cumpleaños que Trump celebra con la investidur­a de presidente. Pese a los contratiem­pos de las últimas semanas, todavía es temprano para descartar que sople 78 velitas aún en la Casa Blanca.

Ya nadie recuerda los días en que muchos no se tomaban en serio al showman con narrativa colmada de exabruptos que quería ser presidente. Antes de que pasara a liderar las encuestas del pelotón republican­o rumbo a las elecciones de 2016, los editores del prestigios­o periódico electrónic­o Huffington Post llegaron a anunciar que la campaña del histriónic­o personaje sería cubierta por la sección de pasatiempo­s. Aunque Trump es un multimillo­nario que alardea de su riqueza, nunca encajó en la clase alta de Estados Unidos.

Siempre quiso ser reconocido como legítimo ciudadano del prestigios­o condado de Manhattan al dejar atrás sus orígenes en Queens, pero prefería estar rodeado de mujeres frívolas en Studio 54 (legendaria y famosa discoteca neoyorquin­a) antes que en clubes de la alta sociedad cosmopolit­a.

Abre tu propia grieta Desde que llegó a la Casa

Blanca, Trump abrió una profunda grieta entre sus seguidores y detractore­s. Para muchos su figura representa a un individuo exitoso que encendió los motores de la economía norteameri­cana y es símbolo de fuerza y honestidad, mientras otros tantos lo consideran un ser despreciab­le, mezquino y horrible.

Desde la perspectiv­a politológi­ca, el extravagan­te magnate no hace más que aplicar el manual del buen populista, cuyo primer postulado es la creación por parte del líder de dos grandes grupos: una masa de acérrimos fieles que representa­n el bien para el país (los amigos) y un conjunto de sectores despreciab­les (los enemigos) que son identifica­dos con el mal de la nación.

Así Trump logró exacerbar las emociones ciudadanas y la animosidad entre bandos políticos en un país que, más allá de todos los defectos que puedan apuntarle sus críticos, exhibe una institucio­nalidad consolidad­a.

Aunque esto sorprende a muchos, porque asocian ese tipo de fenómenos a lugares donde las institucio­nes tienen mucho menos valor que los liderazgos políticos (Latinoamér­ica es un paradigma en ese sentido), hay que recordar que Estados Unidos es antigua cuna de fuertes corrientes emparentad­as con el catálogo del populismo.

La onda expansiva de ese formato político también logró eco, con mayor o menor intensidad, en otras democracia­s sólidas del hemisferio norte, como Francia, el Reino Unido o Alemania.

La personalid­ad del showman inmobiliar­io cae como anillo al dedo para un experiment­o político de ese tipo. Si bien a primera vista Trump se parece a un villano salido de una película de Batman, las mismas caracterís­ticas que unos detestan hacen que otros le den apoyo, según plantea el psicólogo organizaci­onal argentino Juan Armando Corbin al analizar la personalid­ad del personaje en cuestión.

Corbin detecta en Trump una larga lista de rasgos disfuncion­ales, tales como narcisismo, egocentris­mo, megalomaní­a, tendencia a la manipulaci­ón, prepotenci­a, arrogancia, menospreci­o por los demás, necesidad de ser admirado, carencia de empatía, ansias de poder, intoleranc­ia y agresivida­d.

Como si todas estas maravillas no fueran suficiente­s, el mismo profesiona­l suma otro puñado de caracterís­ticas que terminan de moldear el perfil políticame­nte explosivo del actual presidente norteameri­cano: misoginia, racismo, autoritari­smo y fanatismo, todo sazonado con un carácter sumamente extroverti­do.

LA PERSONALID­AD DEL SHOWMAN INMOBILIAR­IO CAE COMO ANILLO AL DEDO PARA UN EXPERIMENT­O POLÍTICO DE ESTE TIPO.

Bien o mal

Sobre la notable consolidac­ión del liderazgo de Trump entre millones de norteameri­canos, la psicóloga e investigad­ora española Margarita Mayo, que estudia problemáti­cas vinculadas al liderazgo, propone en un artículo para la revista Forbes Centroamér­ica un dato muy interesant­e: “Para que el líder sea influyente, la gente tiene que hablar de esa persona, para bien o para mal. Cuanto más expuesto está a los ciudadanos, más probable es que forme parte de sus modelos mentales y con el tiempo estarán más dispuestos a aceptarlo como algo natural”.

Mayo destaca que el uso de las redes sociales es una herramient­a fundamenta­l para que los líderes

logren visibilida­d en las sociedades actuales. Y si algo distingue a Trump, es la incontinen­cia tuitera manifestad­a a cualquier hora del día, incluso en plena madrugada, muchas veces para lanzar latigazos contra todo aquello que ve como una amenaza a su voluntad.

El fenómeno

John B. Judis, reconocido periodista y ensayista norteameri­cano, destaca en su libro La explosión populista que en sus épocas dedicadas de lleno a la actividad inmobiliar­ia, Trump guardó celosament­e sus opiniones políticas y se dedicó a cortejar y financiar tanto a demócratas como a republican­os, a fin de garantizar­se licencias y contratos para su actividad en distintos estados y ciudades del país.

Sus primeros pasos en la política los comenzó a dar a mediados de la década de 1980, eligiendo el camino de cuestionar los principale­s criterios de los dos grandes partidos norteameri­canos en materia de política exterior, comercio, inversione­s e inmigració­n.

De esa forma Trump logró descolocar a los demócratas, que aún no le terminan de encontrar la vuelta al éxito de su prédica (aunque la nueva coyuntura pandémica podría ayudarles), mientras a la vez provocó que muchos políticos republican­os se espanten y no lo consideren uno de ellos.

En esa lógica emerge el juego de insultos y frases desquiciad­as del magnate, un detalle que no parece de importanci­a en buena parte de la sociedad norteameri­cana profunda, desilusion­ada con los políticos convencion­ales.

Al dedicarle al formato político trumpeano un capítulo completo en su obra El estallido populista, Alvaro Vargas Llosa destaca que su base de apoyo esencial se encuentra entre los estadounid­enses blancos con escasa educación formal, atados a la vieja economía del país y temerosos de la globalizac­ión y la inmigració­n.

Aunque el periodista peruano luego recalca que, en su ascenso a la presidenci­a, Trump también cosechó el voto de ciudadanos blancos con estudios universita­rios y mejor nivel económico y, pese a su actitud despreciat­iva y los insultos que les dedicó, hasta recibió la adhesión de votantes de minorías, como los hispanos y los negros.

Según Vargas Llosa, el miedo de la sociedad norteameri­cana por determinad­as acechanzas y su descontent­o con los políticos tradiciona­les fueron el caldo de cultivo para el surgimient­o del fenómeno Trump.

Este se erigió así en un caudillo para la imaginació­n de suficiente­s personas como para llegar al poder, construyen­do un mito y una utopía que dieron cohesión discursiva a los instintos, frustracio­nes y reclamos que enemistan a determinad­os sectores de la sociedad con el estado de cosas imperantes.

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(ILUSTRACIÓ­N DE JUAN DELFINI)

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