“El virus es la sombra de nuestro comportamiento y acción”
Carolina Sanín
La escritora colombiana integra vivencias y reflexiones en “Somos luces abismales”, donde encuentran espacio los animales, la religión o los virus.
Experiencias súbitas, reveladoras, incómodas, exteriores: Carolina Sanín (Bogotá, Colombia, 1973) encandila de frente con los textos de Somos luces abismales, de cuyos contrastes emergen los reflejos de una prosa en ebullición.
La búsqueda de su perra en la medianoche colombiana le permite a la autora pensar en París y el lugar extático desde donde se escribe; la contemplación de un potro en la ruta coincide con la visita a una huerta de montaña y los misterios de la plantación; la misa fúnebre de una amiga fallecida abre a un recuerdo de infancia en que se avistó un fantasma y los múltiples paralelismos del tiempo; la reflexión sobre el nombre propio se derrama en historias familiares y la aproximación al islamismo; la compra de queso de cabra en la montaña permite sostener un cabrito y tejer alrededor suyo los padecimientos que provocan pulgas y virus.
“¿De qué nos hablan los virus, que parecen negar la unidad, si no es sólo de sí mismos? Hablan de lo que resta: de nuestras maneras de ser que no son como las plantas ni como los animales ni como las células ni como las piedras ni como los planetas. De nuestros adormecimientos invasores, contradictorios”, escribe Sanín en el libro de 2018 ahora publicado en la Argentina y que hace de complemento con la ficción taciturna de Los niños.
¿La sorprendió en ese sentido la pandemia? “Sí. Mientras escribía Somos luces abismales pensé mucho en los virus, a raíz de un episodio que tuve de herpes zóster y un temor (bastante paranoico) de haber contraído el mal de la rabia. Me interesa la relación del virus destructivo, que no es ni múltiple ni uno y siempre parece estar dicho en plural, con la unidad fértil de la célula. Me interesan los mecanismos de invasión y contagio como metáfora de maneras que tenemos las personas de comunicarnos con el dinero y el lenguaje. Me interesaba contemplar la posibilidad de que nuestra noción de la vida acogiera ese otro modo de vida, que no nace ni muere, que parece estar excluido de la vida (el crecimiento, el movimiento, el fin) y buscando siempre estar más vivo, vivir en la vida o convertir el otro modo de vida (la célula) a su mecanismo destructivo. Quería ver cómo ese modo de ser y buscar opera también en nuestra manera de ser humanos; cómo tenemos – y tememos y negamos– esa forma de operar del virus que existe como una sombra en nuestro comportamiento, en nuestra acción”, apunta la autora.
Otros mundos
–Caballos, ovejas, cabras, palomas. ¿Por qué abundan animales en el libro?
–La observación de animales nos recuerda que hay otros lenguajes, aparte del nuestro de palabras, que expresan el mundo
– o infinitos mundos coexistentes–. La contigüidad con los animales señala el límite y la limitación de nuestro lenguaje. Esa conciencia de otros lenguajes innumerables es importante para una escritora (alguien que se afana exclusivamente con las palabras) y pone en entredicho (o desdice) lo que su texto va diciendo. La proximidad con los animales, de cuya experiencia del mundo podemos saber tan poco, nos señala además nuestros otros modos de ser, de existir: el sueño, por ejemplo, y, en fin, todas las vidas que vivimos mientras transitamos nuestra vida en el tiempo diurno y la realidad factual. Además, y ya acogiéndonos a una noción humanista y fabulística, podemos pretender para el estudio de la psique humana que todos los animales nos constituyen; que al mirar a los distintos animales podemos mirar, como si estuvieran frente a nosotros, los aspectos, atributos y potencias que nos constituyen.
–En “Somos luces abismales” nombrás sitios donde viviste además de Colombia: Barcelona, París, New Haven. ¿Qué representan esas locaciones?
–He vivido en varios lugares, menciono algunos y trato de expresar las atmósferas presentes en ellos y los estados de ánimo que suscitaban. Es una manera de imaginar mi historia. A veces, sin embargo, siento que no he estado en ningún otro lugar que mi país y casa, aunque sea una casa que, al ser humana, se siente ajena y
Somos luces abismales Carolina Sanín
Blatt & Ríos
268 páginas $ 690 transitoria. El territorio de la escritura es el texto. El texto es la comarca que se funda al tratar de exteriorizar, dar espacio y ordenar lo que en la imaginación existe sin espacio y en lo oscuro.
–Citás a la Biblia, el Corán, el Gilgamesh o al poeta místico William Blake. ¿Hay una dimensión religiosa, sagrada o de rasgos clásicos en tu escritura?
– La religión, el arte y la ciencia son maneras de testimoniar las mismas búsquedas y formular las mismas preguntas: sobre lo efímero y lo duradero, lo múltiple y lo uno, lo grande y lo diminuto, la verdad o la mentira de la cuantificación, y la creatividad. El problema principal del ser humano es la muerte, la mortalidad: qué puede hacerse antes de la muerte si todo lo que se hace se hace para morir; a dónde va la búsqueda vital de la unidad (del amor, el poder que aglutina y atrae), si la muerte es la separación. La literatura debe leerse fuera de contexto, no con esa especie de paternalismo del presente que considera lo pasado como perteneciente a realidades pasadas. Leo y traigo a mis textos a Blake, el Corán, Petrarca o la Odisea, porque yo también – y cada lector y ser humano– escribió los poemas de Blake y el Corán y la Odisea. Hay un espíritu humano que escribe y solo escribe sobre la condición humana a lo largo de los siglos – y que funda y reitera, de texto en texto, que no sólo existe el tiempo histórico o sucesivo. Lo contado en el Gilgamesh o el Génesis no se contó, está contándose y siendo.
“ME INTERESA LA RELACIÓN DEL VIRUS DESTRUCTIVO, QUE NO ES NI MÚLTIPLE NI UNO Y SIEMPRE PARECE ESTAR DICHO EN PLURAL”.
n el extremo opuesto del vanguardismo incipiente del emblemático Cecil Taylor, César Aira (foto) ensaya un relato de vigorosa senectud en Fulgentius, donde proyecta su alter ego en la portentosa figura de un general romano.
Fabius Exelsus Fulgentius emprende a sus 67 años la temible pacificación de la región llamada Panonia, a la vez que asiste en los teatros de los pueblos sometidos a la recreación de una tragedia autobiográfica escrita por él de niño.
El peligroso límite entre variación y mera repetición ya sea de las posibilidades del mundo como de la práctica artística se adueña de la conciencia del patricio sexagenario mientras avanza en su ambiciosa misión.
Entre la sátira melancólica y la peripecia civilizatoria, Aira se sirve del imaginario de época para instaurar otra conquista de su multiplicidad única (que impide señalar que Fulgentius será uno de los libros del año; es un libro de Aira), no tan solitaria en el protagonista que marcha acompañado de la Legión Lupina y su asistente Lactarius.
La descripción virtuosamente pasatista de palacios, templos, reinos, bosques y otras modalidades del paisaje, las banalidades de la vejez (problemas urinarios, la tos del nieto) y los recreos escénicos son materia para pícaras disquisiciones sobre naturaleza y cultura, un elogio del delito o la desmitificación autobiográfica. “Si quiero contar que levanto una hoja del suelo (…) y no quiero que sepan que lo hice, escribo que levanté la vista al cielo nocturno y vi una estrella”, dice el gallardo Fulgentius.
El texto en clave cobra dimensiones casi sensacionalistas en el personaje que duda del sentido de su proyecto, se debate entre el cansancio y el aburrimiento y piensa en renunciar.
¿El último escritor moderno argentino devino un espécimen suburbano de clásico latino? ¿Mutó la invención robada a la infancia en esparcimiento de jubilado? En carta a su lejana esposa, Fulgentius, que se jacta de la victoria en 100 campañas, émulas de la cantidad de novelitas aireanas, expresa: “¿Por qué esta insatisfacción, este esfuerzo permanente por justificarme ante mí mismo, por qué la vaga sensación de haber fallado?”
La gloria de la prueba y el error, del procedimiento exploratorio, de la improvisación planificada, de la creatividad lanzada a futuro lucen lánguidas en una llanura en la que queda poco por descubrir.
Pero eso sería un exceso de literalidad en Aira, que en tiempos invertidos abre todavía el paso a la felicidad de un territorio sin fronteras.
Fulgentius César Aira Random House 168 páginas $ 799
Aira proyecta su narrativa camaleónica en la misión de un general romano. Une aventuras y melancolía de senectud.