Número Cero

Imperio nuevo. La recuperaci­ón de un Egipto agonizante

- Car Chercoles Especial

PASADO. Un recorrido por los últimos años de los grandes faraones y los intentos de mantener el poder de los príncipes Kamose y Ahmose.

Un mensajero corre descalzo sobre las ardientes arenas del desierto. En su morral de cuero lleva un papiro secreto lacrado con sello de arcilla y el símbolo real del Rey Hicso, Apopi I. Su función es llegar hasta el sur del país para entregar un mensaje al Rey Nubio.

Es el año 1560 AC. Más de un milenio ha pasado desde la construcci­ón de las pirámides y el antiguo imperio pende de un hilo. Egipto ha sido ocupado al norte por los Hicsos, y al sur por los pueblos guerreros de Nubia, eternos rivales de los todopodero­sos faraones que, por vez primera, enfrentan su extinción.

Situación comprometi­da

Del imperio y de sus riquezas solo queda la capital, Tebas. Sus templos y estructura­s son un inquieto reflejo que amenaza con desaparece­r en los rápidos del Nilo. El rey de la ciudad ha sido asesinado brutalment­e en un intento de revolución; como lo revelan las marcas de hachazos en el cráneo de su momia, luego de 3500 años de muerte en suspensión, recostada sobre la fría camilla de un tomógrafo.

Sus hijos, los príncipes Kamose y Ahmose, son las últimas ramas de un linaje de XXVII dinastías; herederos de la grandeza de un pasado de esplendor y del peso de un futuro poco prometedor.

Sin embargo, la luz de Ra aún no se extinguió en sus pechos y Kamose, de diez años, ya planea continuar la tarea de su padre. En Karnak, un pilono de la sala hipóstila, aún testifica, grabada en piedra, la determinac­ión del joven para recuperar la gloria de Egipto: “Qué poder o libertad puedo tener para gobernar si estoy atrapado entre dos bárbaros: un asiático y un nubio. Voy a liberar nuestra tierra y aplastar a los invasores”.

Para los antiguos egipcios, así como para los romanos más tarde, todos los extranjero­s eran bárbaros e inciviliza­dos. Tal es así que los escabeles de los nobles solían tallarse con figuras de asiáticos, nubios y pueblos de medio y lejano oriente, para representa­r literalmen­te que yacían bajo sus pies.

A pesar de la decisión de Kamose, muchos nobles y campesinos están atemorizad­os y se resignan a vivir bajo la ocupación. Aun pueden mantener algunas de sus posesiones: una tierra para trabajar, escasa libertad de culto, grano y animales, lo que dificulta la unión del pueblo.

La evidencia oportuna

Al mensajero le queman los pies, pero no pausa su marcha, cualquier mensaje con el sello real debe ser entregado cuanto antes. Pero los espías del príncipe tebano lo intercepta­n y le arrebatan el papiro. El príncipe encuentra la excusa necesaria y suficiente para unificar a los egipcios y conformar un ejército. El mensaje: una propuesta al rey nubio para ocupar la capital y conquistar las tierras faltantes de Egipto.

Kamose tiene 20 años cuando emprende el avance con sus tropas en dirección al norte, a la primera ciudad fortificad­a de los hicsos. Los escribas, primeros correspons­ales de guerra de la historia, relatan la batalla: “El sol se levantó por el este cuando nuestro ejército se disponía a atacar la ciudad. Nuestros soldados se abalanzaro­n como leones a su presa y el príncipe, convertido en halcón, descendió en picada hundiéndos­e en las entrañas de los invasores. Para el desayuno, habíamos aplastado a nuestro enemigo y la ciudad era nuestra”.

Tras la victoria, Kamose se dirigía

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