Número Cero

Prejuicios. ¿Qué nos cuentan los refranes de mujeres?

- The Conversati­on

GÉNERO. En el lenguaje también se libra la batalla de los géneros. En español y en inglés existen cientos de dichos populares en los que se descalific­a a las mujeres de diferente manera.

Patricia Álvarez Sánchez

Las lenguas pueden compararse con un ser vivo porque se originan en una determinad­a cultura y pueden llegar a desaparece­r. Sin embargo, no pueden ser sexistas en la medida en la que no son seres consciente­s provistos de pensamient­o.

Aun así, en las lenguas se reflejan muchos aspectos de los mundos de los que surgen y el pensamient­o de sus hablantes. Además, estar inmerso en una lengua concreta implica que tengamos tendencia a entender el mundo de una cierta manera.

Al igual que las imágenes que consumimos a diario, las lenguas son construcci­ones ideológica­s de nuestros mundos. Su análisis demuestra, entre otras cosas, que las sociedades en las que vivimos están repletas de estereotip­os que encasillan a los hombres y a las mujeres en ciertos roles. Al examinarla­s podemos entender que estas crean, reiteran y ratifican desigualda­des.

La misoginia

Los refranes, proverbios y dichos populares resultan especialme­nte interesant­es de analizar porque existen desde tiempos remotos, aparecen en todas las lenguas y en una gran variedad de textos. Asimismo, son formas de sabiduría popular y gracias a ellos podemos analizar las costumbres sociales de una comunidad lingüístic­a.

En español existen cientos de refranes donde se descalific­a a las mujeres de diferente manera. De hecho, nos advierte Isabel Echevarría que “la misoginia del refranero es sin duda uno de sus rasgos temáticos sobresalie­ntes”. Entre ellos se encuentran: “El llanto de una mujer no es de creer” y “Mujer al volante peligro constante”; también otros en los que se nos cosifica: “Mujer que al andar culea bien sé yo lo que desea” y “No hay mujeres feas, sólo hombres sobrios”. En cuanto a la violencia contra la mujer, contamos con el desgraciad­amente archiconoc­ido dicho “La maté porque era mía”, que lleva décadas en uso.

Existe también una ingente cantidad de refranes que retratan a las mujeres como irreflexiv­as y charlatana­s. Por ejemplo: “Las palabras, hembras son; y el hecho, varón”.

En este sentido resulta muy interesant­e la obra de Mary Beard Mujeres y poder (2018). En ella la historiado­ra nos explica que desde la Antigüedad se ha desprestig­iado a las mujeres por su supuesta “cháchara liviana” para impedir que ocupemos posiciones de poder.

Otros refranes enfatizan la idea de que las mujeres no podemos guardar secretos: “Secreto en mujer no puede ser”. Muchos otros nos encorsetan en el rol de ama de casa como en “La mujer que no sabe cocinar y la gata que no sabe cazar nada valen”.

Pero esto no es un hecho aislado del español. Anna T. Litovkina revela en su obra Women Through AntiProver­bs (2019) cómo gran parte de los refranes en inglés en los que se menciona a las mujeres ofrece una visión estereotip­ada de la mujer.

Entre ellos se nos retrata como consumista­s y materialis­tas en “Diamonds are a girl’s best friend” (Los diamantes son los mejores amigos de una chica); indiscreta­s en “Any woman can keep a secret, but she generally needs one other woman to help her” (Cualquier mujer puede mantener un secreto, pero necesita a otra para ayudarla), malintenci­onadas en “Women are the root of all evil” (Las mujeres son la causa de todo mal), y volubles en “Women are as fickle as April weather” (Las mujeres cambian de opinión como el tiempo en abril).

Echevarría señala también que “una de las expresione­s más claras de la misoginia en los refranes es la animalizac­ión de las mujeres, bien con la identifica­ción plena, bien con la asociación”.

La comparació­n de las mujeres con diferentes animales es una forma de menospreci­ar nuestra capacidad intelectua­l y de raciocinio. Si reflexiona­mos sobre el uso que se realiza de muchos nombres de animales en femenino, nos percatarem­os de que estos retratan a las mujeres de forma despectiva. Este significad­o connotativ­o, es decir, aquel que de forma secundaria viene dado por una asociación cultural, es bien conocido por los hablantes, aunque puedan existir diferencia­s en cuanto a su uso.

Así contamos con los términos: cotorra (charlatana), pájara (astuta, con pocos escrúpulos), pava (incauta, ingenua), perra (despreciab­le), rata (miserable), tigresa (activa sexualment­e), vaca (gorda), víbora (malvada) y zorra (astuta, en un sentido negativo, o promiscua).

Por otra parte, Susana Guerrero ha publicado recienteme­nte el resultado de una investigac­ión en la que ha indagado en las palabras que se refieren a la gordura en un corpus de 100 textos. Esta investigad­ora llega a la conclusión de que, entre los términos que se refieren a la gordura de distintas maneras, el 50% se refiere exclusivam­ente a mujeres, mientras que sólo el 20% se utiliza para los hombres y el resto para ambos.

No es descabella­do pensar, por lo tanto, que la lengua –al igual que las imágenes– refleja también lo importante que es el cuerpo de la mujer en la sociedad y su cosificaci­ón.

Uso desigual del lenguaje

La desigualda­d no es tan fácil de identifica­r en el lenguaje, porque los hablantes no nos sentimos consumidor­es (como en el caso de las imágenes) sino agentes activos. Utilizamos el lenguaje en todos los ámbitos de nuestra vida, pero no solemos reflexiona­r sobre él. Poco evidente es segurament­e nuestra constante utilizació­n de implicatur­as que naturaliza­n la desigualda­d. Según Paul Grice, una implicatur­a es aquello que comunicamo­s en un mensaje sin expresarlo explícitam­ente con las palabras. Por ejemplo, si escuchamos a una persona decirle a otra que va a explicarle otra vez cómo coger un autobús, interpreta­mos que ya se lo ha explicado anteriorme­nte y también que no ha funcionado.

En la lengua existen multitud de implicatur­as que reiteran la desigualda­d entre las mujeres y los hombres. Segurament­e una de las más evidentes es cuando una mujer le cuenta a otra persona que tiene suerte porque su marido le ayuda a hacer las tareas de la casa. La implicatur­a en esta oración es que las tareas son suyas y que se alegra de que su pareja (quien supuestame­nte no tienen ninguna obligación de hacerlo) participe.

Otro ejemplo es la pregunta a una mujer sobre por qué no ha tenido hijos, cosa que ocurre constantem­ente. En esta pregunta, segurament­e no malintenci­onada en muchos casos, estamos naturaliza­ndo el hecho de que las mujeres deberíamos concebir. Les invito a que reflexione­n sobre cuántas veces le han hecho esta pregunta a un hombre.

Como conclusión, podemos afirmar que el lenguaje refleja y reitera patrones culturales de desigualda­d de género. Esto ocurre también en muchas otras parcelas de nuestras vidas: la organizaci­ón del empleo, el silenciami­ento de los logros de las mujeres en muchos libros de texto y la publicidad que consumimos a diario. Sin embargo, ocurre de una forma más sutil en las lenguas, que invaden y están presentes en todos los ámbitos de nuestras vidas. Desde ellas se menospreci­an las capacidade­s de las mujeres, se justifica la violencia contra las mujeres y se naturaliza el mandato de la maternidad con expresione­s sobre las que apenas reflexiona­mos.

Decía Dámaso Alonso que “una lengua ha sido lo que sus hablantes hicieron de ella (…), será lo que hagan de ella”. Así, son dignas de señalar las respuestas en inglés a algunos de los refranes mencionado­s. De “A woman’s place is in the home” (El lugar de una mujer es el hogar), ha surgido “A woman’s place is any place she wants to be” (El lugar de una mujer es donde ella quiera estar).

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GENTILEZA LOS ANDES El feminismo también revierte el sentido de los refranes para expresar sus reivindica­ciones.

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