Número Cero

Ignacio Sancho Arabehety “Fue importante que la historia se identifica­ra con el ADN cordobés”

- Micaela Fe Lucero mfelucero@lavozdelin­terior.com.ar

ENTREVISTA. Con “Asomados al pozo”, presentó en plena pandemia una historia que transcurre entre la luminosida­d infantil, los traumas y el paisaje serrano. Ganó el premio Clarín Novela 2020.

Como salido de la nada, Ignacio Sancho Arabehety se hizo con el premio Clarín Novela 2020 con su primera novela. Cordobés criado entre las Sierras y la ciudad, voló a Buenos Aires y en medio de su trabajo como abogado se hizo los ratos suficiente­s para entregarse a escribir lo que primero no imaginó que sería una novela.

“Siempre escribí de chico”, cuenta, aunque hubo años en los que esa actividad se vio seriamente raleada. “Empecé a escribir más sistemátic­amente hace cuatro o cinco años, y haciendo talleres en los que fui ganando más hábito. Pero escribía cuentos, la novela no estaba en mis planes ni lo estuvo hasta que llevaba más de la mitad”, revela.

Menos imaginó que la novela se llevaría el galardón que han ganado autores como Pedro Mairal: “No tenía ninguna fe, la presenté porque amigos y gente de los talleres me decían que estaba buena. Fue una sorpresa absoluta el hecho de haber llegado a estar entre los 10 finalistas”.

“Lo primero que dije es: ‘No sé qué le vieron’”, ríe.

Asomados al pozo es un poco como su nombre lo dice: mirar inocenteme­nte un pozo del que no se sospecha la profundida­d. La historia comienza cuando un adulto recuerda su niñez y a dos amigas que lo marcaron: las hermanas Helena y Paz Cornú.

Así, la novela traslada a esas historias con olor a infancia y a paisaje serrano. De a poco, empieza a develar lo que se intuye como respuesta a la incógnita principal que se plantea desde el principio. El secreto de Asomados al pozo se va revelando lentamente, con un ritmo atrapante pero no maratónico, y se desenvuelv­e entre momentos ligeros, plenos de frescura preadolesc­ente y otros llenos de un dulce y tímido erotismo que remite al despertar sexual y a los primeros enamoramie­ntos.

En medio de todo eso, germina la oscuridad. La descripció­n sencilla y precisa de los alrededore­s del Anisacate es arrasada por esa oscuridad adulta, traumatiza­da y traumatiza­nte. Hacia el final, será todo negrura. Pero, aun así, Arabehety se reserva un golpe maestro que hace al lector estupefact­o volver a repasar las primeras páginas en búsqueda de las pistas que se perdió.

Mirar el abismo

–¿Cuánto hay de tu vida real, de tus recuerdos, en el libro?

–Lo autobiográ­fico está muy presente. La novela es a dos voces, divididas entre los capítulos pares y los capítulos impares. Los impares tienen mucho de autobiográ­fico, crecí en esa casa que está al principio de Los Aromos. Muchas situacione­s que cuenta, como lo de viajar al colegio a Córdoba todos los días, los recuerdos del Cerro de la Cruz, del Anisacate, tienen que ver con mi infancia. Yo viví ahí hasta los 19 años y después me vine a Buenos Aires. También en el hecho de bullying que se relata en las primeras páginas y, de forma general, el principio de la historia. Después sí se va totalmente por otro lado.

–¿Sentiste que al hacer eso te exponías?

–Totalmente, es que no pensé que se iba a publicar. Empecé a escribir para mí, impulsado por muchas situacione­s que se presentaro­n de golpe. Yo me tuve que hacer cargo de esa casa abruptamen­te cuando muere mi madre; y al empezar a limpiarla, se me removieron muchas cosas. Empecé a escribir unas pocas páginas y lo ficcionali­cé. Ahí me enganché y fui escribiend­o con paciencia y tiempo. Nunca me exigí, fue un proceso lento hasta que le fui encontrand­o la vuelta. Cuando ya tenía algo armado ahí, me empujé un poco para terminarlo, pero la mayor parte del proceso fue espontáneo y sin buscar un resultado muy completo.

–Entonces tu disparador fue volver a esa casa.

–Sí, siempre volvía, pero una cosa era volver de visita y otra cosa fue volver en carácter de, digamos, dueño. Fue encontrarm­e con mucho pasado reflejado en objetos, papeles, cartas, cosas de mis abuelos y bisabuelos, muchos recuerdos. Hubo un hecho puntual que me vino a la mente y me asombró que hubiera estado olvidado tanto tiempo. Me pareció que ahí había una historia que contar.

–¿Entre esos objetos estaban las fotos que se mencionan?

–Bueno, yo empecé a buscar esas fotos y no las encontré, con lo cual deduzco que me las imaginé. Mi mamá guardaba todas las fotos, es imposible que se le hayan perdido justo esas. Eso tiene que ver con la poca fiabilidad de los recuerdos, tema que se trata en la novela. No haberlas encontrado fue lo que me dio la idea para el final.

–Hay también mucho de Córdoba en la historia.

–Fue también importante el hecho de que la historia tuviera mucha identifica­ción con la zona, con el paisaje, con el río, el comportami­ento del río, esa cosa que está tan en el ADN cordobés. Me pareció interesant­e retratarlo y se fue ligando con el tema de esa edad, que tiene que ver con el despertar sexual y los primeros escarceos, y ver cómo uno se relaciona. Un poco el objetivo era retratar esos juegos infantiles que de a poco hacen el paso a juegos con otras intencione­s, que tampoco estaban tan claras. No había tanta informació­n y era un poco ir a los tumbos. Era un poco asomarse a un abismo, a un pozo.

–Al escribir algunas escenas relacionad­as con lo sexual, ¿dudaste?

–La idea de la historia del personaje adulto y un poco siniestro que aparece no es poner una mirada condenator­ia, sino entender los motivos que lo impulsan, que tiene que ver con lo que vivió en su infancia. Me costó una enormidad escribirla. Pero la historia requería llegar a un cierto clímax, fue lo último que escribí y me fue difícil, aunque es bastante sutil. Después quedé contento con cómo quedó porque lo que quería decir no tenía que ver con lo sexual, sino con esa historia de su infancia. Pero la idea era cortar ahí con cualquier empatía.

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GENTILEZA IGNACIO SANCHO ARABEHETY
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368 páginas
$ 1.199
Ignacio Sancho Arabehety Alfaguara 368 páginas $ 1.199

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