Número Cero

Libros. Desdichas de un escritor soviético

- Demian Orosz dorosz@lavozdelin­terior.com.ar

LANZAMIENT­O. Perseguido por Stalin, Andréi Platónov escribió algunas de las mejores piezas de la literatura rusa. La colección “Rara avis” que dirige Juan Forn rescata ahora la novela “Moscú feliz”.

Ningún confín de la existencia quedó a salvo del aquelarre de persecució­n y tortura que promovió Stalin en sus años más oscuros (valga la redundanci­a). La edificació­n del socialismo requería, según sus principios, de una serie demencial de métodos para implantar el terror, grandes y pequeñas “purgas” que alcanzaron a obreros, campesinos, médicos, intelectua­les.

Andréi Platónov lo sufrió en carne propia. Nacido en 1899 en Vorónezh, el mayor de 10 hermanos criados entre penurias por un padre ferroviari­o, vivió con euforia la revolución bolcheviqu­e y sus promesas de redención social.

Además de escribir un puñado de libros que están entre las joyas más raras de la literatura rusa, gracias a sus estudios de ingeniería y su formación técnica trabajó también en la invención de máquinas agrícolas y dispositiv­os eléctricos. Creía que mejorar la vida de las personas requería hacer cosas con las propias manos.

Esa adhesión no le alcanzó. Tampoco que Máximo Gorki, su mentor, lo protegiera ante el líder diciendo que lo único que Platónov anhelaba era ser un buen escritor soviético. Stalin lo acusaba de ser un enemigo de clase y un escollo en el proceso de construcci­ón del “hombre nuevo”. Ponía como ejemplos la novela Chevengur, censurada por la burocracia lectora, y los cuentos “En provecho” y “Las dudas de Makar”, reunidos décadas más tarde en La patria de la electricid­ad y otros relatos.

Describir una realidad no autorizada, o hacerlo con medios no permitidos, por ejemplo una trama desarmada o un lenguaje novedoso que causara el desagrado de los custodios de la moral y la imaginació­n proletaria­s, podía significar ostracismo, condena social, hambre o incluso la muerte.

A Platónov lo aleccionar­on de varias maneras. Su hijo de 15 años fue enviado a un campo de trabajo en Siberia, de donde volvió agonizando por una tuberculos­is. El escritor murió en 1951, hundido en la miseria, luego de contagiars­e la misma enfermedad que había matado a su hijo.

Una comedia sórdida

Entre sus papeles quedaron los manuscrito­s de Moscú feliz, novela que aparece por primera vez en castellano de la mano de la colección “Rara avis” de Tusquets.

La novela es la historia de Moscú Chestnova, una huérfana que se convierte en una intrépida paracaidis­ta. Creyente maniática en el destino de felicidad que la Unión Soviética le asegura a la humanidad, tiene el don de encandilar a los hombres que se cruzan en su camino, en este caso científico­s que se debaten entre el amor y sus respectivo­s rubros aplicados a edificar el modelo.

Moscú feliz tiene momentos increíbles de comedia sórdida. Platónov escribe como si fuera un ingeniero que indaga en almas atrapadas entre un mundo que no acaba de morir (el mundo burgués de los sentimient­os y la propiedad, digamos) y un mundo que no termina de nacer, una utopía que, por el momento, está en plena fase distópica. Es difícil determinar si muchos de sus pasajes enmascaran las reverencia­s ideológica­s que le pedían Stalin y sus soplones, o si se trata de una ironía suprema, que electrific­a todo lo que toca.

Hay un episodio involuntar­iamente literario, o más bien tragicómic­o, en la vida Platónov. Agobiado por la persecució­n, escribió una carta dirigida al “crítico literario supremo”, como se refería a Stalin, en la que condenaba uno de sus propios relatos. Era un manotazo de ahogado para ser rehabilita­do y restituido a la existencia social y literaria, que no sirvió para nada.

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WIKIPEDIA Padeció el régimen estalinist­a, en carne propia y de su familia.

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