La vida breve de Dardo Cabo, de Vicente Palermo
derecha y de izquierda. Los primeros dicen amar al realizador por su talento narrativo clásico y no por la ideología a la que adscribe; los otros creen que la devoción de los primeros está teñida por una secreta empatía con la posición política del cineasta, reflejada en las películas.
Con solo remitirse a algunos títulos, se advertirá que la posición frente al mundo de Eastwood no coincide necesariamente con el orden simbólico de su obra. La indeterminación ideológica no es ajena a sus relatos: el adulterio, la eutanasia o el intento de razonar la posición del enemigo en una guerra no es lo propio de un hombre identificado con la derecha política, aunque también hay contraejemplos indesmentibles.
Lo que irrita es la ideología, la ajena, la que se recomienda bajo un imperativo cívico respetar o tolerar, la que también se pretende combatir y, en algún que otro caso osado de incorrección política, erradicar.
De estas, cualquier vía elegida resulta estéril para el pensamiento y más aún para la experiencia estética, porque pensar es siempre aventurarse a tomar un camino desconocido, y porque el camino del arte propone un juego no menos atrevido: suspender las certezas y los juicios afirmativos, y así experimentar momentáneamente el mundo a través de creencias ajenas e incluso radicalmente opuestas.
Misterioso beneficio. Tras tales acrobacias se sabe un poco más qué y por qué se piensa lo que se piensa. Misterioso corolario práctico: el que sabe pensar lo que piensa es menos proclive a irritarse y está dispuesto a enredarse en las razones del adversario, acaso porque en el descentramiento ha sentido que la libertad no era solo un eslogan de enardecidos que la desconocen, sino un bien de la inteligencia en acto que precisa de la diferencia para avanzar en lo indeterminado.