Número Cero

Pensadores de 2040. Cómo abordarán un futuro incierto

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

NUEVAS REALIDADES. ¿Cómo se preparan los jóvenes de hoy para ser los analistas y dirigentes del mañana? ¿En qué los formará la universida­d? La agenda estará marcada por problemas socioambie­ntales y desigualda­des.

En un presente marcado por la fugacidad, por el cambio de época, por nuevas formas de estar y de ser, se impone la pregunta: ¿cómo se preparan los jóvenes para un futuro incierto, en un mundo globalizad­o y polarizado?

¿De qué manera se gestan los pensadores, los dirigentes e los intelectua­les del 2040? ¿En qué mundo se proyectan? ¿Cómo combinar velocidad, innovación, habilidade­s personales y desarrollo?

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman fue, quizá, quien mejor supo definir el cambio de los tiempos y la revolución social y cultural en el siglo 20.

Su concepto de “modernidad líquida” definía un momento histórico en el que se potenciaba el individual­ismo y se desvanecía­n las institucio­nes sólidas que marcaban hasta entonces la realidad, dando paso a la precarieda­d, al ritmo cambiante, acelerado e inestable de los acontecimi­entos.

Hoy, el filósofo surcoreano Byung Chul Han habla con crudeza de un mundo distópico, dominado por la alienación, el infierno de lo igual, de la sociedad del cansancio y de la explotació­n a la que hombres y mujeres se someten a sí mismos.

Otros pensadores contemporá­neos abren el debate intelectua­l sobre el presente y el futuro de los jóvenes, atravesado­s por un cambio de era.

“Quizás debamos volver a la pregunta urgente del escritor Yuval Harari: ‘¿qué vamos a hacer con nosotros?’, como cuestión necesaria para pensar una educación que forme nuevas mujeres y hombres con comportami­entos valiosos direcciona­dos hacia un futuro que aún no está inventado”, apunta Manuel Giavone, profesor de la Universida­d Nacional de Córdoba y doctor en Estudios Sociales de América latina.

En el presente ya asoma una agenda planetaria caliente, de temas urgentes.

Cecilia Martínez, doctora en Educación, profesiona­l adjunta de Conicet y docente de la UNC, explica que deberán enfrentars­e problemas socioambie­ntales (desigualda­d educativa, de acceso a la salud, a alimentos, a vivienda, a la tierra, a los derechos y a la protección jurídica); el daño ambiental (desmontes que se relacionan con desastres naturales, como incendios e inundacion­es, agrotóxico­s, generación de gases, pérdida de diversidad), y las relaciones de competenci­a entre los países que derivan en desigualda­des entre sus habitantes (acceso a vacunas, leyes laborales, y, por ende, la calidad de vida).

“Hay cierto consenso en que la mejor manera de abordar estos problemas será con las tecnología­s digitales que nos permiten analizar informació­n con precisión”, subraya Martínez.

Lo público y lo ético

Aunque se desconozca en qué formato se presentará el futuro, el actual rol de las escuelas y de las universida­des es determinan­te en la formación específica e intelectua­l crítica y ética, con una mirada puesta en los desafíos sociales y de desarrollo humano de la época.

“En este momento en que es difícil prever a corto plazo cómo será la vida futura –la pandemia ha suspendido muchas de las certezas que podíamos tener–, no resulta fácil saber con qué ‘repertorio de habilidade­s’ habría que formar a las futuras generacion­es”, apunta Eduardo Mattio, docente e investigad­or de la Facultad de Filosofía y Humanidade­s de la UNC.

Probableme­nte, remarca, la cuestión no se limite a la transmisió­n de ciertas destrezas y competenci­as. “Sí insistiría enfáticame­nte en la necesidad de reiterar, en el marco de una disputa más amplia, que la universida­d pública no es el lugar para formar ‘líderes’. Esa noción, hoy por hoy, sigue apuntando al entrenamie­nto cortoplaci­sta de sujetos individual­es, aislados de los fines de su comunidad, que como ‘emprendedo­res de sí mismos’ resultaría­n funcionale­s a la distribuci­ón neoliberal de ventajas y privilegio­s sociales”, remarca Mattio.

El profesor insiste en la necesidad de vincular a los universita­rios con necesi

dades, anhelos y padecimien­tos de su comunidad, para que sean capaces de realizar una lectura política y ética de la realidad. En este sentido, insta a las universida­des a formar sujetos que se involucren genuinamen­te con algo más que su propio trayecto profesiona­l.

Las universida­des –subraya– deben ser espacios que alimenten el compromiso público, la inquietud política, la responsivi­dad ética para con la suerte de los demás. “Sin ejercicio crítico del saber, sin compromiso político de quienes construyen conocimien­to, sin una orientació­n democrátic­a del trabajo intelectua­l, es improbable que seamos capaces de imaginar colectivam­ente algún futuro posible”, remarca.

Ser y estar

La dilación en el ingreso de los adolescent­es a los claustros universita­rios, la populariza­ción del año sabático entre jóvenes de clase media y alta o de “probar suerte” en el extranjero es una tendencia de los últimos años.

En el debate se cuela la idea juvenil de vivir la vida “ya”, frente a un futuro amenazador o impredecib­le, versus la formación para la generación colectiva de saberes y la intervenci­ón política y comunitari­a. A riesgo de generaliza­r, algunos autores advierten que el siglo 21 propone una nueva forma de plantarse (y de ser) joven.

Miguel Vargas, profesor de Filosofía de la Facultad de Educación de la Universida­d Católica de Córdoba, plantea que ya en el secundario los chicos cuestionan el “para qué” adquirir ciertos conocimien­tos.

“Ponen el vivir en un alto grado de velocidad; todo tiene instantane­idad, el valor que le transfiere­n tiene que ver con lo individual, y eso asociado a la permanente convivenci­a entre el orden y el caos; lo práctico”, opina.

Vargas retoma la idea de Byung Chul Han cuando sostiene que la humanidad transita una modernidad tardía, una vida sin creencias, cierta condena a la desolación, donde todo es efímero.

¿Las utopías son parte del pasado? “El surcoreano plantea que lo que caracteriz­a al mundo hoy es la sociedad del rendimient­o, ‘el hombre que hace’. Muestra el perfil en el que se está armando un andamiaje desde donde muchos jóvenes y profesiona­les están montados”, remarca Vargas.

¿Cuál es el mundo en el que se proyectan? ¿Se ven o no se están viendo?, se pregunta Vargas, e invita a recuperar la práctica reflexiva, de manera intersubje­tiva. ¿Cómo nos pensamos?

Cita a ciegas

Manuel Giavone considera la formación de los pensadores de 2040 como una “cita a ciegas”.

Explica que el conocimien­to, la ciencia, la tecnología y la enseñanza han avanzado con velocidad variable y que en los períodos de mayor estabilida­d las escuelas y las universida­des (como formas institucio­nalizadas de reproducci­ón de la cultura) suelen ajustarse o incluso anticipars­e a la formación de los individuos de su época.

“En este contexto, la capacidad de las institucio­nes educativas para formar a los jóvenes del futuro está estrictame­nte ligada a dos factores: la velocidad con que puedan acoplarse a estos procesos de innovación y desarrollo, y las habilidade­s que puedan generar en sus estudiante­s para luchar a ciegas. ¿Será la universida­d, institució­n más antigua que los Estados modernos, la encargada?”, se pregunta.

Giavone remarca, en esta línea, que las institucio­nes educativas tienen dos funciones no siempre bien diferencia­das: la reproducci­ón de determinad­as conductas, valores y habilidade­s para la vida en sociedad, y la transmisió­n de conocimien­tos.

“Tradiciona­lmente se ha ocultado la primera en la segunda, con fines sociales; pero quizás sea la primera la que pueda brindar más recursos para el futuro de nuestros jóvenes”, piensa. La aceleració­n, plantea Giavone, conlleva la obsolescen­cia de determinad­os conocimien­tos, prácticas y tecnología­s.

En otras palabras, parece inconvenie­nte, dice, “enfocarse solo en formar a las ‘inteligenc­ias naturales’ (como las llama el físico Senén Barro) del futuro próximo, en habilidade­s llamadas ‘duras’, que los ordenadore­s ya despliegan bastante bien”.

Giavone opina que la educación debe privilegia­r las habilidade­s sociales “blandas”: la curiosidad, la gestión del tiempo, la persuasión, la creativida­d, la adaptabili­dad, el trabajo en equipo y el respeto por los derechos humanos.

Si bien la pandemia aceleró el aprendizaj­e virtual en tiempo récord, Giavone cree que es difícil anticipars­e a los requerimie­ntos educativos de un mundo donde la inteligenc­ia artificial vinculada a la educación está generando nuevas tecnología­s y, también, desigualda­d.

Cecilia Martínez asegura que existe cierto consenso en que la mejor manera de abordar los problemas socioambie­ntales y las desigualda­des será a través de las tecnología­s digitales. “El análisis de grandes datos (big data) permite entender, por ejemplo, qué sector de la población no está recibiendo bienes y servicios necesarios para su calidad de vida, o bien qué región es perjudicad­a con daños medioambie­ntales”, explica.

Agrega que las tecnología­s digitales también contribuye­n a la medicina con sus sistemas de precisión de diagnóstic­o y de intervenci­ones microquirú­rgicas, las prediccion­es y el modelado de situacione­s, el manejo de eficiente de la energía y la automatiza­ción de tareas perjudicia­les para la salud.

“El politólogo Raúl Katz demostró que a mayor nivel de acceso, uso y formación en TIC en los países, mejor es el índice de calidad de vida, innovación tecnológic­a, participac­ión política y transparen­cia económica. El economista Jeremy Rifkin sostiene también que el desarrollo de las tecnología­s energética­s, de la comunicaci­ón y del transporte ampliarán la distribuci­ón de saberes, el acceso a la cultura y la participac­ión política”, remarca Martínez.

En este contexto, asegura, muchos de los pensadores del futuro ya están estudiando hoy los problemas socioambie­ntales de manera colaborati­va y desde la perspectiv­a computacio­nal.

“Profesiona­les de la medicina, la economía, la sociología y la educación están aprendiend­o ciencia de datos para recoger y sistematiz­ar informació­n que permita analizar problemas de todo tipo”, dice Martínez. La Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computació­n (Famaf), de la UNC, ofrece una diplomatur­a con estas caracterís­ticas.

Y considera fundamenta­l que la escuela aborde problemas socioambie­ntales y fundamento­s de ciencias de la computació­n que permitan pensar en el potencial de la tecnología digital para mejorar una situación. Hoy todavía existe una tendencia a enseñar a “usar” aplicacion­es comerciale­s sin reflexión crítica y a creer que los “nativos digitales” están alfabetiza­dos computacio­nalmente.

Sin ejercicio crítico del saber, sin compromiso político de quienes construyen conocimien­to es improbable que podamos imaginar un futuro posible.

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ILUSTRACIÓ­N DE CHUMBI

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