Número Cero

Arte y ciencia El segundo cuerno del rinoceront­e

- Especial

Lisboa en mayo de 1515.

Como retrata un cronista, al verlo bajar del barco la gente gritaba: “¡Mira, Plinio tenía razón!”. El rey de Portugal había decidido enviárselo al Papa a Roma como un regalo para ganarse su simpatía, pero el animal jamás llegó a Italia. Una tormenta hundió el barco que lo transporta­ba y, aunque los rinoceront­es son buenos nadadores, es difícil mantenerse a flote encadenado a cubierta.

Uno de los que esperaba la llegada del rinoceront­e para retratarlo fue el pintor alemán Alberto Durero. Al enterarse de la mala noticia se puso a hacer un grabado de madera en base a los bosquejos, poemas y narracione­s que habían elaborado las personas que lo habían visto, o decían haberlo visto.

Algunos relatos decían que el rinoceront­e tenía dos cuernos, uno más grande y uno más pequeño. Como Durero nunca había visto un animal semejante, resolvió pintar el segundo cuerno en mitad de la espalda, a la manera en la que se representa­ban los unicornios durante el medioevo.

Sobre su cabeza se lee “RHINOCERVS”, la fecha, 1515, y las iniciales del artista. Un poco más arriba un texto lo describe de la siguiente manera: “tiene el color de una tortuga moteada, y está casi completame­nte cubierto de gruesas escamas. Es del tamaño de un elefante, pero tiene las patas más cortas y es casi invulnerab­le... Se dice que el Rinoceront­e es rápido, impetuoso y astuto.”

En vida, Durero vendió alrededor de cinco mil copias de su grabado y desde entonces se han vendido millones más. A pesar de que la pintura es inexacta, la reputación del artista fue tan grande que por más de un siglo, y hasta la llegada de otros rinoceront­es a las cortes europeas, los habitantes del continente vivieron convencido­s de que estos animales portaban un segundo cuerno sobre su espalda.

Darío Sandrone

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