Novela Una atmósfera de terrores invisibles
Una ruptura sentimental es el disparador de esta historia que explora abismos inesperados desde sus primeras páginas. La dinámica inicial está centrada en la atmósfera adormecida más que en la conducta de los personajes, pero la tensión se acrecienta cuando comprendemos que el grueso de la novela se desarrollará tras los muros de una casa. La metáfora del cuarto cerrado encarna en un lugar de leyes autónomas donde el tiempo parece inmovilizado por unas fuerzas tan oscuras como en apariencia inocentes.
Esa invisibilidad de lo siniestro constituye uno de los méritos de El veneno siempre está al final, primera novela de Cezary Novek. Un joven –el narrador– vuelve a la ciudad de su infancia para reencontrarse con Mariano, un excompañero de la secundaria que lo invita a pasar unos días en una casa donde convive con la pareja, Fernando. Se sabe que el joven, recientemente separado de su novia, ha tenido con Mariano un escarceo homosexual en la niñez, que aunque episódico representa el primer conflicto de la obra.
Las expectativas de la lectura rumbean inevitablemente hacia las consecuencias de aquel lejano encuentro, robustecidas por un ambiente sensualizado y por el desparpajo sexual de la pareja. Algo que aporta también a aquel horror intangible que se cocina a fuego lento.
Una información sensible es una banda musical que Mariano, pianista, había formado en la adolescencia con otros compañeros de escuela, entre ellos Clara, de quien el narrador estaba enamorado. Al hermano de Clara, Blas, lo recuerda con un rencor que complementaba su amor por ella y lo volvía uno solo, borroso e impreciso pero subsidiario a aquellos intereses de una historia poblada de escenas vistas como a través de un vidrio turbio. Será tras esa opacidad, precisamente, cuando la novela devele su gran dato escondido.
Novek prepara hábilmente su ambiente de desvarío con anécdotas de sucesos tremendos, funestos por su excepcionalidad, que son uno de los high lights descriptivos de la novela: una mujer que perdió la cabeza en un viaje en moto, otra que aumentó 200 kilos de golpe, un hombre que contrajo una elefantiasis repentina. Ese clima convive con un refinamiento alambicado y didáctico donde la música, el cine y la buena cocina de Fernando cobran unas valencias distintas que indican a qué elementos hay que prestar atención.
La visita del narrador adquiere poco a poco un aire de perpetuidad cuando, debido a cuestiones prácticas, no pueda salir de la casa, algo de lo que el lector parece darse cuenta antes que el visitante. Todo tramado bajo la presencia fantasmal de Blas y Clara y junto al descubrimiento de un ático donde la atmósfera hogareña iniciará su metamorfosis final.