Ensayo Para pensar el cáncer, entre el dolor y la lucidez
Desmorir es un libro excepcional en varios sentidos. La desolación que impregna cada rincón del relato tiene su contraparte en la lucidez apabullante con la que Anne Boyer (Kansas, 1973) registra el proceso de diagnóstico y tratamiento de un cáncer de mama que padeció en 2014.
Con una escritura indomable, que hace cualquier cosa menos tranquilizar, la poeta y ensayista estadounidense explora el mundo de padecimiento y pérdidas al que fue arrojada desde que tuvo noticia de su enfermedad.
El libro, que en 2020 ganó el premio Pulitzer de no ficción, se sacude las reglas más habituales del ensayo y se arma con segmentos textuales fragmentarios que torpedean las convicciones de los discursos científicos, tratados antiguos sobre maneras de curarse inspiradas en los sueños, poemas en prosa, meditaciones filosóficas sobre el sufrimiento y la muerte, estadísticas que revelan tanto como ocultan y, envolviéndolo todo, una introspección en carne viva que se deja leer como una autobiografía salvaje.
Una semana después de cumplir 41 años, la escritora supo que tenía un cáncer de mama triple negativo, una bestia negra entre los tumores malignos, particularmente letal en mujeres jóvenes y que requiere un tratamiento extremadamente agresivo.
Madre soltera de una hija de 14, sin familia ni pareja que pudieran asumir los cuidados, a partir de su propia experiencia Boyer abre el relato sobre su cáncer a una historia colectiva que arroja en la cara del lector una “radiante telaraña de dolor”, como escribe en el pasaje sobre una mastectomía sin anestesia que afrontó en 1811 la novelista británica Fanny Burney. Susan Sontag, Kathy Acker, Rachel Carson y Audre Lorde (todas padecieron cáncer) están asimismo entre las interlocutoras elegidas.
La enfermedad, insiste Boyer, es un reino ideológico, un sistema cultural, una trama de creencias y prácticas. En el caso del cáncer de mama, según su visión, se trata además de una “enfermedad de género”, no sólo porque ataca con frecuencia a las mujeres, sino también porque involucra a una industria de la salud que, en el mundo capitalista, funciona como una máquina de tortura y lucro.
“Mi cuerpo parece estar muriendo como efecto secundario de lo que promete mantenerlo con vida”, escribe sobre los efectos discapacitantes del tratamiento con quimioterapia. “He perdido amigos, amantes, memoria, pestañas y dinero por culpa de esta enfermedad”, suma en un pasaje que cuenta que se le caen las uñas.
Uno de sus objetivos es romper el discurso heroico, marcial, despiadado que pone al enfermo en una guerra que tiene sus propias formas de extenuar, de romper a las personas, y de la cual se sale como víctima o triunfador.
Desmorir es un libro que se mira constantemente a sí mismo y se va haciendo tajos con fines precisos: impedir que el dolor se convierta en un “producto”, desafiar las maneras de contarlo y dejar un manojo incandescente de preguntas.