Diciembre. Un fantasma que no abandona al sistema político
ANÁLISIS. La crisis que terminó con el gobierno de la Alianza dejó secuelas en el tradicional sistema de los partidos políticos. Especialistas evalúan los alcances.
El dato que dominó las elecciones legislativas de octubre de 2001 no fue tanto la previsible la derrota de la Alianza a manos del peronismo, sino el altísimo porcentaje de voto en blanco o impugnado. Fue llamado el “voto bronca”. En distritos como la Capital Federal alcanzó el 30 por ciento.
Dos meses después sobrevendría un diciembre tumultuoso con el desenlace de la renuncia de Fernando De la Rúa como presidente. La democracia parecía quedarse sin respuestas. La sociedad se asomó a un vacío impensado.
“Cualquier objetivo que tiene que perseguir la organización política de un país es resolverle los problemas a la gente. La democracia es un procedimiento para atender esa necesidad. Si la organización política de esos tiempos produjo la crisis económica más profunda de los últimos cien años, con un daño tremendo para la economía doméstica y para la organización de la vida de la gente, era natural que se produjera la crisis de representación política que se produjo”, dice el politólogo Lucas Romero.
A mediados de aquellos años ’90, en los dos extremos del país (norte y sur) surgieron los primeros piquetes impulsados por desocupados, que dejaba la política de privatización de las empresas públicas.
El modo de protestar –piquetes que cortaban rutas– les dio el nombre a los manifestantes, que con el tiempo se fueron organizando.
Hoy, las organizaciones piqueteras tienen más capacidad de movilización y de presión que los propios sindicatos o la CGT nacional que hegemonizan la representación de los trabajadores formales.
La Central de Trabajadores
Argentinos (CTA) que conducía Víctor de Gennaro fue la primera entidad sindical que vio venir el nuevo fenómeno de los “trabajadores desocupados” que parió la crisis de 2001.
De Gennaro fue el impulsor del Frente Nacional contra la Pobreza. El objetivo era cubrir la primera necesidad básica que son los alimentos, más allá de la defensa de los derechos de los trabajadores.
Las agrupaciones piqueteras comenzaron a tener protagonismo político en los años previos y luego de la caiga del gobierno del radical Fernando De la Rúa, el 21 de diciembre de 2001.
Luego de aquella jornada caótica de cinco presidentes, cuando el 1º de enero de 2002 el peronista Eduardo Duhalde tomó el poder y decidió crear un plan social (Jefes y Jefas de Hogar) para asistir a los desocupados, comenzó la injerencia política de las organizaciones piqueteras que se fue agigantando en las últimas dos décadas.
Algunos datos duros marcan cómo se han espiralizado la crisis social. El Plan Alimentario Nacional (PAN) que implementó Raúl Alfonsín tuvo 800 mil beneficiarios. El programa Jefes y Jefas de Duhalde
alcanzó a dos millones de personas, y los distintos programas sociales que hoy aplica el Gobierno nacional llegan a más de 13 millones de argentinos y argentinas.
En la actualidad, a las organizaciones piqueteras se la puede dividir en dos grandes grupos: las oficialistas, que están cerca del Gobierno nacional, y las opositoras, con orientación de izquierda, que tienen una actitud crítica hacia el poder central.
Los piqueteros irrumpieron en la década del ‘90, pero se convirtieron en actores sociales y políticos a partir de la gran crisis de 2001. Hoy nadie puede dejar a estas organizaciones fuera de la discusión política. Lo piqueteros llegaron con la crisis para quedarse.
Juan Pablo Baylac era diputado nacional por la UCR cuando en junio de 2001 fue convocado por el Poder Ejecutivo para reemplazar al vocero presidencial Ricardo Ostuni. Duró seis meses en el cargo. El tiempo que le quedaba al gobierno de Fernando de la Rúa antes de caer. Fue quien llevó la renuncia del expresidente y cuenta esas horas institucionales aciagas.
–¿En el núcleo del gobierno se preveía el desenlace de diciembre?
–Claro que preveíamos ese desenlace. Después del 30 de octubre, que ganó el justicialismo la elección y ellos brindaron diciendo que pronto iban a volver, me tocó denunciar en nombre del gobierno una eventual conspiración encabezada por Duhalde…
–¿Qué hizo el Gobierno para evitar la caída?
–El gobierno llamó a los legisladores, se juntó con los sindicalistas, con los empresarios, con la Iglesia, incluso con Alfonsín…
–Aun así no pudo romper el aislamiento… –No. La irresponsabilidad de “Chacho” Álvarez, que renunció con un panfleto anónimo a la investidura de vicepresidente de la República, hizo implosionar a la Alianza en términos de poder. A eso se sumó el FMI, que no mandaba el dinero prometido para resolver el déficit que tenía la convertibilidad. Conocíamos que Duhalde y muchos peronistas anduvieron por el Fondo y varios lados indicando que era muy probable que el gobierno no llegara a fin de año... lo hacían en nombre de la unión nacional pero la verdad es que lo que querían era devaluar y devaluar.
–¿Por qué la UCR le sacó el apoyo a De la Rúa?
–Porque estaba Cavallo en el gobierno y muchos sectores de la UCR decían que el gobierno se había vuelto neoliberal en la aplicación de sus políticas y ellos creían que la convertibilidad no debía seguir. En la Argentina sigue existiendo una coalición de intereses sindicales y empresarios, que, a mi entender, es la coalición de la decadencia.
–La devaluación parecía inexorable…
–Cavallo había decidido modificar la ley y ya había una canasta de monedas con el euro y si este superaba al dólar, se devaluaba. El gobierno estaba conversando con Felipe González, que a su vez traía la representación de México a través de (Carlos) Slim, de (Fernando Henrique) Cardoso, presidente de Brasil, y de España, la manera de conseguir el financiamiento para salir ordenadamente de la convertibilidad. Cavallo siempre ha dicho que él quería flexibilizar la convertibilidad porque no era para toda la vida.
–En aquellos últimos días de gobierno, ¿quiénes continuaban leales?
–Estaban los ministros.
–Pero, ¿puntualmente?
–Su hermano, Jorge, que era ministro de Justicia. También (Héctor) Lombardo, el ministro de Salud, (Nicolás) Gallo, el secretario general de la Presidencia.
–¿Cavallo?
–Con Cavallo tenía reuniones permanentes. En el Fondo ya no estaban los franceses sino los alemanes y Cavallo no tenía el mismo trato. Los alemanes, según el propio De la Rúa, estaban enojados con el gobierno argentino porque había bajado el contrato de Siemens por corrupción. Viajamos a Alemania para hablar con (Gerhard) Schröder; viajamos a España para hablar con (José María) Aznar, igual con Bush. Queríamos que el Fondo liberara lo que se había comprometido, unos 1.600 millones de dólares.
–¿La debilidad política de Ejecutivo impidió que prosperaran esas gestiones?
–Y también los intereses de Argentina. El FMI habló con todos los sectores, con sindicatos, empresarios, partidos políticos. El diagnóstico que le hicieron influyó mucho en la decisión del Fondo.
–¿Cómo vivió el día de la renuncia de De la Rúa?
–Estuve presente en el momento que firmó la renuncia. Ese día, creo que fue el jueves 20, De la Rúa había convocado a los gobernadores para un Consejo de Seguridad de las provincias, por la situación que se estaba viviendo en muchos lados, saqueos, movilizaciones, etcétera. El peronismo, en lugar de concurrir a esa reunión, decidió ir a Merlo (San Luis), a la inauguración de un aeropuerto de Rodríguez Saá. En realidad, lo que hicieron ahí fue consensuar quién sería el presidente.
–¿Qué decía De la Rúa?
–El propio De la Rúa por responsabilidad decía ‘me están tirando muertos por todos lados, yo no he pedido reprimir y sin embargo matan a la gente; yo quiero que el país siga teniendo democracia y libertad, por lo cual no estoy para generar más crisis aún’. Nunca nadie reivindica esa actitud. Sobre su figura se construyó que era poco más que un bobo que estaba de presidente. Todo lo que le hacía Tinelli, lo que hacían muchos periodistas serios, siempre haciendo chistes sobre la figura del presidente…
–¿Cómo se enteró de que la renuncia era inminente?
–Me llamó Gallo y me dijo que el presidente quería que yo estuviera ahí.
–¿Dónde firmó De la Rúa su renuncia?
–Fue en la Casa Rosada, en el Salón Verde. Es un despacho chiquito que tiene el presidente.
–¿Estuvo en ese momento?
–Sí, me tocó llevar la renuncia, que él había escrito de puño y letra, a sacar fotocopias y acercársela al periodismo.
–¿Recuerda qué hizo después?
–Me fui al hotel en el que parábamos esos días. No podía llegar a mi departamento ubicado en Riobamba 10, al frente del Congreso. Estaba muy triste. Recuerdo que me comí un sándwich de milanesa, me tomé una copa de vino y me fui a dormir. Estaba muy agobiado.
–¿Pasó mucho tiempo hasta que
volvió a hablar con De la Rúa?
–No, no. El viernes mismo de esa semana me llamó Fernando. Me dijo: ‘¿Cómo no me venís a visitar?”. Le digo, “Presidente, con el despelote que ha existido, como para visitarlo…”. “No, venite”, me dijo. Así que fui y estuve justo cuando estaba haciendo la mudanza, cerrando las cajas para irse de la quinta de Olivos.
–¿Le dijo algo?
–Me abrazó y me agradeció el esfuerzo que había hecho para defender su gobierno. Yo nunca había militado para De la Rúa en el radicalismo, sino que lo había hecho para Alfonsín.
–Usted criticó a Alfonsín…
–El silencio de Alfonsín fue demasiado fuerte. Bastaba una palabra suya para que no ocurriera el golpe. En orden a su historia, soy incapaz de denunciar que haya estado vinculado al golpe blando, pero me da mucho dolor porque él pudo evitarlo.
–¿Realmente cree que hubo un golpe?
–¿Y qué cree usted? Fue un golpe blando. Lo lamentable es que se hable del corralito como el elemento que le dio de baja al gobierno y no se habla de la responsabilidad que tuvo Duhalde, que tuvieron Alfonsín y otros radicales, que tuvo el empresariado con De Mendiguren a la cabeza de la UIA; el señor Moyano y la CGT; la Iglesia con Ogñénovich.
–¿No eran sectores que querían otro rumbo del que iba el gobierno de De la Rúa?
–¡No, hombre! Hicimos muchas cosas en ese tiempo para poder evitar la caída. Quisimos dialogar con todos, con el objeto de que se entendiera que el daño iba a ser mayor que las pretendidas soluciones que se planteaban. Juntos iba a ser posible resolver la cuestión. Yo espero que lo sucedido deje un aprendizaje para que de una vez por todas en la Argentina se busquen consensos. Soy un señor que tiene conciencia del enorme deterioro que nuestra generación le ha brindado a la Argentina siendo peronistas, radicales, liberales o lo que sea; es la frustración que tengo como generación.