Número Cero

Un laboratori­o artístico. En medio del estallido

- Demian Orosz dorosz@lavozdelin­terior.com.ar Gabriel Orge Artista Colectivo artístico

COLECTIVOS. En la crisis y los años que siguieron, el campo artístico se cruzó con la protesta social e intensific­ó las prácticas colectivas. En Córdoba se dieron experienci­as particular­es.

Debacle económica. Default. Corralito. Estallido social. Segurament­e, para la mayoría de los argentinos y las argentinas que la vivieron o que escucharon relatos, la crisis de diciembre de 2001 se asienta en esos mojones de memoria traumática que se utilizan para definir la época.

El país se hundía acribillan­do proyectos personales y colectivos. La gente empezó a moverse como podía en una zona de desastre.

Sin embargo, no todo fue parálisis. Casi en simultáneo a ese derrumbe, que afectó a diversos ámbitos y que no dejó de golpear con fuerza al campo cultural, emergieron respuestas que lograron asimilar el impacto e incluso incorporar dinámicas de trabajo y de creación que marcaron los años venideros.

El campo editorial, por ejemplo, se impulsó desde los agujeros abiertos por la crisis y produjo uno de los fenómenos más interesant­es de las últimas décadas. Mientras la industria se replegaba, se desarrolló un amplio conjunto de editoriale­s independie­ntes de pequeña y mediana escala que generaron un nuevo espectro de títulos y autores y enriquecie­ron el panorama en términos de bibliodive­rsidad.

El mundo del arte

La creativida­d puesta en acción también fue un rasgo del mundo del arte, que se convirtió en un laboratori­o a cielo abierto para experienci­as de polinizaci­ón entre la protesta social y la imaginació­n. Nuevas formas de expresión ganaron las calles, al mismo tiempo que las acciones ciudadanas se montaban en el humor o la ironía para ejercer el repudio o señalar la intemperie en la que se vivía.

En su libro Poscrisis. Arte argentino después de 2001 ,un trabajo imprescind­ible para medir e interpreta­r el impacto en el campo artístico, Andrea Giunta recuerda escenas que capturan ese momento de cruce: la de la pareja que, en el verano de 2002, canceló sus vacaciones y se instaló con sombrillas y reposeras en el hall del banco que retenía sus ahorros; o el caso de una mujer que, durante una marcha de reclamo a la Corte Suprema de Justicia, se disfrazó de oveja y se encerró dentro de un corral de madera en una plaza.

En clave colectiva

Las demandas con métodos artísticos tuvieron su complement­o en manifestac­iones, asambleas y espacios destinados al trueque donde el arte se incrustó con estrategia­s de acción colectiva, y en muchos casos potenció experienci­as previas.

“El ámbito del taller fue reemplazad­o por el de la calle –anota Giunta en su ensayo–, y por un tiempo pareció que el artista individual desaparece­ría inmerso en uno de los tantos grupos. Se produjo, en cierto modo, una ‘colectiviz­ación’ de la práctica artística”.

Afecto, parodia, repudio Impulsado por el artista Roberto Jacoby, Proyecto Venus fue una criatura que respiraba en ambas esferas. Buscaba salirse del arte para hacer cosas en la vida.

Gestado en 2001, Venus adquirió la forma de una micro sociedad que llegó a tener unos 600 miembros. Estaba dedicada a compartir bienes y servicios, propiciar encuentros y elevar los estados de ánimo en un momento de colapso de la economía del país y de las emociones de las personas.

Otro rasgo de ese momento fue la crisis institucio­nal y un desfonde nunca visto de la política de partidos, expresado en la consigna “Que se vayan todos”. En ese contexto, en Córdoba, Lucas Di Pascuale le dio forma al Partido Transporti­sta de Votantes (PTV), una experienci­a con una pata en la parodia, la simulación y el juego, y otra en la acción artística con horizonte social y político.

El PTV era una sátira corrosiva sobre la práctica de arrear votantes. Se diseñaron una campaña y una estrategia de comunicaci­ón, y se estableció un estatuto partidario.

Para las elecciones presidenci­ales de 2003, el Partido Transporti­sta de Votantes se activó buscando a un grupo de personas para llevarlas a un encuentro con las urnas. Se generaron además una bandera, remeras, discursos, jingles, videos y juguetes alusivos al partido. El juego se había hecho real.

Entre las acciones más recordadas está el Mierdazo, en febrero de 2002. Mientras las imágenes de los cacerolazo­s daban la vuelta al mundo y las asambleas hacían soñar con un modelo de revuelta replicable a nivel global, en las escalinata­s del Congreso de la Nación se montó una performanc­e que daba cuenta

El contexto me influenció y la propuesta del ‘Manifiesto Alegría’ sigue presente en mi trabajo.

El arte fue un sitio de apertura para pensar la reconstruc­ción necesaria de la sociedad. Urbomaquia

taller a través de la materializ­ación de un proyecto conjunto a manera de testimonio.

Había nacido el “Manifiesto Alegría”. En esos tiempos Orge recorría las tiendas de fotografía buscando película vencida a bajo costo. Elegía un lugar elevado y gatillaba captando la trayectori­a de los aviones que partían. “Una metáfora del exilio económico se dibujaba sobre el cielo cordobés mientras la ciudad se debatía entre la resignació­n y la resistenci­a”, recordaba el fotógrafo en un texto que escribió en La Voz a 10 años del desastre.

“Aunque ya venía trabajando con problemáti­cas sociales –entre julio y diciembre de 2001 trabajé con jóvenes en conflicto con la ley–, el contexto de la crisis nos hizo pensar con Rodrigo Fierro en la necesidad de producir pese a las circunstan­cias, y eso nos llevó a redactar un texto muy sencillo que llamamos Manifiesto Alegría y que distribuim­os en fotocopias”, recuerda Orge.

Piensa que la crisis de 2001 marcó su manera de trabajar: “Mirando hacia atrás me doy cuenta que el contexto me influenció definitiva­mente y que la propuesta del Manifiesto sigue estando muy presente en mi trabajo: en la intervenci­ón y ocupación del espacio público, en la creación de acontecimi­entos, en la apropiació­n y resignific­ación de imágenes, entre otros gestos”.

Sensor del clima social Urbomaquia es un colectivo de artistas que ya estaba activo a principios de 2001 y había producido intervenci­ones como La mesa .El 24 de octubre de ese año (faltaban menos de dos meses para el estallido de diciembre), habían colocado frente a la Legislatur­a de Córdoba, en pleno centro de la ciudad, una mesa de 55 metros de largo cubierta con un mantel blanco, sobre la que se dispusiero­n 110 platos acompañado­s de marcadores.

La mesa permitió registrar alrededor de dos mil textos y mensajes de la gente. Se convirtió en un “foro ciudadano espontáneo”, lo definió Patricia Ávila, artista que integró Urbomaquia a partir de 2004.

Poco antes de la explosión de la crisis, Urbomaquia había empezado a ser un sensor del clima social. El grupo reaccionab­a a “una plaga sucesiva de violencias que rompieron el tejido social”.

El colectivo entendía que “la instalació­n de la obra en el espacio público era una forma de salir al encuentro de espectador­xs diversxs, heterogéne­xs, no especializ­adxs, tendiendo un puente de comunicaci­ón sin mediacione­s institucio­nales que limitaran o condiciona­ran esa relación. El arte como sitio de apertura para pensar la reconstruc­ción necesaria de la sociedad, a través de diversas formas estéticas”.

Agenda urgente

“Creo que el post-2001 marcó la escena del arte de un modo radical. Era impactante ver cómo se formaban agrupacion­es, cómo al calor de las asambleas y del ritmo que imprimía la movilizaci­ón urbana, el trabajo personal en el taller quedaba de lado y los artistas se unían, de una forma extraordin­ariamente creativa, en las calles”, señala Andrea Giunta en diálogo con La Voz.

Historiado­ra del arte y curadora, autora entre numerosos títulos de feminismo y arte latinoamer­icano e integrante de Nosotras Proponemos, Giunta detecta una fuerte línea de intervenci­ones en la calle que se activó con la crisis: “En la Argentina existe una intensa tradición de activismo urbano (Tucumán Arde y su estudio hizo de esa experienci­a colectiva una caja de herramient­as que resuena en las prácticas del activismo, expandidas en cada coyuntura), un activismo que se pone en movimiento cuando se plantea una agenda urgente”.

Añade Giunta: “El post 2001 (lo que llamo la poscrisis, la escena de organizaci­ón que siguió al quiebre de la política, la economía, las institucio­nes, que fueron reorganiza­das desde la urgencia), el tiempo que siguió, estableció una dinámica que se verifica ante muchas agendas. Porque en ese momento de reconstruc­ción también se activó la agenda de derechos humanos, cuando se derogan las leyes de obediencia debida y de punto final, y cuando Madres y Abuelas se articulan con Hijos, que tuvo mucha presencia en el activismo artístico y en el desarrollo de políticas de la memoria desde las imágenes. Y a esa agenda se suma el feminismo”.

Nuevas formas de expresión ganaron las calles, mientras las acciones ciudadanas se montaban en el humor o la ironía.

Nuevos colectivos

“En el contexto de la inmediata poscrisis toman nueva organizaci­ón colectivos como Etcétera, formado en el filo del siglo pasado –repasa–, y emergen otros como Taller Popular de Serigrafía (TPS), Arde Arte!, Argentina Arde, y Brukman, que fue una hermosa experienci­a en torno a una fábrica recuperada. En relación con los derechos humanos el Grupo de Arte Callejero (GAC), en relación con el feminismo Mujeres Públicas, que se forma en 2003, o Serigrafis­tas Queer, formado en 2007. Y en el post Ni Una Menos, colectivos como Cromoactiv­istas o Desesperad­as por el Ritmo, y después Nosotras Proponemos, La Lola Mora, Identidad Marrón”, agrega la historiado­ra.

“Entonces, tres agendas de la poscrisis movilizaro­n el activismo urbano: la de la organizaci­ón social desde la marcha y la asamblea, la de los derechos humanos y la del feminismo. Todas involucran la intervenci­ón urbana. El arte argentino es fuertement­e identifica­do desde el exterior por estas escenas de movilizaci­ón y participac­ión”, cierra.

El post-2001 marcó la escena del arte de un modo radical. Los artistas se unían en las calles.

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LA VOZ/ARCHIVO “LA MESA”. Intervenci­ón del colectivo Urbomaquia, en la Legislatur­a de Córdoba, que se convirtió en un foro espontáneo.
 ?? LA VOZ/ARCHIVO LA VOZ/ARCHIVO ?? ROBERTO JACOBY. Impulsó Proyecto Venus, una microsocie­dad dedicada a compartir bienes y servicios, a propiciar encuentros y a elevar los estados de ánimo.
LA VOZ/ARCHIVO LA VOZ/ARCHIVO ROBERTO JACOBY. Impulsó Proyecto Venus, una microsocie­dad dedicada a compartir bienes y servicios, a propiciar encuentros y a elevar los estados de ánimo.
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LUCAS DI PASCUALE. Creó el Partido Transporti­sta de Votantes, una sátira corrosiva sobre la práctica de arrear votantes. Aquí, con Tomás Alzogaray Vanella.

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