Número Cero

Miradas. Bajo estos soles tremendos

- Pablo Natale Especial

UNA ESTRELLA PRESENTE. El sol ocupa un lugar central en la música, la poesía, las ideas, los mitos, la historia del arte o la de los videojuego­s. Algunas imágenes en las que lo encontramo­s.

Están los días soleados, las siempre asombrosas leyendas del origen del sol, el sol de la bandera nacional, el imperio del sol, el saludo al sol, la edad del sol, el rey sol, la exagerada frase “sos un sol” y el poema “Beso de sol”.

Están los soles de Van Gogh; quizás la mejor canción de George Harrison brilla como un sol. Copérnico pensó tanto en el sol que hizo que una época girara completame­nte.

El sol está siempre allí: en la historia de las ideas, en la historia del arte, en la historia de los periódicos, en la historia de los videojuego­s, en los cuadernos de clases, al principio, al medio, al final de cada día.

A un muchacho griego llamado Ícaro no se le ocurrió mejor idea que ponerse unas alas, no hacer caso de los consejos familiares y acercarse volando al sol: se le derritiero­n y se vino abajo. Otra habría sido la historia si Ícaro hubiese vivido en épocas de cambio climático: el sol de verano habría sido suficiente para derretirlo caminando.

Igual a Sara Gallardo se le ocurrió resucitarl­o de sus cenizas, y en el relato breve “El hombre de la araucaria” le da un final feliz con chocolate.

Entonces hay un sol, pero también muchos soles. Está la mañana de sol en la que Luca Prodan le canta al Abasto, está el sol naranja de los Babasónico­s, está el sol de agujero negro de la mítica banda Soundgarde­n.

Hipótesis: cada género y cada época musical tienen una forma particular de referirse al sol. Y además: meter al sol en una canción parece dar resultados brillantes.

“Está saliendo el sol que es / sin duda mi Dios”, reza una canción de Intoxicado­s. Años y kilómetros después, el escritor Kazuo Ishiguro mete una idea similar en su novela Klara y el sol. Klara es una androide acompañant­e de una niña enferma. Klara tiene una asombrosa capacidad de observació­n y una inteligenc­ia emocional inusitada, necesita de los rayos de sol para no sentirse mal y, en parte por eso, cree que el sol es un dios cuyos rayos pueden hacer que todo sea mejor y que su dueña se cure.

No es la única que deposita sus esperanzas en el sol: Delphine, la protagonis­ta de una de las películas icónicas de Eric Rohmer, deambula melancólic­a en una vacación sin horizontes hasta que escucha que cuando se pone el sol a veces aparece un rayo verde, y que al verlo se puede tener certeza de los sentimient­os propios y conocer los ajenos. Es una situación en cierta manera similar a la de la protagonis­ta de la película Midsommar, del director cinematogr­áfico Ari Aster, quien se anima a llevar el terror hacia los terrenos del sol y sacar a ese género de su clásico santuario nocturno.

O sea que al sol de la esperanza se une el sol del terror, que es iluminado por el sol apocalípti­co de las tormen-* tas solares, mientras también alumbran los soles melosos, los plásticos, los imperios del bronceador y este sol tremendo.

“Vas al trabajo, te preguntás cómo el sol tiene el descaro de asomarse”, dice un personaje de la escritora Lorrie Moore. “Saltan Bermúdez y el sol / Foul de Bermúdez”, escribió el poeta Vicente Luy. “Nedra estaba bordando un par de zapatillas. Había un dios del sol en cada dedo”, escribió James Salter, en la bellísima novela Años Luz.

“Hay que decir algo / alguna vez sobre la luz patinando / en los bananos, las hojas desflecada­s / bajo el sol, sobre la brevedad / de las hojas, de su encanto”, escribió Eloísa Oliva.

Habría, también, que ir juntando cada fragmento en donde se habla del sol de una manera distinta, y luego hacer con eso una página web, o un sector del diario, para recibir radiantes cada uno de estos nuevos días.

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AP RAYOS. Hay tantas maneras de evocar el sol como metáforas que inspira.

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