Novela Una de misterio en el delta
Entrar y salir de los géneros, habitarlos y contaminarlos hasta lograr una mezcla propia son operaciones frecuentes en la escritura de Osvaldo Baigorria, en cuyos libros se detecta con cierta frecuencia un murmullo autobiográfico entreverado con incursiones ensayísticas o episodios surgidos de la pura imaginación.
En El ladrido del tigre, el salto a la ficción es más pleno, por llamarlo de algún modo, y se ejercita en la forma de una novela que navega las costas del policial (¿de terror, de misterio, cómico?) en un escenario que el escritor y periodista conoce de primera mano.
El delta del Paraná es un espacio geográfico y existencial que Baigorria curtió durante una década. De esa experiencia hay huellas en otros libros de su autoría. Por un lado, paisaje bucólico, refugio de turistas y buscadores de naturaleza virgen. Por el otro, un infierno de barro y alimañas, crecientes y arroyos traicioneros, donde la vida en estado salvaje puede virar hacia la pesadilla.
Esa mutación del paraíso soñado en realidad siniestra, experimentada como el indicio de haberse ido a vivir a un lugar equivocado, es lo que siente el narrador de El ladrido del tigre cuando se entera de la desaparición de siete perros que pertenecían a un matrimonio vecino. De inmediato, se constata también la desaparición de la mujer que vive (o vivía) en pareja con un hombre intrigante.
“La vida isleña es como el agua de los ríos, arroyos y canales opacos que ocultan su fondo”, se lee un poco más adelante, para sembrar la atmósfera de cuento gótico de la novela, que va administrando el suspenso con señales ominosas de todo tipo.
La bajante de las aguas deja a la vista restos óseos que podrían haber pertenecido a víctimas de un asesino o ser simple carne expuesta a la voracidad de la fauna silvestre, terrestre o acuática, que en la isla se combina con una fauna humana variopinta.
Chonguitos paraguayos, travestis, fiesteros que vienen del “continente” para meterse una dosis de intensidad por boca o por culo, isleños curtidos por la vida en ese lodazal y macumbas le van dando forma a un aquelarre del que todos escuchan hablar pero nadie sabe definir.
La dinámica del chisme o el rumor es la que manda. Pero existe una certeza. Hay cadáveres por doquier, caminamos pisando muertos, cuenta El ladrido del tigre, recordando el poema de Néstor Perlongher.
Los posibles hechos atroces que el narrador investiga (¿la mujer desparecida es una víctima más de una saga extensa?) le otorgan al relato un clima oscuro, por momentos sórdido. Pero ese magna de cosa maligna al acecho está agujereado por un sentido del humor que deja entrar un afluente de risas, dibujando una comedia humana que intenta flotar en el barro.