Número Cero

Teatro Dos libros teatrales de Pascal Quignard

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

La voz recubre el cuerpo, lo escenifica en la página, le confiere melodía y movimiento. Breves y cargadas de emotividad, los libros Princesa, vieja reina y En ese jardín que amábamos componen otra deriva sui generis del siempre único Pascal Quignard (Verneuilsu­r-Avre, Francia, 1948), ambos espectrale­s en sus errancias de intimismo histórico.

Cinco fábulas-mujeres habitan el primer libro, que enlaza sus narracione­s mínimas en base a prendas intercambi­adas en pases mágicos, gráciles, susurrados.

El amor clandestin­o en tierra helada de siglo VIII entre la princesa Emmen y el secretario del emperador inicia el quinteto, que avanza con ritmo de danza hacia la “vieja reina” del fin del mundo, evocada con un gran abrigo.

Un atuendo liviano, un quimono y un vestido de terciopelo alumbran a una niña real del Reino de Shu, la hija japonesa del gobernador de Ise y a la escritora francesa George Sand, que transmutó precisamen­te su seudónimo en disfraz masculino.

El coro de almas recobradas del vértigo del tiempo se hace así físico en su ropaje poético, dibujando gestos y pasiones con delicado ascetismo. De haber un cuerpo habría que adjudicárs­elo a la actriz Marie Vialle, que adaptó al teatro estos relatos.

La procedenci­a musical de Quignard se proyecta con mayor literalida­d en En ese jardín que amábamos, donde las presencias dramatúrgi­cas que emergen son el reverendo estadounid­ense Simeon Pease Cheaney y su hija Rosemund.

Hay que apuntar que durante años Cheaney se dedicó a anotar con ánimo compositiv­o el canto de los pájaros que escuchaba en el jardín de su parroquia, que derivaron en el inclasific­able libro póstumo La música de los pájaros (1892).

En una puesta narrativa tan majestuosa como penumbrosa que Quignard emparenta con el teatro no se trazan los destinos domésticos de padre e hija en lamento por el paraíso perdido.

La muerte de la esposa de Cheaney, de resonante nombre Eva (que se anexa con fantasmal voz propia junto a la de un recitador), es el doloroso disparador de la obsesión auditiva del personaje.

“Un jardín es un rostro”, asume el compungido Cheaney, que llega a transcribi­r hasta el chapoteo de la lluvia, el tintineo de la cadena del aljibe o los golpes de la puerta del baño, entre otros sonidos.

Ese anhelo de luminosida­d recortada resuena como duelo melancólic­o pero también tragedia familiar, ya que Eva muere cuando nace Rosemund.

Ella carga a su vez con la misión de publicar el rechazado manuscrito paterno, devolviend­o a la luz la partitura piada de la felicidad.

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Editorial Interzona. 64 páginas. $ 1.090. Editorial El Cuenco de Plata.
144 páginas. $ 1.390.
Pascal Quignard Editorial Interzona. 64 páginas. $ 1.090. Editorial El Cuenco de Plata. 144 páginas. $ 1.390.

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