Novela Largo diario de un suicidio
Hay ficciones que parten desde un punto exquisitamente problemático. Por ejemplo, en la primera oración de El túnel, de Ernesto Sabato, el personaje admite haber asesinado a una mujer. ¿Cómo sigue el relato? No puede avanzar, sino que tiene que retroceder para aproximarnos al contexto en que alguien decide matar a otra persona.
En Los Vencejos, la nueva novela de Fernando Aramburu (San Sebastián, España, 1959), pasa algo semejante. Apenas comienza, el personaje escribe en su diario que ha decidido suicidarse. La escritura registrará el proceso. Porque si se suicidara de golpe, adiós relato en 10 páginas, se acabaría todo.
Su decisión es suicidarse dentro de un año. Y mientras tanto, escribir todo lo que se le ocurra, sin saltearse un solo día. Menuda tarea la del escritor, pues, escribir 365 fragmentos, perfectamente fechados, que apunten en un mismo sentido: ayudarnos a comprender, si vale decirlo así, por qué alguien decide que ha de suicidarse. ¿Racionalismo puro?
Algo así, con la frialdad que amerita la situación: alguien decide que tal día del año que viene, a tal hora, se suicidará; y desde este momento hasta entonces registrará en un cuaderno todo lo que se le ocurra.
Es así como conoceremos al personaje en cuestión, porque nos dirá quién es, a qué se dedica y cuál es la triste historia de su vida en medio de esta trágica decisión.
¿No es mucho pedir, tanto a la ficción como al lector? Acaso lo sea, porque la novela tiene nada menos que 700 páginas y ha desatado su buena polémica en España, donde no son pocos los lectores, en las redes y en los medios, que han declarado haber abandonado el libro por la mitad porque el personaje se les ha tornado insoportable.
Es que Toni, 54 años, profesor de Filosofía en una escuela secundaria, no se hace querer sino todo lo contrario.
No ha disfrutado de la vida como hijo, ni como esposo, ni como padre, ni como amigo, ni como profesional ni como intelectual o académico. Con sus padres la ha pasado muy mal por una rara mezcla de frialdad afectiva y violencia doméstica. Su mujer, una afamada locutora y periodista, lo ha abandonado para explorar su bisexualidad.
Vive la paternidad como una carga, y siente que su hijo es una mezcla de “retrasado” y “antisocial”. No ha hecho “cosa de mérito en la vida”. Vive por obligación. Convive con una muñeca inflable y una perra.
No le interesa “hacer sociales”, apenas si tolera cierto contacto con un amigo. Preferiría ser un pájaro, vivir como un vencejo, sin poner los pies en tierra.
Por todo ello, Los vencejos es un libro que deslumbra de principio a fin y nos deja confusos o admirados.