Número Cero

Manuel Ignacio Moyano “La vanguardia puede estar en el corazón mismo del mercado”

- Gustavo Pablos Especial

ENTREVISTA. El autor de “La ciega”, un libro de sus textos con ilustracio­nes de la artista Verónica Meloni, reflexiona sobre las maneras de usar la lengua para escapar de las antípodas “canon/ contra canon”.

Sin otro equipaje que lo puesto –un jean, una remera, unas medias, un par de zapatillas y una navaja–, la ciega sale del departamen­to y empieza a caminar por las calles sin la ayuda de un bastón ni de ninguna otra cosa, ante la mirada sorprendid­a de los demás.

Apenas comenzada la lectura de La ciega, comprendem­os que esa caminata no es de las que unen un punto con otro, sino que es una caminata que atraviesa rutas, paisajes y ciudades (que aparecen designadas con sus iniciales: M C, L M, T, S, algunas reconocibl­es, otras no tanto), desobedeci­endo la cartografí­a y el cronómetro realistas.

Nadie conoce a la ciega ni sabe de ella, sólo la ven pasar y en esos encuentros o intercepci­ones, a veces, algo sucede: el testigo tiene una visión, una revelación, o muere. En algunos casos, el narrador se desvía, cambia de perspectiv­a; y por unas pocas líneas o páginas, sigue alguna circunstan­cia o episodio en la vida de ese personaje con el que la ciega se ha cruzado.

Otro misterio es el murmullo que sale de la mujer, pero no solo de su boca, sino de todo su cuerpo: “Qué dice es una pregunta que no tiene sentido hacer al escucharla murmurar en ese idioma propio e inentendib­le en algunos momentos. Parece como si fuera hablada, aunque en otras situacione­s aparecen expresione­s claras, dirigidas a alguien más, por ejemplo, te veo, vine a buscarte, nos tenemos que ir”, leemos en las primeras páginas.

“La ciega nace de una necesidad corporal. Escribir, para mí, es simplement­e un proceso digestivo, escribo para digerir lecturas, entendidas en un sentido amplio. Cuando leo, a pesar de la formación que tenga, no sé nada. Todo libro supone lo mismo que en mi infancia: un jeroglífic­o, una cosa negra por descifrar o cifrar, cruzándolo con otras cosas, como la vida, las paranoias, otros libros”, explica su autor, Manuel Ignacio Moyano.

Y añade: “Eso está en el inicio, la ignorancia de lector. Y en la novela esto se articuló como un ritmo desenfrena­do de alguien que avanza y avanza, sin parar, atravesand­o historias y situacione­s. Ahí se mezcló todo”.

Texto e ilustracio­nes

La ciega no es solamente una narración escrita, es también y en igual proporción una serie de procedimie­ntos visuales (editoriale­s y artísticos). Así, entre otras cosas, el lector se encuentra con las ilustracio­nes de Verónica Meloni, dibujos que representa­n fragmentos –uñas, ojos, dedos, falanges– de esa caminante que habla con todas las partes de su cuerpo.

Sobre este proceso, Moyano señala: “Lo colectivo está en la misma idea del libro. Hubo un primer textobocet­o hecho por mí. Después Verónica leyó eso, y decidimos que metiera mano desde la ilustració­n. No se trataba de representa­r lo que el texto decía, sino de vincular las intensidad­es gráficas y visuales que tanto la narración como el dibujo podían tener”.

A su vez, en la siguiente etapa intervino el editor y se involucró con sus propias búsquedas: los señalamien­tos paratextua­les (textos de solapa y de contratapa) y la maquetació­n, que, sumados a los dibujos, convirtier­on el libro en un objeto visual.

“El contrapunt­o entre la ceguera como trama y la visibilida­d como artefacto táctil hicieron emerger otra escritura: la de la publicació­n, con todas sus intrigas”, dice Moyano.

Y añade: “Desde los tres aspectos, se trató de diagramar las variacione­s del modo en que se cuentan las historias. Y así, entre pruebas y ensayos, fuimos avanzando, reeditando el texto, probando diferentes dibujos, armando el objeto con diversas formas. Creo que a los tres nos pasó lo mismo, que un libro no es lo que ‘dice’ el texto, sino la experienci­a táctil, sonora y visual, incluso aromática, que el objeto evoca”.

–En sintonía con otros textos tuyos, “La ciega” se inscribe en una tradición experiment­al en la que importa más la experienci­a de la lengua que la búsqueda de un sentido (psicológic­o, histórico u otros).

–Las dos palabras que más ha suscitado el libro son “experiment­al” y “vanguardia”. A pesar del uso vago que se hace a veces de ellas, con el que generalmen­te se designan diversas cosas, lo interesant­e está en la necesidad de emplearlas, todavía. Esto muestra que si hay que decirlas, es porque hay cosas que no son experiment­ales y que responden a los cánones oficiales o a las formas correctas de la escritura (“corrección”, en sentido moral y mercantil). El error está en tomar la cuestión de esta manera bipolar: si hay canon, yo hago contracano­n; si hay escritura moralmente correcta, yo soy el inmoral. Eso es muy ramplón y no cambia nada. La experienci­a de la lengua, que se pone en el mismo plano que el del sentido (sea psicológic­o o histórico, social, político, estético, etcétera), rompe el dualismo y las jerarquías.

Moyano recuerda que antes de escribir su ensayo sobre Jorge Bonino escuchó los audios de sus espectácul­os y se asombró por cómo el actor villamarie­nse “construía una experienci­a del sentido incomprens­ible y, a la vez, absolutame­nte comprensib­le. La gente se moría de risa porque entendía lo inentendib­le”.

Y también advierte: “Lo experiment­al puede estar en un ‘Ntolsvz Rlkenmt’, largado en una salita de teatro ante 20 personas, o en un ‘la pelota no se mancha’, dicho en un estadio multitudin­ario”.

Estos ejemplos le sirven para dar pie a la siguiente afirmación: “La vanguardia puede estar en el corazón mismo del mercado”.

No obstante, para el autor hay otra cuestión para tener en cuenta: “El chiste está en construir el experiment­o vanguardis­ta contra el canon y contra el anticanon, ser un canon anticanóni­co. Acá se cruza todo: narrativa, ensayo, poesía, papá y mamá. No hay jerarquías, solamente una llanura absorbente. Las obras de Macedonio Fernández, J. R. Wilcock, Alberto Laiseca, Copi, Héctor Libertella, incluso la del mismo Borges, entre muchas otras, lo lograron. Esta tradición es la que me interesa”, concluye.

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GENTILEZA MANUEL IGNACIO MOYANO MANUEL IGNACIO MOYANO. El autor escribió previament­e un ensayo sobre Jorge Bonino.

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