Rumbos

Ajo, escapulari­o, herradura y salvia

“Brujos y hechiceros siempre han prometido usar las fuerzas ocultas para conseguir lo que el demandante espera.”

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Cuántos de nosotros no nos hemos sentido, alguna vez, tentados por la magia? ¿Cuántos, al ser víctimas de la injusticia o la maldad de otros, de deseos irreprimib­les, no hemos deseado el poder de obtener lo que nos pide la parte más oscura del alma? Muchos buscan conseguir lo que desean ya sea por la magia aprendida, ya por la comprada a quien la ejerce: brujos y hechiceros prometen usar las fuerzas ocultas para conseguir lo que el demandante espera.

Porque la magia y la hechicería aparecen muy temprano en las sociedades humanas, podemos ubicarla, históricam­ente, en el principio de los tiempos, cuando existían dos tipos de magia: la del “sí” y la del “no”. La del sí es la de los encantamie­ntos, la que predica: “Haz esto para conseguir esto otro”. La magia del no está cifrada en los tabúes: “No hagas esto para que no suceda esto otro”.

Dejando de lado los tabúes, existen hechizos y contra-hechizos, cuyo objetivo es producir, por medios secretos, un acontecimi­ento que se desea: 1) que una mujer o un hombre ame o se entregue a quien no ama; 2) que se obtenga salud y riqueza;

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3) conseguir que un enemigo caiga en la ruina o en la enfermedad; 4) que los conjuros de los otros no puedan tocarnos; 5) que las fuerzas de nuestros adversario­s no triunfen sobre las nuestras.

Estas son algunas fórmulas extraídas de El Libro de los Hechizos, de la estudiosa catalana Fiona Calvet, cuyo subtítulo es: Cómo hacer y deshacer conjuros. En la primera página, la autora aclara que el objetivo de su obra es recoger las prácticas de magia y hechizos que han llegado desde la antigüedad hasta nuestros días.

Sobre los talismanes y amuletos, la encicloped­ia advierte: “Figura o imagen grabada o formada de un metal u otra sustancia, con correspond­encia a los signos celestes, a la cual se atribuyen virtudes portentosa­s. El talismán y el amuleto son objetos mágicos dotados del poder de alejar cualquier hechizo o mal, pero el talismán requiere la acción de un mago, que es el que lo dotará de poder, y además, es personal: no protege a otro que no sea el sujeto para quien fue creado”.

El amuleto, en cambio, no requiere de la magia y puede ser usado por cualquiera: su poder es su propia naturaleza, como el ajo, los clavos, el diamante, los escapulari­os, la herradura, la ruda, la salvia, los sapos, los gatos; o quizá fórmulas mágicas como: revienta envidia, estalla mal de ojo, y otras religiosas: San Judas Tadeo, Siempre poderoso, Haz que mis verdugos Caigan en un pozo.

En el libro La Magia Roja encontré recetas desconcert­antes: para conseguir que la mujer sea fiel a su marido, se aconseja al hombre: “Tómese una madeja de su pelo, escogiendo los cabellos más largos, quémese sobre ascuas de carbón y échese la ceniza sobre una cama o mueble que antes se haya frotado con miel. Lo más pronto posible recuéstela su marido allí, que después no podrá amar más que a él, ni tendrá gusto alguno en ser cortejada por otro”.

A mi modo de ver, la magia estaría en conseguir que la mujer se recostase sobre pelos y miel.

La magia sigue atrayéndon­os desde los avisos de diarios, revistas o internet y, acuciados por problemas, pasiones u ofensas, sentimos la tentación de acudir a ella. Quizá lo prudente sea escuchar a Jerome-Antoine Rony, que comienza su obra –La Magia (Eudeba-1962)– diciendo: “El hombre más positivo es, inevitable­mente, mago de vez en cuando”. Sólo nos resta esperar ese instante.

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