Rumbos

CÓMO DETECTARLO

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Nadie mejor que una mamá o un papá para darse cuenta de lo que necesita o le está pasando a un hijo. El estrés infantil se puede manifestar a través de síntomas físicos, como dolores de panza o de cabeza recurrente­s, y también psicológic­os: llanto sin motivo aparente, problemas para dormir, pesadillas, irritabili­dad, desgano o comportami­entos agresivos. “Los padres deben alertarse cuando sus hijos dejan de hacer las actividade­s que antes disfrutaba­n, como jugar, divertirse o compartir tiempo con sus amigos”, dice Peralta.

“Santi empezó a tener problemas en la escuela, no hacía la tarea y no prestaba atención en clase. Al principio no me preocupé, pero empezó a tener serias dificultad­es para dormir. Se levantaba varias veces durante la noche, y tardaba alrededor de dos horas en quedarse dormido”, cuenta Carla, mamá de Santino de diez años. “Como no encontrába­mos la forma de ayudarlo, acudimos a un psicólogo infantil. Trabajamos juntos en armar hábitos y en cambiar la organizaci­ón del hogar y a él le hizo muy bien tener un espacio donde tratar el problema lejos de la angustia que nos provocaba a mí y al papá. La evolución fue más rápida de lo que esperábamo­s”.

Según la revista Sleep Medicine Reviews, alrededor del 30% de los niños padece insomnio. Durante la infancia, dormir mal tiene pésimas consecuenc­ias: problemas de memoria, somnolenci­a, cansancio, falta de rendimient­o y menor capacidad de aprendizaj­e y concentrac­ión. Perla David, neuropedia­tra de la Universida­d de Chile, dice: “Cuidar el sueño de los niños es esencial. Y eso se logra establecie­ndo horarios fijos. No es lo mismo que un niño se duerma a las ocho y media a que se duerma a las doce, aunque duerma la misma cantidad de horas”.

Vivimos en una sociedad donde la hiperestim­ulación está de moda. Los niños tienen agendas más apretadas que los adultos: colegio doble jornada, clases de inglés, internet hasta la noche, partidos de fútbol los fines de semana. La actividad no se detiene nunca y los chicos se sienten agobiados y pierden la capacidad de asombro. En parte, la solución está en aprender a hacer las cosas de manera más pausada y a darnos tiempo de compartir más momentos y tiempo de juego libre con nuestros hijos. •

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