NORMA ALEANDRO LA GRAN DAMA
LAS PENAS Y LAS ALEGRIAS DE LA MAYOR ACTRIZ QUE HA DADO ESTE PAIS.
No suele dar entrevistas. Pero, tras muchas insistencias de nuestra parte, la gran dama del cine y el teatro argentinos se sentó a conversar con Rumbos. Su hiperactividad a los 80 -dirige, actúa, escribe, dibuja-, los recuerdos de filmar La Historia Oficial en los años de plomo, los amores de su vida y la confesión del día en que estuvo a punto de quitarse la vida porque alguien le dijo que no tenía madera para ser actriz.
Es más que una gran actriz y directora, es una marca, un estilo, una forma de actuación. Pese a que reniega de las etiquetas, Norma Aleandro es una institución, como lo era su querido Alfredo Alcón. Por más que ella, sonriente, sostenga una y mil veces sobre su “vida normal y sencilla”, por más que enfatice que lo que más disfruta es despertarse sonriente cada mañana junto a su marido; la intérprete, pero también escritora y dibujante, es protagonista de muchas e increíbles vidas que la convierten en una suerte de “entidad”, que convalidaremos con el correr de esta entrevista que mantuvo con Rumbos.
“Para mí vivir el día ya es una fiesta: hago y deshago a mi antojo, me entretengo, trabajo y tengo actividades paralelas que amo practicar como escribir y dibujar, que son como mis pasiones cotidianas”, describe de arranque, y para romper el hielo, cómo es un día en su vida. También cuenta que está en un período de probar y experimentar. “Nada del otro mundo pero, ¿te imaginabas hace unos años, a mí, trabajando con Flavio Mendoza? Y ahí me ves, en una hermosa marquesina, junto a él, que es el productor de Franciscus, en el teatro Broadway de la calle Corrientes”, declama la actriz que levantó el primer Oscar argentino, allá en 1986, por La historia oficial, del gran Luis Puenzo. Venís de dirigir a Ricardo Darín y Érica Rivas en “Escenas de la vida conyugal”. Pero, ¿qué es de la vida de la actriz, Norma? Mirá, estoy grabando una serie coproducida por HBO y Pol-Ka, El jardín de bronce, junto a Joaquín Furriel, y, por otro lado, con Jorge Marrale recorremos centros culturales en los que, como si fuera teatro leído, interpretamos obras de Shakespeare y Borges. Por otra parte, por falta de tiempo, postergamos para el año que viene la obra
Las pequeñas patriotas –junto a Adriana Aizenberg-, que volverá a escena después de catorce años. Contame de tu participación en “El jardín de bronce”… Se trata de una historia dramática, un thriller negro basado en la novela del argentino Gustavo Malajovich, sobre la desesperada lucha de un arquitecto –que compone Furriel– por encontrar a su hija, que desapareció de forma inexplicable y sin dejar rastros… ¿Y tu personaje? Es hermoso y misterioso, ya que encarno a la tía de la mujer del personaje de Furriel (interpretada por Julieta Zylberberg), que tiene el secreto de lo que se busca al cabo de toda la historia: dónde está la criatura. Un personaje que poco tiene que ver con lo que yo he hecho, con mis vivencias, medio místico y espiritual, que me cautivó apenas leí la novela.
De carne, nunca de bronce
Considerada como una de las grandes actrices de nuestra historia, Norma se resiste a ser inmovilizada por su legado. “Ningún bronce ni mármol, ni museo viviente”, repele ella, que no comulga con los adjetivos grandilocuentes que suelen acompañar su nombre en las crónicas periodísticas. ¿Cómo te llevás con el elogio constante que seguro recibís? No me llevo muy bien, me pone muy nerviosa e incómoda. Y cosas como “museo viviente”, como leí una vez, me dejan helada. Con lo que me llevo mucho mejor es con el contacto humano del público, con esa persona que con respeto se me acerca, me abraza, me da un beso y me dice alguna palabra que me llena el almita. ¿Y qué te llena el almita? Y el otro día, en la calle, a la salida de la presentación de La bicicleta
acuática (una obra que escribió) me dijeron que para siempre estaré en la memoria del público, lo que me resulta muy halagador. Por sí o por no, ¿sos la mejor actriz argentina? Querido, por favor. Hay buenas actrices, pero tantas en este país, que no tendría el tupé para decir semejante macana. Además, eso de buscar el mejor, el número uno, el máximo, es muy argentino. Tenemos una comunidad actoral valiosísima, sepámoslo…
¿Pero nunca te mareó el éxito, el haber ganado un Oscar, o una Palma de Plata en Cannes por “La historia oficial, tu carrera en Hollywood? Nunca tuve esa sensación de superioridad sobre alguien. Hay quienes que porque se pueden comprar ropa de marca se sienten superiores a los que están juntando cartones en la calle. Pero gente estúpida ha habido siempre y esto no es un problema de ahora... El tema es que con tus pergaminos es más sencillo subirte a un podio… Es fácil, es cierto, pero para mí todavía es mucho más fácil quedarme en el lugar donde estoy y no subirme a ningún caballo porque tuve tantos éxitos como fracasos. Y mientras los éxitos son efímeros, los fracasos te mantienen los pies sobre la tierra. Yo soy como soy y no lo que los demás quieren que sea... ¿Es hoy Ricardo Darín el mejor actor de la Argentina? Es un actor excepcional, pero no puedo decir que es el mejor, sería injusta y poco coherente. Pero no puedo no reconocer que Ricardo tiene un registro amplísimo en lo cómico y en lo dramático, y logra pasarse de género con enorme sabiduría. Pero no es una carrera esto, es un oficio. Entendámoslo. Es cierto, siempre buscamos al número uno. Y con Alfredo Alcón ocurría algo parecido, se lo señalaba como “el actor argentino por excelencia”. Pero a Alfredo no le gustaba nada esa apreciación… Él aborrecía tanto elogio, en eso estábamos muy en sintonía. ¿Lo quisiste mucho a Alfredo? Mucho, sí. Primero lo amé y después lo quise tanto o más… Fuimos amigos, pareja y amigos. Así fue toda la vida, hasta el último suspiro de su vida, cuando murió aferrado a mi mano…
Envejecer bien acompañada
Norma, ¿cómo te llevás con el paso del tiempo? ¿Te preocupa? Me preocuparía si el tiempo no pasara (sonríe por su ocurrencia). Sí, tengo una buena relación, siempre y cuando el cuerpo responda. ¿Y responde? Sí, el motor enciende… Tuve un problema hace varios meses en un oído que me afectó y me preocupó, no podía salir de mi casa del mareo que tenía… Sentirse mal es fulero a cualquier edad, pero ahora estoy muy bien, sin preocupaciones. Pero vamos envejeciendo… Lógico, pero el tema es cómo envejecemos. Yo le abrí las puertas al envejecimiento con alegría y plenitud, y me siento bien correspondida. Nadie quiere envejecer, ni sentirse desdichado, por lo que lo voy llevando de la mejor manera que puedo. Ayuda mucho envejecer estando bien acompañada, diría que es clave. No me imagino estar sola en esta etapa, sin esa persona que te ama y a quien amás… Hablás de Eduardo Le Poole, tu marido desde hace más de cuarenta años… Eduardo, que es médico y psicoanalista, es mi media naranja ideal. Con el me río, soy alegre, salimos, viajamos, nos divertimos de las arrugas que nos aumentan y le hacemos un corte de mangas a la mala onda. ¿Cuál es el secreto de una larga vida en pareja tan plácida? Ser auténtico, natural, disfrutar del otro y nunca dejar de ser uno mismo. Por otra parte, con Eduardo jamás hice ningún esfuerzo por permanecer a su lado. Sintonizamos, es una relación que fluye armónicamente, nos necesitamos el uno al otro. Pero no hay secretos, aunque quizás, el haber sido primero amigos durante mucho tiempo nos facilitó las cosas, nos permitió conocernos más… ¿Cuánto tiempo fueron amigos? Como unos doce años. Sabés, de todas mis parejas siempre fui primero amiga, y después cambió la condición. Así me pasó con Alfredo, una de las personas más importantes de mi vida. Con quien pudiste retomar la amistad después de separarse como pareja… Se fue dando naturalmente. Los valores, los principios, la
“Cuando me dicen cosas como ‘sos un museo viviente’, me quedo helada”.
admiración y ser de buena madera…te van llevando a retomar el vínculo.
“The winner is… The Official Story”
¿Qué sería de vos sin “La historia oficial”, Norma? Sería otra persona, otra actriz, sin duda. No sé si mejor o peor, pero diferente. Más allá de los premios, esa película me marcó profundamente porque habla de una parte importante de la Argentina. Yo la volví a ver este año, cuando se cumplieron los 40 años del golpe militar, y noté que el filme no atrasa en absoluto. ¿Cómo te recordás hoy en aquellos días de rodaje? Con miedo. Fueron días difíciles, no la pasé bien, estaba angustiada, tenía terror… Hoy, a la distancia, lamento no haber disfrutado la cocina de la película. ¿Por dónde pasaban tus miedos? Por mi situación personal. Yo venía del exilio en Uruguay y en España, y hacer una película a escondidas, que hacía públicas las apropiaciones de bebés era peligrosísimo. Todavía estaban las sombras de la dictadura. ¿Recibieron amenazas? Sí, por eso dimos por terminada la filmación, pero en realidad seguimos rodando secretamente en la casa del director Luis Puenzo. ¿Nadie sabía del rodaje? Sólo las Abuelas de Plaza de Mayo, nadie más… ¿Filmaste contra tu voluntad? Era una película que tenía escenas que de verdad no quería hacer, pero Luis me decía que si yo no aceptaba él no la haría. Yo estaba mal, aterrada, pero bueno, ahí apareció la contención, el apoyo y la palabra de un gran director. ¿Cómo te convenció? Yo, en esa época, inicios de 1984, estaba ensayando una obra en el teatro Liceo y a la salida, me esperaba Puenzo en un café y me contaba su idea, me leía parte del guión y yo lo miraba y lo escuchaba… Y me encantaba lo que relataba, pero no para mí… Recuerdo que Luis me lanzó una frase que me desacomodó: “Es un trabajo que tenés que hacer como ciudadana, no como actriz”. ¿Y? Yo estaba entre cautivada y aturdida, por lo que hablé en mi casa con mi marido y mi hijo, que habían sufrido el exilio por mi culpa, y me apoyaron. Valió la pena el esfuerzo… Con todo lo que logró “La historia oficial”, qué te puedo decir… Sólo decime ese instante único en el que estás abriendo el sobre a punto de revelar la mejor película extranjera aquella noche del 24 de marzo de 1986… Ufff, justo se cumplían diez años del Golpe Militar. Fue de esos momentos que quedarán archivados en las retinas para siempre. La felicidad de estar en ese escenario maravilloso de Los Ángeles y cierta tranquilidad porque tenía la certeza de que no lo íbamos a ganar. ¿En serio tenías la certeza? Es que era imposible, la competencia era brutal: había películas de Istvan Szabó, Emir Kusturica, Coline Serreau y Agnieska Holland. Además, que me llamaran a mí para presentar el premio me daba la pauta de que no podía ser nuestra película… En un video de Youtube se advierte que te costaba asimilar que habían ganado… No, en realidad, salí al escenario sin anteojos y yo soy chicata, me re- sultaba complicado leer. Cuando pude hacer foco, demoré unos segundos porque el título estaba en inglés…Y sentí que el corazón se me salía de la alegría. Haber aceptado filmarla, ¿fue la decisión más importante de tu vida artística? La más riesgosa diría. Por supuesto que después se me abrieron muchas puertas, como la de trabajar cinco años en Estados Unidos, donde pude filmar Gaby: a True Story (1989), que me permitió ser la primera actriz argentina en ser nominada al Oscar. Menos mal que supiste ignorar a aquella profesora de teatro que te dijo que no servías para la actuación… Viste vos. ¿Podés imaginar a una chica de 13 años a la que le digan eso en la cara? Yo, a esa edad, queriendo actuar, era como el acabose, la noticia más terrible que me podían dar. Y hasta pensé en suicidarme… ¿En serio? ¡Qué te parece! Me fui solita hasta la Costanera de Buenos Aires y caminé mirando el río, pero a la hora de estar allí, con la cabeza a mil, me di cuenta de que no tenía el valor… ¿Y qué hiciste? Me fui a la Iglesia de la Piedad y me puse a rezar y pedir por otra oportunidad. Nunca, nunca se les puede decir a alumnos de actuación algo semejante. Cada vez que puedo, les recuerdo a los aspirantes que se me acercan, que no hagan caso a quienes intentan cortarles las alas de la ilusión. ¿Una palabra de lo que fue padecer el exilio? Tristeza. Desolación. Angustia. Tres me salieron. ¿Cuántas vidas tuviste, Norma? He vivido muchas vidas en esta vida. Me han pasado cosas lindas, cosas amargas, y tuve la intuición, la fortaleza y la suerte de saber acomodarme a cada situación con una dosis de humor. Pero siempre tuve alguien que me dio una mano. Dar una mano no tiene precio… lo que se siente al recibirla y al darla es de una satisfacción incomparable. •
“Siento que La Historia
Oficial la hice más como ciudadana que como actriz”.